Todas las personas, independiente de su edad, se equivocan. Y, en este sentido, quizá podría ser interesante abrir un debate sobre lo que significa para cada persona cometer un error puesto que probablemente hay muchos matices diferentes en base los diferentes contextos sociales, culturales e individuales.
La cuestión es que cuando consideramos que son nuestros hijos e hijas quienes se han equivocado, a veces, puede resultarnos realmente complejo de sostener. Muchos padres y madres sienten enfado, frustración e impotencia, entre otras, y les parece casi imposible no desbordarse.
Cuando esto sucede, luego suele aparecer la culpa. Por eso, hoy planteamos estrategias que pueden ayudar a las familias a cultivar la calma para poder responder con empatía y desde la regulación, especialmente en las situaciones más complejas.
Los errores son parte del desarrollo
Cuando hablamos de los errores que cometen los niños y las niñas, debemos recordar que su cerebro está en desarrollo. Esto implica que las áreas cerebrales encargadas del control de impulsos, la planificación, la toma de decisiones y la regulación emocional todavía están en proceso de maduración.
Debido a que la corteza prefrontal —que es la principal área encargada de todo lo anteriormente mencionado— no se acaba de desarrollar hasta bien entrada la adultez, es importante que nos informemos sobre lo que podemos esperar realmente de nuestros hijos en función de su momento vital.
Así pues, lo que en algunas ocasiones se puede considerar un error o incluso “mal comportamiento” es, probablemente, una parte fundamental del desarrollo de la criatura. El cerebro necesita probar, equivocarse y volver a intentar para llegar a comprender cómo funciona el mundo que le rodea.
En otras ocasiones, eso que se considera “mal comportamiento” es una expresión del malestar interno que sienten los niños y las niñas. La conducta es la única forma que tienen para poder manifestar este malestar cuando todavía no han aprendido otras herramientas. Sea como sea, es crucial que podamos acompañarlos de la forma más empática posible.
¿Por qué reaccionamos con enfado?
No es posible explicar este tipo de respuestas con un único motivo. Son muchos los factores que intervienen en nuestra forma de reaccionar y puede incluso variar entre las personas.
A nivel individual, aspectos como el estrés del día a día, las expectativas poco realistas sobre nuestros hijos y nuestra propia necesidad de control pueden estar propiciando que tengamos menos paciencia y nos desregularemos más rápido.
Además, un aspecto muy importante es la propia historia personal. En función de lo que hayamos vivido, tendremos, por un lado, unas creencias y valores u otros. Por otro lado, todo lo que hemos vivido deja huella en nuestro organismo y puede ser que algunas situaciones de las que vivimos con nuestros hijos activen nuestras respuestas de lucha o huida inconscientemente.
A nivel social y cultural también hay factores que pueden interferir en nuestra forma de reaccionar, aunque no lo tengamos presente. Por ejemplo, hay una tendencia a pensar, que hemos heredado de generaciones anteriores en las que había menos información, que “si no castigamos, los niños no aprenden” —y hoy sabemos que esto no es así—.
- Artículo relacionado: "La importancia de poner límites y su relación con la autoestima"
Herramientas para responder de forma calmada
Es importante tener en cuenta que cada persona debe tomar consciencia de los motivos que, en su caso concreto, le llevan a desbordarse. En algunos casos será necesario pedir ayuda profesional. Las herramientas que se plantean a continuación pueden ayudar a cultivar la calma y responder de forma más empática, pero quizá algunas personas necesiten trabajar de forma más profunda aspectos de su propia historia personal.
1. Pausa antes de reaccionar
Es cierto que cuando nos desbordamos podemos responder de forma automática y, por tanto, pausar es prácticamente imposible. Sin embargo, es importante que tomemos conciencia de nuestro estado emocional antes de llegar a estos puntos siempre que sea posible. De esta forma, podremos tomarnos unos segundos para respirar de forma consciente y recordar mentalmente que está aprendiendo.
2. Cambia el pensamiento “¿qué le pasa a este niño?” por “¿qué necesita?”
Si pensamos que le pasa algo, probablemente lo estamos enfocando desde el juicio hacia el niño o la niña. Sin embargo, si recordamos que el comportamiento es una forma de comunicación y podemos preguntarnos qué necesita la criatura (descanso, comida, contacto, afecto, etc.), es más fácil que entendamos la función del comportamiento, el para qué, y respondamos de una forma más empática.
3. Ayúdate del cuerpo para calmar tu mente
Hay ciertas estrategias que ayudan a que nuestro sistema nervioso se comprenda que no está en peligro y, por tanto, se calme. Algunas de ellas son: caminar descalzo y notar el suelo en los pies, tocar texturas diferentes, observar la sala en la que nos encontramos de forma detallada, focalizar en la respiración o tocar nuestra cara suavemente.
4. Conecta antes de corregir
Es importante que les ayudemos a regularse y, para ello, necesitan conectar con nosotros/as primero. Ponernos a su altura, mirarles a los ojos y hablarles con respeto y un tono tranquilo es imprescindible. Además, para su desarrollo emocional es de gran ayuda que nombremos sus emociones y las.
5. Enseña con consecuencias lógicas y naturales, no con castigos
Los castigos impuestos no suelen enseñar lo que realmente queremos que nuestros aprendan. Por ejemplo, si se derrama el agua al ponerla en el vaso y le castigamos solo en su habitación, lo que está aprendiendo es que el afecto de los adultos depende de su desempeño y que si no es “perfecto” no le quieren. La consecuencia lógica si se derrama agua, es limpiarla. Si no sabe cómo hacerlo, podemos enseñarle; si ya sabe, puede hacerlo solo. Sea como sea, es importante que entienda que nuestro amor no depende de sus errores o logros.
6. Revisa tus expectativas
Tal y como mencionábamos anteriormente, es necesario que nos informemos sobre lo que es adecuado esperar en cada etapa del desarrollo para poder ajustar nuestras expectativas y no exigir más de lo que pueden asumir.
7. Sé el modelo de lo que quieres enseñar
Si queremos acompañar a nuestros hijos de forma sensible, empática y respetuosa, es crucial que nos cuidemos. Asegurar las horas suficientes de descanso, una alimentación equilibrada, tener espacios para uno/a mismo/a y pedir ayuda al entorno o a profesionales cuando es necesario son necesidades básicas. Cuidarnos es importante porque, aunque quizá no seamos conscientes, estamos transmitiendo a nuestros hijos el mensaje de que es importante que hagan cosas para su propio bienestar y se cuiden.
¿Qué hacer si ya he perdido la calma?
Ya decíamos antes que son muchos los factores que nos llevan a desbordarnos y responder de formas que no nos hacen sentir bien. Esto nos sucede a todos porque somos humanos y tenemos recursos limitados.
Si bien podemos trabajar para que esto suceda lo mínimo posible, quizá no podemos garantizar que nunca vaya a suceder. Por eso, es importante asegurarnos de que, si en algún momento perdemos la paciencia y la calma, reparamos el daño después.
Cuando somos capaces de mostrarnos vulnerables, pedir disculpas a nuestros hijos y explicarles que nos hemos desbordado —pero que eso no ha sido justo para ellos porque no es su responsabilidad—, estamos siendo también un modelo de responsabilidad afectiva y emocional. La reparación es un aspecto clave en la crianza porque tiene un fuerte impacto positivo en el cerebro.
¿Te interesa este contenido?
¡Suscríbete a “La vida con hijos”!
Nuevo newsletter de contenido exclusivo sobre crianza, educación y pareja.
Al unirte, aceptas recibir comunicaciones vía email y aceptas los Términos y Condiciones.

