“El pintor de la luz”, así se conoce a Joaquín Sorolla (1863-1923), el artista valenciano más aclamado y, probablemente, uno de los pintores españoles más reconocidos internacionalmente. El apelativo es bien merecido; si tenemos en mente las hermosas marinas del pintor, con esa luz explosiva y dorada que todo lo inunda, entenderemos por qué el valenciano ha pasado a la historia por su magistral talento para captar las tonalidades mediterráneas.
Pero no solo mediterráneas; fascinado por Asturias y la costa vasca, Sorolla también plasmó en sus lienzos la luz mortecina y nostálgica del norte español. Además, es autor de cuadros de índole más social, que transpiran una denuncia ciertamente ácida, en consonancia con la corriente realista del momento en que fueron pintados. En el artículo de hoy nos centramos en la vida de Joaquín Sorolla Bastida, el pintor que hizo del Mediterráneo pintura.
Breve biografía de Joaquín Sorolla, el “pintor de la luz”
La pincelada de Joaquín Sorolla, nerviosa y rápida, no solo es testimonio de un estilo, sino también de una personalidad. El artista era tremendamente inquieto y profundamente sensible, y, ante la majestuosidad de la luz mediterránea, solo podía expresar sus sentimientos a través de la pintura. Para el valenciano, el sol era el mejor remedio para combatir la nostalgia.
El pequeño y sensible Chimet
De nostalgia, puede que Sorolla supiera mucho, especialmente durante su infancia. Había nacido un 27 de febrero de 1863 en Valencia, hijo de un matrimonio humilde formado por Joaquín Sorolla Gascón y María Concepción Bastida Prat. Por desgracia, ambos progenitores fallecieron cuando el pequeño Joaquín (Chimet, para sus allegados) tenía solo dos años, a causa de una mortífera epidemia de cólera que asoló la ciudad.
Joaquín y su hermana pequeña, Concha (nacida un año después que él) fueron acogidos por su tía materna, Isabel Bastida, y su marido. En ese hogar se crio el pequeño y sensible Chimet, que aprendió el oficio de su tío, que era cerrajero. Sin embargo, uno de sus profesores en la escuela primaria aconsejó al tío del muchacho que lo orientara hacia la pintura, pues había demostrado notables aptitudes artísticas. Por suerte, el hombre hizo caso del maestro, y en 1876, cuando Chimet tenía trece años, lo matriculó en la Escuela de Artesanos de Valencia.
El encuentro con los grandes
Cuando Chimet se convierte en adulto, y todavía cursando sus estudios artísticos (más tarde lo haría en la Escuela Superior de Bellas Artes de Valencia), se instala en un piso de la calle Las Avellanas, que comparte con otros jóvenes artistas, entre los que destacan los hermanos Benlliure.
En esos años, Sorolla ya ha decidido que desea probar suerte en la pintura. En 1881 envía varias marinas a la 10ª Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, obras que no despiertan el mínimo interés en el jurado. Frustrado, pero no desanimado, Sorolla sigue enviando cuadros a los distintos concursos que se convocan en el país, y recibe algunos premios. Sin embargo, el joven artista no acaba de despegar.
En el ínterin, durante su estancia en Madrid, Sorolla ha descubierto en El Prado a Velázquez, Ribera y Goya, que tanta influencia ejercerán en su obra, especialmente durante su etapa denominada realista. En 2012 se descubrió un Cristo inédito de Sorolla, realizado en 1883 (y, por tanto, perteneciente a su etapa de formación, mucho más académica). En él destaca una innegable influencia ribereña y velazquiana, y todavía no está ejecutado con aquella pincelada nerviosa que sería característica del pintor años más tarde.
A Ribera especialmente debe Sorolla su enorme maestría a la hora de captar la belleza de la ancianidad. Solo es necesario recordar sus cabezas de ancianos, pintados con trazos rápidos, para darnos cuenta de la enorme influencia que el maestro barroco tuvo en su estilo. Por otro lado, su fascinación por Velázquez va mucho más allá del estilo; también lo “imita” en algunas composiciones, como en la que retrata a su familia jugando con el reflejo de un espejo, al más puro estilo Meninas.
El Sorolla desconocido: bohemia y denuncia social
1884 es un año decisivo para el pintor, pues por fin se reconoce su obra y se le dota con una beca para estudiar en Roma. Pero, a pesar de que Italia es ideal para estudiar a los clásicos, el espíritu inquieto de Sorolla pide más. Al año siguiente, encontramos a Sorolla en París, el epicentro de las vanguardias artísticas del momento. Allí, además de empaparse de la vida bohemia, el joven pintor accede a la obra de Manet y otros artistas emergentes.
Es indudable que la estancia parisina impresionó profundamente al valenciano. Los pintores realistas europeos, que ejecutaban cuadros de marcada denuncia social, influyen en su pintura en el periodo que va desde 1890 a 1900, que se conoce precisamente como la “etapa social”. De esta época destaca especialmente su famosa obra ¡Y aún dicen que el pescado es caro…!, donde Sorolla plasma las vicisitudes que deben pasar los hombres del mar para llevarse un trozo de pan a la boca.
Destacables son también ¡Otra Margarita! (1892), inspirada en un episodio que presenció en el tren, donde una madre acusada de asesinar a su bebé era llevada por un guardia civil, y ¡Triste herencia! (1899), donde el artista refleja a unos niños con muletas, posiblemente afectados de poliomielitis, que intentan bañarse en el mar. En todas estas obras, el título mismo ya conecta con otro gran denunciador social, Francisco de Goya (1746-1828).
“A mi Clotilde, de tu Joaquín”
Mientras intenta hacerse paso en el mundo de la pintura, el joven Chimet trabaja en un estudio fotográfico como iluminador de fotografías. El propietario del estudio, Antonio García, tiene una hermosa hija de cabello negro y penetrantes ojos oscuros, de la que Chimet queda absolutamente prendado. La muchacha se llama Clotilde García del Castillo y, a partir de entonces, será su musa, amante y compañera de por vida.
Joaquín y Clotilde se casan en 1888 y, durante su primer año de matrimonio, viven en Asís, donde Joaquín todavía se beneficia de la beca en Italia. Al año siguiente vuelven a Valencia, y en 1890 nace María Clotilde, su primera hija, que de mayor seguirá los pasos de su padre y se convertirá en pintora. A María sigue Joaquín, nacido en 1892, y, en 1895, Elena, que también heredará el alma artística de Sorolla, en esta ocasión encaminada hacia la escultura.
Su familia y la pintura lo son todo para Joaquín. El valenciano pinta a Clotilde y a sus hijos constantemente. El primer hijo, ejecutado el mismo año del nacimiento de María, muestra a la madre sosteniendo tiernamente a la niña delante de la cuna. Elenita en su pupitre, de 1898, presenta a la segunda hija con tres añitos, graciosamente inclinada sobre su tarea.
Ya en esos años se percibe la absoluta maestría de Sorolla a la hora de plasmar los blancos, que con su pureza irradian luz al resto del cuadro. Un ejemplo paradigmático es la obra Madre, donde vuelve a aparecer Clotilde, esta vez echada en la cama, con Elena recién nacida durmiendo a su lado.
El pintor de la luz
A partir de 1900, la obra de Sorolla adquiere una luminosidad sin precedentes que ya nunca va a abandonarlo. El pintor abandona los temas sociales y se centra en las escenas cotidianas que él mismo ve, al aire libre, frecuentemente junto al mar. No es nada raro ver al artista en la arena de la playa, con su caballete y su lienzo delante, captando la atmósfera brillante de su Mediterráneo.
Son los años de sus cuadros más famosos: Sol de tarde (1903), Verano (1904), El balandrito (1909), Paseo a orillas del mar (1909), Niños en la playa (1910). Sorolla capta, con pinceladas sueltas y rápidas, tanto la efusividad del momento (niños correteando entre las olas o jugando en la playa) como la calma; de esta última es un magnífico ejemplo su Instantánea. Biarritz (1906), donde cambia el Mediterráneo por el Cantábrico y en la que aparece Clotilde, sentada en la arena y vestida de blanco inmaculado, sosteniendo una cámara fotográfica.
La fama de Sorolla es ya internacional. En los primeros años de 1900 el pintor conoce a Archer Milton Huntington, hispanista fundador de la Hispanic Society of America, que queda absolutamente asombrado por la luminosidad de sus cuadros. Inmediatamente, le encarga la que será una de las obras más colosales del artista: la serie de escenas españolas que debían decorar la biblioteca de la sociedad. Las catorce pinturas, conocidas como Visión de España, muestran, con el característico estilo sorolliano y en gran formato, varias regiones del país, para lo que el pintor se documentó profusamente durante un largo viaje por España.
En 1909, un exitoso Joaquín Sorolla encarga al arquitecto Enrique María de Repullés y Vargas (1845-1922) una hermosa casa en Madrid, que se inaugura finalmente en 1911 y que actualmente es la sede de su museo madrileño. La casa es testigo de sus últimos años y de sus últimas obras, entre las que destaca una gran profusión de retratos de personajes célebres – Vicente Blasco Ibáñez (1906), su gran amigo; Raquel Meller (1918), Miguel de Unamuno (1920), e incluso el mismísimo rey Alfonso XIII (1907).
1920 es un año aciago para Chimet. Ese año le sobreviene una hemiplejía en el jardín de su casa, que lo deja incapacitado para pintar. Sorolla nunca más volverá a coger el pincel. Quizá esto le precipitó la muerte, quién sabe. Tres años más tarde, en agosto de 1923, el “pintor de la luz” fallece en su casa de Cercedilla. Se fue en verano, a plena luz, como no podía ser de otra manera.