Caspar David Friedrich: biografía de este pintor del Romanticismo alemán

Repasamos la trayectoria del artista y sus aportaciones al movimiento romántico.

Caspar David Friedrich: biografía de este pintor del Romanticismo alemán

Norbert Wolf recoge en su libro dedicado a Friedrich la impresión que el pintor romántico ejerció sobre uno de sus visitantes, el poeta ruso Vasili Andréyevich Shukowski, quien dijo de él que, aunque sus paisajes parecieran delatar a una persona melancólica, esta imagen no se correspondía con la realidad.

Si bien podemos creer que Caspar David Friedrich no se encontraba de forma perenne en el típico estado de abatimiento romántico, tampoco podemos confiar plenamente en la opinión de Shukowski, puesto que sabemos por algunos de sus contemporáneos que el pintor se intentó suicidar en alguna ocasión y que su carácter tendía (y, sobre todo, en sus últimos años) a la depresión y el aislamiento. Todo un personaje del Romanticismo.

En esta bografía de Caspar David trataremos de esbozar una semblanza de la vida y la obra de este carismático artista, uno de los mayores exponentes del movimiento romántico en pintura.

Breve biografía de Caspar David Friedrich, el gran pintor del Romanticismo alemán

Si bien cuando Friedrich nació, en septiembre de 1774, su ciudad natal, Greisfwald, pertenecía a la corona sueca en virtud de la Guerra de los Treinta Años, la región era culturalmente alemana. Recordemos que entonces los territorios germanos eran un mosaico de estados que, en aquellas fechas y en virtud de movimientos prerrománticos como el Sturm und Drang, empezaban a tomar conciencia de su identidad nacional.

Caspar David Friedrich fue uno de los grandes abanderados del movimiento romántico en el ámbito pictórico, que llevó la pintura de paisaje a unos niveles de simbolismo y espiritualidad nunca vistos hasta entonces. Sin embargo, y como siempre, su obra no partió de cero. El artista recibió influencias evidentes de los paisajistas holandeses y británicos, en especial de John Constable (1775-1837), el gran líder de la pintura de paisaje inglesa.

Una experiencia temprana de la muerte

El Romanticismo no se comprende sin la muerte. Los románticos sentían hacia ella una especie de admiración teñida de miedo, una emoción a menudo morbosa que salpicaba prácticamente toda su obra. Friedrich no fue una excepción; especialmente en sus obras tardías, cuando ya se encontraba muy enfermo, vemos una evidente obsesión por el tema, cuya principal expresión es la inquietante Paisaje con tumba, féretro y lechuza, ejecutada hacia 1836, apenas cuatro años antes de su fallecimiento.

Pero Friedrich no sólo le hacía el amor a la muerte por su adhesión al movimiento romántico. La había sentido muy de cerca desde su más tierna infancia: en 1781, cuando contaba solamente con siete años, su madre, Sophie Dorothea, falleció, y él y sus cinco hermanos pasaron al cuidado de una ama de llaves, la entrañable Madre Heiden, hacia quien Friedrich profesaría siempre un gran cariño.

Las muertes no se detuvieron aquí. Un año después del óbito de la madre, fallecía Elizabeth, una de las hermanas, a consecuencia de la viruela. Más tarde, en 1791, otra de las niñas, María, sucumbiría al tifus. Pero probablemente la muerte que más impactó en el espíritu sensible del pequeño fue la de su hermano Johann Christoffer, que murió en el invierno de 1787 mientras trataba de salvar a Friedrich, que había caído dentro del hielo. La culpa que arrastraría el artista toda su vida contribuyó, y no poco, a sus constantes ataques de melancolía y, más que probablemente, a sus intentos de suicidio.

La llegada del éxito en el mundo del arte

Los primeros éxitos de Friedrich llegan en la década de 1810. Antes, empero, había estudiado dibujo en la Universidad de Greifswald con el afamado profesor Johann Gottfried Quistorp y, más tarde, se había trasladado a Copenhague para seguir estudiando en su academia. Es en la ciudad danesa donde ejecuta su primera acuarela, Paisaje con cenador (1797), inspirado en los jardines ingleses y en el que todavía resuenan los ecos de un lejano estilo rococó.

Fue Thomas Thorild, un sueco que tenía la cátedra de Literatura y Estética de la Universidad de Greifswald, quien enseñó al joven Friedrich a distinguir entre una visión externa (es decir, la que capta las formas reales de un paisaje) y la interna, mucho más relacionada con el estado anímico y espiritual del observador. Esto es importante, puesto que los paisajes de Friedrich no serán para nada paisajes convencionales; el pintor impregna sus vistas de toda una simbología y un significado que va más allá de la mera apariencia.

En 1808, el artista ejecuta la que será una de sus grandes obras: La cruz en la montaña, también conocida como El altar de Tetschen. El barón von Ramdohr, que vio la obra en el estudio de Friedrich, arremetió duramente contra ella, criticando su falta de perspectiva y de profundidad, así como su excesiva estilización. Lo que von Ramdohr criticaba era, precisamente, lo que hacía de este cuadro una apoteosis de la nueva pintura romántica alemana, pues El altar de Tetschen recuerda, inevitablemente, a un retablo gótico.

Las invasiones napoleónicas habían espoleado el sentimiento antifrancés y anticlasicista de los alemanes, y Friedrich no era una excepción. De hecho, y tal y como recoge Norbert Wolf, es plausible que El altar de Tetschen fuera, en un principio, una obra patriótica y no religiosa, y que sólo tras ciertas vicisitudes terminara decorando el altar de una iglesia.

Sea como fuere, ese año marca el inicio del éxito para Friedrich. Primero, porque La cruz en la montaña situó su nombre en boca de todos; segundo, porque ese mismo año realiza una de sus obras cumbre, la famosa Monje junto al mar, un auténtico canto a la espiritualidad romántica y a la contemplación de lo sublime.

Monje junto al mar

De forma parecida a su posterior cuadro Viajero contemplando un mar de nubes (1818), Friedrich enfrenta aquí al ser humano con la inmensidad de la naturaleza, ante la que el personaje empequeñece inevitablemente. Sin embargo, existen diferencias claras entre las dos pinturas: mientras que, en la segunda, el hombre ocupa gran parte del cuadro, en la primera el monje es prácticamente un punto diminuto que apenas se vislumbra entre la dilatación del mar y del cielo.

Caroline Bommer, musa y amante compañera

Quizá el tamaño muy superior que ofrece el caminante del mar de nubes es debido al cambio que se produce en la trayectoria vital del pintor.

Caminante sobre el mar de nubes

Aquel mismo año de 1818 contrae matrimonio con Caroline Bommer, una risueña joven de veinticinco años (Friedrich tiene ya cuarenta y cuatro) que parece arrojar una luz plácida a la existencia del atormentado artista.

Ello se puede constatar si se observa la obra de este periodo, donde los lienzos se vuelven más luminosos y alegres y, sobre todo, empiezan a proliferar las figuras humanas, especialmente las femeninas. Los críticos atribuyen este cambio a la feliz unión del pintor con Caroline que, a pesar de haberle “trastocado la vida” (en una carta Friedrich comenta cómo ha cambiado su vida de ermitaño) ha dado un rumbo positivo a su existencia.

Caroline aparece en numerosas obras de Friedrich de la década de 1810 y 1820. La vemos, por ejemplo, en la famosa Mujer ante la salida (o puesta) de sol, realizada alrededor de 1820. En la tela aparece Caroline de espaldas, bañada por unos cálidos rayos solares, los cuales no se puede discernir si pertenecen a un amanecer o a un crepúsculo. Ambas versiones son plausibles; un amanecer tendría sentido si consideramos la figura como una especie de orante de la época cristiana primitiva, pero la versión del atardecer correspondería perfectamente con la idea de la muerte, tan constante en Friedrich. El camino cortado de forma repentina ante la joven consolidaría esta última hipótesis.

Otra de las obras famosas de Friedrich en las que aparece su esposa es Rocas cretáceas en Rügen (1818), inspirada precisamente en su viaje de novios. Tres personajes (de espaldas, como es usual en la obra del pintor) miran hacia el vacío que se abre ante ellos, pues se encuentran en el filo de un hermoso acantilado blanco. Más allá, el mar se despliega eterno e inmutable, también un leitmotiv importante en la obra de Friedrich como símbolo de la vida y el viaje hacia la muerte. Los tres personajes serían Caroline, el artista y el hermano de este, Christian, que los había acompañado en el viaje.

También en esta época empiezan a proliferar las figuras masculinas en pareja, plasmación de sus amistades más cercanas (especialmente, con Carus y Johann Christian Clausen Dahl, pintor de origen noruego que se convirtió en su vecino en Dresde y le amenizó la existencia con su simpatía y sus charlas vespertinas). Es la época de cuadros como Dos hombres observando la luna (1819-20), Hombre y mujer contemplando la luna (1824) y Paisaje al atardecer con dos hombres (1830-35).

Ya desde el Congreso de Viena (1814-15) y la restauración del Antiguo Régimen, la obra de Friedrich se había vuelto, en cierto modo, más retraída e intimista. Tras los años “luminosos” de sus primeros años de matrimonio con Caroline, el carácter del artista se empieza a agriar, y hacia 1830 vuelve a caer en la melancolía. Sus obras ya no interesan a nadie más allá de su círculo.

Últimos años y muerte

En 1824 le sobreviene una enfermedad que le impedirá pintar al óleo durante algunos años, lo que no ayuda a mejorar su estado. En 1835, un ataque de apoplejía le dejará temporalmente sin movilidad en brazos y piernas, lo que repercute enormemente en su obra. La enfermedad acentúa su depresión y su obsesión con la muerte, aquella vieja amiga que le ha acompañado desde su tierna infancia, lo que le lleva a realizar numerosas obras sobre cementerios: Cementerio en la nieve, de 1826, con una tumba abierta en el primer plano que conecta con la morbosa obsesión de su propia partida; La puerta del cementerio (1825-1830) y, sobre todo, La entrada del cementerio (1825), donde podemos ver a una pareja observando la pequeña tumba de su hijo, sobre la que sobrevuelan figuras aladas que, en un principio, apenas son perceptibles.

El mismo año de la llegada de la enfermedad a su vida ejecuta una obra que se considera prácticamente su obra maestra, pero que en vida del pintor tuvo tan poco éxito que ni siquiera pudo venderse. Se trata de El Océano Glacial, cuya sorprendente modernidad nos deja completamente asombrados. Inspirada en el naufragio de un barco en el hielo, el lienzo sólo deja ver la diminuta quilla del barco, camuflada entre los enormes bloques macizos de hielo. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de la conexión que esta obra mantiene con el gran tormento de la existencia de Friedrich: la muerte de su hermano, ahogado precisamente en el hielo. El Océano Glacial es, pues, una especie de testamento vital, un exorcismo con el que el pintor pretende extirpar el dolor que ha acumulado durante su vida.

El estado mental de Friedrich se agrava a pasos agigantados. Algunos testigos hablan de maltratos hacia su mujer, a la que acusa de serle infiel. Su amigo Shukowski, de quien ya hemos hablado, lo visita pocos meses antes de morir, y afirma que su estado era lamentable y que el pintor se echó a llorar en su presencia. Friedrich fallece finalmente el 7 de mayo de 1840; su obra no se volverá a reconocer hasta casi un siglo después.

  • Rosenblum, R.; Asvarisch, B. (1991), The Romantic Vision of Caspar David Friedrich, The Metropolitan Museum
  • Wolf, N. (2003), Friedrich, ed. Taschen.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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