El conocido como Políptico de Gante es, sin duda, una de las pinturas flamencas más importantes de la historia del arte. Se trata de una tabla colosal, de más de 3 metros de largo por más de 2 de alto, en la que se sintetiza una iconografía inspiradísima unida al característico detallismo del arte flamenco.
Durante siglos, el Políptico de Gante, ubicado en la Catedral de San Bavón de la misma ciudad, ha fascinado al público tanto por sus dimensiones gigantescas como por su riquísimo simbolismo. Su reciente restauración ha devuelto la vida a los vívidos colores que los hermanos Van Eyck, los autores de la tabla, imaginaron en el siglo XV. Hoy nos detenemos en esta obra maestra y te damos pistas para entender toda su simbología.
El Políptico de Gante, una pieza capital
El Políptico de Gante conservado en San Bavón es una pieza capital del arte de los primitivos flamencos, tanto por su calidad pictórica como por su simbolismo y sus hercúleas dimensiones. La tabla es conocida también como La Adoración del Cordero Místico, pues es esta la escena central alrededor de la que giran el resto de los paneles.
Empecemos por el principio: ¿qué es un políptico? Se trata de un vocablo que une dos voces griegas, polu (múltiples, variados) y ptyche (doblar). En la historia del arte se usa para referirse a una pintura que está dividida en diversas secciones. De la misma raíz proviene tríptico, palabra con la que es probable que el lector esté más familiarizado, que hace referencia a una imagen dividida en tres paneles.
En el caso del Políptico de la Adoración del Cordero Místico contamos nada menos que con veinte paneles que se ubican, como una constelación, alrededor de la escena central, de mayores dimensiones. Su multiplicidad de imágenes independientes y sus extraordinarias dimensiones hacen de esta obra algo sublime, que el ojo humano no puede abarcar con una sola mirada. Examinémosla con más detalle.
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El contexto: el auge de los burgos flamencos
La obra fue encargada por el próspero comerciante Joos Vijd y su esposa Elisabeth Borluut para decorar la capilla privada de la familia en la iglesia de San Bavón, en Gante. Esto era bastante habitual entre las familias acomodadas, tanto de la nobleza como de la burguesía: costear una obra de carácter devocional no solo para la salvación de sus almas, sino también para demostrar su estatus. Recordemos que una pieza de arte era algo carísimo, que solo los más poderosos podían financiar.
A principios del siglo XV, los burgos flamencos experimentan un despegue sin precedentes. El florecimiento de su comercio, en continuo contacto con las ciudades italianas y, por tanto, con el corredor comercial que las conectaba con oriente, permitió el desarrollo de una clase burguesa cada vez más influyente y poderosa, auténtico motor del arte y de los artistas.
Los hermanos Van Eyck
Semejante obra maestra de la pintura se la debemos a dos de los grandes nombres de la época: los hermanos Jan y Hubert van Eyck. Enmarcados en el grupo que se ha venido denominando “primitivos flamencos”, su obra, especialmente la de Jan, representa un hito en el arte flamenco del siglo XV.
Tradicionalmente (y durante demasiado tiempo) estos primitivos flamencos se incluyeron dentro del arte gótico. Sin embargo, esta clasificación no tiene sentido. Las características formales y técnicas de estos pintores nada tienen que ver ya con los preceptos del gótico, pues son hijos de la rápida expansión empirista y, por supuesto, de los estudios de la naturaleza que empezaron a ejecutarse en el siglo XIV. Los primitivos flamencos están, pues, muy en línea con estos primeros cimientos de la revolución científica que supuso, entre otros, el denominado “Círculo de Oxford”.
Actualmente se incluye a los primitivos flamencos dentro del arte del Renacimiento, pues, a pesar de que su técnica difiere de la de los artistas italianos, propone también una ruptura con la pintura tradicional y, sobre todo, una novedosa representación de la perspectiva y del espacio. En otras palabras; los primitivos flamencos, entre los que se encontraban los hermanos Van Eyck, revolucionaron la historia de la pintura con su técnica innovadora y, especialmente, con el dominio del óleo, un nuevo procedimiento pictórico que permitió plasmar la realidad con un detallismo sin precedentes.
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Entendiendo el Políptico de Gante
La compleja simbología del Políptico de Gante obliga a examinarlo con más detalle para entender mejor su significado. Veámoslo panel por panel.
El cuerpo inferior: el Cordero y los Bienaventurados
La escena del panel central del Políptico de Gante se centra en la Adoración del Cordero Místico, sobre el que vemos una Gloria encabezada con la paloma del Espíritu Santo. El cordero representa a Cristo, cuyo sacrificio, la Eucaristía, servirá de salvación a la humanidad.
Alrededor del Cordero se despliega una pléyade de figuras; los Bienaventurados, es decir, los que gozarán de la gracia del Salvador: apóstoles, profetas, santos y santas mártires, que van acercándose en procesión hacia el Cristo-cordero. El paisaje, vivamente verde en alusión a la bienaventuranza, está representado hasta el más mínimo detalle. Los paneles laterales de este panel central muestran a algunos santos caballeros, peregrinos, ermitaños y a los jueces justos.
El cuerpo superior: la Gloria
El cuerpo superior del políptico se halla presidido por una representación de Dios Padre que porta el Trirregnum como símbolo de su poder sobre todas las cosas. El eje vertical que lo conecta con el Espíritu Santo y con el Cordero (Cristo) es una evidente alusión a la Trinidad sagrada.
A ambos lados de la imagen de Dios Padre vemos una Deesis compuesta por las figuras de la Virgen (a la izquierda desde el espectador) y San Juan Bautista (a la derecha), probablemente una alusión al nombre del comitente del políptico.
A ambos lados de la Virgen y de San Juan observamos a unos ángeles músicos exquisitamente realizados. El detallismo y verismo de sus figuras (tan característico del arte flamenco) se plasma no solo en los ropajes y el cabello, sino también en las graciosas actitudes de sus rostros.
Por otro lado, los paneles exteriores del cuerpo superior están protagonizados por Adán y Eva. Esta última lleva en su mano, tentadora, la manzana prohibida, mientras que, con la otra, intenta cubrir su desnudez. El mismo gesto pudoroso ejecuta Adán, en el panel del otro extremo, símbolo de la caída en el pecado (pues recordemos que, antes de la llegada del protestantismo, la desnudez era virtud: Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza).
De hecho, es precisamente este gesto de cubrirse el que los delata ante Dios. El sentido del pecado y la caída del hombre en desgracia está acentuado por la presencia de dos pequeñas grisallas en los remates de las tablas, que representan a Caín y a Abel.
El políptico cerrado también esconde secretos
Estamos acostumbrados a ver el políptico abierto, pero, en realidad, originalmente este solo se abría durante las celebraciones solemnes. Esto quiere decir que, habitualmente, se encontraba cerrado, y así es como los visitantes lo podían contemplar.
En los paneles laterales del primer cuerpo del políptico cerrado encontramos a Joos Vijd y su esposa Elisabeth, los donantes del retablo. En el centro vemos a los santos juanes en grisalla (de nuevo, una referencia al nombre del donante).
En el segundo cuerpo del retablo cerrado podemos observar una hermosa Anunciación, donde María es informada por el Arcángel Gabriel de su embarazo divino. Esta escena conecta con el mensaje de las tablas de Adán y Eva, puesto que María es la “Nueva Eva”, la mujer que redimirá el pecado iniciado por la esposa de Adán. Como es habitual en estas representaciones, la escena de la Anunciación se desarrolla en un interior burgués flamenco, donde, además, apreciamos la acertada perspectiva matemática que nos da una increíble sensación de profundidad, que se acentúa con el recurso de la ventana abierta al fondo.
Finalmente, en el ático del políptico cerrado encontramos dos profetas del Antiguo Testamento y dos sibilas (la Eritrea y la Cumana) que, según la tradición, anunciaron la venida de Cristo.
El fascinante realismo flamenco
Una de las características más sobresalientes del Políptico de Gante es, cómo no, su fascinante realismo, característico de la escuela flamenca y de los hermanos Van Eyck en particular.
A través de la novedosa técnica del óleo, los pintores son capaces de crear una ilusión perfecta de profundidad y volumen. Por otro lado, el estudio de la naturaleza, pregonado ya en el siglo anterior, les facilitó muchas pistas para representar los elementos. La vegetación es tan detallista en los cuadros de Jan van Eyck que los expertos en botánica son capaces de reconocer cada una de las especies representadas. Y es que todos los detalles (las arrugas del rostro, los pliegues del vestido, el brillo de las joyas…) están plasmados con una precisión casi quirúrgica.
Pero, como ya hemos visto, la obra de los hermanos Van Eyck no es una simple imitación de la realidad, pues está impregnada de un complejo simbolismo, que hace que la obra sobrepase su realismo y conecte con lo trascendental. Cada elemento de la obra es parte de un delicado y complejo entramado de símbolos que todavía la hace más fascinante.
Restauraciones y polémicas
El políptico de Gante ha sido objeto de muchas y variadas restauraciones, puesto que la tabla sufrió numerosas vicisitudes a lo largo de la historia. Estas restauraciones, que pretendían devolver al retablo su esplendor original, no siempre han sido acertadas y han suscitado múltiples polémicas acerca de cómo abordar los repintes y los diversos cambios que la obra ha sufrido.
La última de estas restauraciones recuperó el rostro del Cordero, el original que había salido del pincel de los hermanos Van Eyck, que había sido radicalmente modificado para que se asemejara a un cordero real. Sin embargo, esta modificación alteraba sustancialmente la simbología original ideada por los pintores.
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