Actualmente, está bastante en boga hablar del “amor romántico”, que ha adquirido una connotación un tanto peyorativa en los últimos tiempos. A pesar de que, en principio, y desde una perspectiva científica, la idea corresponde a la atracción, emociones y sentimientos que unen a dos personas y que tienen mucho que ver con la biología y la psicología, en muchos círculos se usa este término para hablar de las creencias culturales que llevan a crear vínculos amorosos tóxicos o poco sanos. Y, aunque en cierta manera es así, reducir el concepto de amor romántico a eso implica dejar de lado una serie de factores igualmente importantes.
No es nuestra intención escribir un artículo acerca de los pros y los contras del llamado “amor romántico”. De hecho, y tal y como indicamos en el título, nuestra intención es acercarnos más bien al concepto desde una perspectiva histórica. En concreto, examinar si en la Edad Media existía el amor romántico como tal o si, por el contrario, la idea es fruto de una sociedad y una cultura posteriores. Para analizar esto, primero debemos comentar con brevedad qué quiere decir exactamente “romántico” y cuál es el significado original de la palabra. Veámoslo.
El amor romántico en la Edad Media: ¿un anacronismo?
Para empezar, etimológicamente, “romántico” viene de Romanticismo, una corriente cultural y de pensamiento que, desde finales del siglo XVIII y hasta las primeras décadas del XIX, puso sus miras en las emociones y los ideales humanos. El movimiento era una reacción al clasicismo y la Ilustración imperantes, cuyos preceptos “encorsetaban” al artista y al ser humano en general e inhibían el fluir natural de sus emociones naturales.
En este contexto, el amor se empezó a ver como un camino de sublimación, una especie de catarsis de purificación del alma. El artista romántico estaba obsesionado con lo trascendente; para él, el mundo no tenía sentido sin los elementos que elevaban al ser humano por encima de la mediocridad del día a día. El amor, por supuesto, no podía ser una excepción.
La veneración de la persona amada (una veneración que, a menudo, rozaba la humillación del amante), el sufrimiento amoroso, la obsesión por objetivos imposibles… Todo esto caracteriza a la perfección la idea del amor en la época romántica, que Jane Austen, la genial escritora británica, retrató perfectamente en su novela Sentido y sensibilidad, en la que la protagonista, Marianne, sufre tremendamente por dejarse llevar por este tipo de sentimiento.
Ahora bien, si el concepto nace en el Romanticismo, ¿podemos hablar de amor romántico en la Edad Media, o se trata de un anacronismo?
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El roman medieval y lo “romántico”
El concepto, etimológicamente al menos, está muy ligado a la Edad Media. Y es que “romántico” (y sus palabras vinculadas, como Romanticismo) proviene, según la teoría más aceptada, de roman, el nombre que se le daba en la época medieval a los textos que utilizaban lenguas de origen latino como vehículo de expresión. Es decir, mientras los escritos eruditos continuaban escribiéndose en latín, las baladas, las canciones y las novelas se plasmaban en lengua romance.
Las lenguas romances eran las que hundían sus raíces en el latín. Esta idea originó muchas otras palabras, como “románico”, que describía a los edificios levantados en la época de consolidación de estas lenguas romances, aunque este es otro tema. En el caso que nos ocupa, hacía referencia a la literatura escrita en la lengua vernácula del lugar, ya fuera castellano, francés, occitano, catalán o cualquier otra lengua relacionada con el tronco latino original.
Era lógico, por otro lado, que la literatura romance (li romanz, se empezó a llamar en el siglo XII en el ámbito francés) estuviera escrita en lenguas vulgares o vernáculas, puesto que, a diferencia de los textos eruditos, estaba destinada a la clase aristocrática, mientras que los otros textos eran escritos y leídos por clérigos. Estos romans solían incluir temáticas fantásticas, salpicadas del característico amor cortés medieval. Esta puede ser una de las causas por las que, más tarde, en el apogeo del Romanticismo, se empezara a llamar a los nuevos artistas “románticos”, pues daban también importancia a los elementos que escapaban del realismo circundante.
Por otro lado, no debemos olvidar que los artistas y demás intelectuales románticos sentían un apego especial a la Edad Media (convenientemente idealizada, por supuesto), lo que vuelve a entroncar al sentimiento romántico del XIX con los romances medievales.
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La dama, el trovador y el caballero
De acuerdo; hasta aquí hemos visto qué relación podemos establecer entre la palabra “romántico” y su origen, que hunde sus raíces en la Edad Media y los orígenes de las lenguas romances. Pero, etimologías aparte, ¿existía el amor romántico en la cultura medieval? Veamos qué dice uno de los medievalistas más prestigiosos del siglo XX, George Duby (1919-1996), al respecto.
En uno de sus ensayos sobre el amor en época medieval (ver bibliografía), Duby describe brevemente el esquema básico del que se compone el concepto de amor cortés medieval. Por un lado, tendríamos la dama (cuya denominación proviene del latín domina, señora), invariablemente casada, cuya belleza despierta la codicia (sexual, pero también de poder y de ansia de sublimación) de un joven soltero, que la mayoría de las veces es precisamente vasallo del marido de la dama. A partir de entonces, se establece un juego de coqueteo y conquista, en el que la dama se va “entregando” paulatinamente, al ritmo que ella misma impone.
Duby ve en este comportamiento un claro “empoderamiento” femenino (si se puede usar esta expresión para la Edad Media), puesto que es la dama, y no su pretendiente, la que marca las pautas del galanteo y de la conquista, sin olvidar que es también ella la que marca el final de la relación, en el momento y de la manera que desee.
En cualquier caso, el esquema del amor cortés que empieza a consolidarse en el siglo XII coincide plenamente con la explosión de la literatura romance y, por tanto, de las novelas de caballerías, que marcan claramente unos valores y unos comportamientos que deben seguir los caballeros.
En otro ensayo recogido en el mismo volumen, en este caso de Arnold Hauser (1892-1978), el autor plantea la idea de que el nacimiento de este amor cortés medieval guarda estrecha relación con el renacimiento de las ciudades y el auge del comercio, que conllevó un refinamiento en los gustos de las clases pudientes y, por tanto, el nacimiento de un nuevo ideal en relación con el amor, que se manifestaba en una lírica concreta y novedosa: los poemas y las canciones de los trovadores.
El amor sublime
¿Novedosa? Depende. La lírica del amado que canta a la amada ya existía en la antigüedad. Si tomamos, por ejemplo, el Cantar de los Cantares bíblico, hallaremos hermosos versos al respecto. Igualmente en el Antiguo Egipto y en sus recopilaciones de cantos amorosos, donde el amado habla de las virtudes físicas de su amada.
De cualquier forma, y a pesar de no ser una temática totalmente novedosa en la historia, sí es cierto que el amor cortés medieval tiene una indudable estela en la cultura europea de los siglos siguientes, especialmente en el Romanticismo del siglo XIX. La idea de la adoración absoluta de la mujer deseada y la humillación por la que el enamorado está dispuesto a pasar para conseguir su atención está íntimamente ligada al ideal de amor de la corriente romántica posterior. El vínculo queda muy claro si observamos la terminología en la que se expresaban los trovadores: a este tipo de amor se le denominaba el Fin’amor, el amor sublime.
Así, la dama se erige como objeto de veneración, y todo en ella es perfecto. El amor cortés es un amor absolutamente idealizado, de ninguna manera real, pues se basa en la imagen que el trovador tiene de la mujer amada. En algunos casos, como sucede con el famoso trovador Jaufré Raudel (s. XII), el canto va dirigido a una dama a la que el enamorado ni siquiera conoce (la condesa de Trípoli), pero ante la imagen de la cual, extraída de narraciones y leyendas, ha caído irremediablemente rendido.
Matrimonio y amor, dos realidades diversas
La idea de las uniones por amor es relativamente reciente. La unión matrimonial siempre ha sido un contrato entre interesados, más cercano a un vínculo mercantil que afectivo. En el caso de la Europa cristiana, se trataba de un enlace destinado en exclusiva a la procreación o, en el “peor” de los casos, para evitar que los contrayentes satisficieran sus apetitos sexuales en otro contexto menos “sagrado”. Es evidente, por tanto, que la idea del amor no se incluía en el pacto.
Tal y como sostiene Hauser en su trabajo ya citado, la Iglesia misma distinguía claramente el cariño que se profesaban los esposos (la dilectio latina), mucho más cercano al respeto y la consideración, del amor. Se entendía que este segundo sentimiento no estaba vinculado al sacramento matrimonial, pues tenía más que ver con apetencias y revoluciones (tanto físicas como emocionales) que la Iglesia aconsejaba controlar.
El amor cortés, por tanto, representó para la sociedad medieval un verdadero escape. En un mundo en que el matrimonio representaba un contrato entre estirpes, la dialéctica cortés se convirtió en un juego delicioso al que los caballeros y las damas se entregaron con especial agrado. Importante es destacar que la Iglesia toleró en cierta medida el amor cortés, siempre que se mantuviera relegado al ámbito “sublime” y no conllevara un contacto carnal.
Conclusiones
Antes de terminar el artículo, resumamos brevemente qué hemos expuesto en él. Por un lado, tenemos que la palabra “romántico”, vinculada al movimiento del Romanticismo, viene etimológicamente del roman y el romance medievales, y que su conexión puede venir por el interés de los artistas románticos en el pasado medieval, especialmente en las gestas caballerescas y el refinado amor cortés.
Segundo, hemos observado la similitud existente entre este amor cortés y el concepto de amor en el Romanticismo: la adoración e idealización sin mesura del sujeto amado, que conlleva inevitablemente dolor y frustración. También hemos comentado que, así como el amor romántico se revestía de sublimación, también lo hacía el Fin’amor, el amor sublime, en el que primaba la veneración ideal por encima del contacto carnal.
Entonces, ¿podemos decir que existía el amor romántico en la Edad Media? Pues sí y no. Sí, porque existe un evidente paralelismo entre el amor romántico del XIX, cuyas reverberaciones siguen en el mundo actual, y el amor cortés medieval. No, porque, a pesar de ello, se trata de dos mundos muy diferentes con dos contextos muy diferenciados.
Mientras que el amor cortés surge del interés de la aristocracia de reivindicarse en un mundo donde la clase burguesa estaba en auge, el amor romántico de los siglos XVIII y XIX surge como protesta de las ideas de la Ilustración y del clasicismo, en un intento de dar rienda suelta al yo subjetivo del artista. Por otro lado, la situación del concepto de “amor romántico” en la actualidad tampoco puede compararse a la del Romanticismo.
Nuestros valores son muy diferentes a los que promovieron el surgimiento de la corriente romántica, por lo que es lícito que la sociedad del presente se replantee este tipo de modelos, que nacieron mucho tiempo atrás, en un contexto social muy diferente.