Fue en 2018 cuando tuve mi primer contacto con los Stolpersteine. Me encontraba en Mainz, Alemania, y mientras paseaba por una de sus calles mis ojos se detuvieron en un dorado brillante que sobresalía entre los adoquines. Me agaché, curiosa, y en seguida me di cuenta de que la superficie dorada contenía una inscripción. En ella estaba grabado un nombre, una dirección y una historia.
La persona que iba conmigo, que sabía alemán, me tradujo el contenido y me explicó que aquello formaba parte de un proyecto de enorme envergadura, iniciado hacía muchos años por el artista Gunter Demnig y que tenía como objetivo conmemorar a las víctimas del nazismo. Me sentí verdaderamente asombrada, y recuerdo que lloré. Lloré mientras miraba aquel nombre que sobresalía de la acera, un nombre que hacía referencia a una vida. Una vida truncada por la barbarie.
¿Qué son los Stolpersteine?
Literalmente, la denominación viene a significar algo así como “piedra con la que se tropieza”. El nombre está muy ligado a la intención del creador del proyecto; obviamente, no se trata de que la gente tropiece y se haga daño, sino, más bien, que note algo sobresaliente en la acera y, llena de curiosidad, se detenga a mirarlo.
De hecho, las pequeñas placas donde están inscritos los nombres apenas sobresalen del pavimiento. Quizá lo que más llama la atención de los transeúntes sea el color del latón que recubre la piedra, que refleja la luz del sol y hace que, casi involuntariamente, lleves la vista hasta él. Es como si el Stolperstein te susurrara en silencio: “Por favor, mírame. Es importante”. Entonces, como hipnotizado, el caminante se detiene y lee. Y ante sus ojos aparece el testimonio de un nombre, hundido en las brumas del pasado, que resucita gracias a ese minuto de lectura.
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Los inicios de un pequeño gran proyecto
Todo empezó en 1992, justo cuando se cumplían 50 años del mandato de deportación de mil personas inocentes, todas pertenecientes al pueblo gitano, por orden de Heinrich Himmler (1900-1945), el siniestro colaborador de Hitler. Un artista alemán, Gunter Demnig (n. 1947) se interesó vivamente en conmemorar a las víctimas.
El proyecto empezó a cobrar forma en su mente dos años antes del fatídico aniversario, en 1990. En un principio, Demnig pensó en la posibilidad de crear un único monumento, pero en seguida se dio cuenta de que un proyecto absolutamente descentralizado causaría mayor efecto y, dadas las diversas ubicaciones, resultaría más adecuado para honrar la memoria de los deportados.
El primer Stolperstein se ubicó en la plaza del Ayuntamiento de Colonia, de donde procedían las mil víctimas de la macabra orden de 1942. Era el 16 de diciembre de 1992, justo el día en que se hacía oficial el mandato cincuenta años atrás. Ese Stolperstein inaugural no gozaba del permiso administrativo del ayuntamiento de la ciudad, al igual que sucedería con los siguientes. No fue hasta 1997, es decir, cinco años después, que Demnig obtuvo el primer permiso; en esta ocasión, fue en St. Georgen de Salzburgo, Austria, donde la ciudad le permitió instalar dos piedras conmemorativas. La decisión había sido auspiciada por el proyecto artístico Knie y por el Servicio Austríaco de la Memoria.
A partir de entonces, el proyecto fue ya imparable. En Alemania, Demnig no obtuvo su primer permiso oficial hasta el año 2000, que le fue dado por la administración de Colonia; curiosamente, la ciudad donde empezó todo. En 2016, se contaban ya más de 50.000 Stolpersteine en toda Europa. Aunque, si tenemos en cuenta que las víctimas del régimen nazi se elevan a la escabrosa cifra de 6 millones, vemos que todavía queda mucho trabajo por hacer.
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¿Cuál es el proceso?
Los Stolpersteine se financian a través de donaciones o apadrinamientos. En realidad, son bastante económicas: cada pieza cuesta sólo 120 euros. Se trata de bloques cuadrados y regulares, de 10x10x10 cm., que ostentan en la parte superior una placa de latón pulido donde se graba la información. Este latón bruñido, al contacto con la luz solar, brilla como si fuera oro, que es precisamente lo que llama la atención de los transeúntes.
El proceso de colocación de cada Stolperstein mueve siempre a una multitud de interesados y curiosos, entre ellos, muchos jóvenes en edad escolar que aprenden, de esta forma, cuál es el pasado que no hay que repetir. Durante la “ceremonia” de colocación, Demnig y su equipo quitan el adoquín del pavimento donde va a estar localizado el Stolperstein y luego proceden a ubicarlo en ese mismo lugar.
En general, las piedras conmemorativas están situadas frente a la última vivienda voluntaria de la víctima o frente a su lugar de trabajo. En el caso de que el edificio ya no exista (como muchas veces sucede), se coloca el Stolperstein en un lugar lo más cercano posible de la ubicación original de la casa.
Admiradores y detractores
Aunque parezca mentira, un homenaje semejante no tiene sólo admiradores. Son varias las personas que están “en contra” del proyecto de Demnig, que alegan que ya existen suficientes piedras y no son necesarias más. Teniendo en cuenta que el número total en el momento de escribir este artículo es de unas 75.000, y que las víctimas (recordemos) ascendían al macabro número de 6 millones, es lógico deducir que la obra no está, ni mucho menos, terminada.
Porque la idea de Demnig no es realizar un homenaje colectivo, sino un recuerdo individual de cada una de estas personas. De la mayoría de ellas se desconoce el lugar donde descansan sus restos, por lo que los Stolpersteine son una especie de lápida conmemorativa, un lugar donde honrar su memoria, tal y como demuestra la profusión de flores y mensajes que allí se colocan.
Además, los Stolpersteine no sólo homenajean a las víctimas de la barbarie nazi. Son una voz que se alza contra el fascismo en general, pues, desde hace unos años, el equipo de Demnig está colocando piedras conmemorativas en España, en recuerdo de las víctimas del franquismo. En este caso, para diferenciarlas, la placa donde se inscriben los nombres es plateada.
Que mucha gente está en contra de los Stolpersteine es un hecho. Del total de piedras conmemorativas, 400 han sido robadas por autores desconocidos, lo que da una idea de que el proyecto de Demnig no ha caído bien a todo el mundo. Yo, personalmente, seguiré buscando en los empedrados de Europa aquellos mismos reflejos que me llamaron la atención en Mainz. Es lo menos que podemos hacer por recordar a millones de inocentes y concienciar a las generaciones venideras para no repetir los (tremendos) errores del pasado.