En 323 a.C., moría el gran conquistador Alejandro Magno, pero su legado permanecería vivo en la figura de sus diádocos o sucesores, que establecieron las dinastías helénicas que más tarde reinarían en los territorios conquistados por el macedonio. Se iniciaba así el llamado “periodo helenístico”, en el que la cultura y el idioma griegos se expandieron por regiones de Oriente que nunca habían tenido contacto con Grecia, o muy mínimo.
El arte helenístico, pues, debe enmarcarse en este periodo de expansión helena. Sin embargo, y en contra de lo que muchos creen, el arte helenístico no es homogéneo, y en cada ciudad y región se desarrolló de una manera concreta. En el artículo de hoy hablamos de las características del arte helenístico, el último periodo artístico de la Grecia clásica.
¿Qué es el arte helenístico?
El primero que utilizó el término "helenístico" para referirse a la cultura griega que nace tras la muerte de Alejandro Magno fue el historiador alemán Johann Gustav Droysen (1808-1884), en su obra Geschichte des Hellenismus (1836-1843). Así, pasó a definirse el periodo helenístico o alejandrino como el comprendido entre la muerte del rey macedonio en 323 a.C. y la derrota de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio (31 a.C.). Es decir, que el período helenístico comprende, a grandes rasgos, los últimos siglos anteriores a Cristo, y se expande por todas las regiones con influencia griega.
La cultura helenística hace referencia a todas las manifestaciones culturales del periodo. Especialmente conocidas son las escuelas filosóficas helenísticas, en las que se enmarca, por ejemplo, el epicureísmo. En este artículo, sin embargo, nos centraremos en el arte; en concreto, en la escultura, que vivió una época de cambios que lo alejaron significativamente del anterior periodo clásico pero que, sin embargo, conservaban (o intentaban conservar) toda su esencia.
Características del arte helenístico
En general, el arte de la época helenística se caracteriza por un acercamiento a los motivos realistas y cotidianos, así como por un mayor dinamismo en la composición y las formas. Baste tan sólo comparar el Doríforo de Policleto (en portada), de equilibrado y contenido estilo clásico, con el Laocoonte, una de las esculturas clave del periodo helenístico, que muestra una feroz convulsión y un destacado dramatismo.
Por otro lado, también características de la época son las formas anatómicas contundentes, de las que, de nuevo, el Laocoonte es un magnífico ejemplo.
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El contexto social: después de Alejandro Magno
Tras la desaparición del gran conquistador macedónico, el imperio que había construido no duró demasiado; pronto se resquebrajó en diversos reinos que pasaron a ser gobernados por las tres dinastías inauguradas por sus generales. Por un lado, la dinastía ptolemaica en Egipto (a la que pertenecería su reina más famosa, Cleopatra); por otro, la seléucida en Siria y la antigónida en la vieja Macedonia.
Moría el sueño imperial de Alejandro, pero la cultura helena se expandía por rincones que, hasta entonces, nunca habían tenido contacto con Grecia, o muy mínimo. A partir de entonces, la población nativa se “helenizaría”, aunque, para ser exactos, las capas más helenizadas de la sociedad fueron las élites; las que tenían, en suma, en sus manos el poder de financiar un arte adecuado para un nuevo periodo.
De esta forma, proliferan en los territorios helenizados diversas escuelas helenísticas, de las cuales sobresaldrán las dos escuelas de Pérgamo, instaurado como reino en 282 a.C., que tuvieron su cúspide durante el denominado Helenismo Pleno. Esta división del helenismo en etapas (Helenismo temprano, Helenismo pleno y Helenismo tardío) no deja de ser, como cualquier otra clasificación, un tanto arbitraria, y debemos ir con cuidado a la hora de estudiar cada etapa. Sea como fuere, lo cierto es que los monarcas de Pérgamo (en Asia Menor) iniciaron un programa propagandístico que se basaba en la identificación de las guerras que sostenían contra los “bárbaros” (en concreto, contra los gálatas) con las antiguas Guerras Médicas que enfrentaron a Atenas y Persia.
En esta gran propaganda artística destaca el Altar de Zeus, conservado actualmente en el Museo de Pérgamo de Berlín; su monumental entrada, con un podio muy elevado, ofrece al espectador la sensación de que la construcción es mucho más voluminosa de lo que en realidad es. Por otro lado, dos de las esculturas más reconocidas del periodo helenístico corresponden a la escuela de Pérgamo; se trata de los dos galos, llamados respectivamente Gálata Ludovisi y Gálata herido, que muestran a dos guerreros galos o gálatas tras la derrota. El primero se suicida tras matar a su esposa, mientras que el segundo, herido de muerte, es representado con auténtica dignidad y respeto.
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Teatralidad, fuerza y dinamismo
En las anteriores esculturas citadas se muestra (especialmente en la primera) un elevado dramatismo. En el Gálata Ludovisi, el guerrero derrotado sostiene a su esposa ya muerta mientras eleva teatralmente la espada para darse muerte a sí mismo. Se trata de la clásica escultura del periodo helenístico, muy lejos ya del contenido equilibrio de las obras del periodo clásico.
Por otro lado, la contundencia de la musculatura del gálata es también característica de la época helenística. En el famoso Laocoonte, de la escuela de Rodas, vemos mucho mejor este aspecto: el sacerdote troyano es representado como un auténtico titán de elevada estatura y grandioso volumen, muy musculado. Cuenta el mito que Laocoonte avisó a los troyanos del peligro que suponía admitir el caballo de madera dentro de sus murallas y, como castigo, los dioses le enviaron, a él y a sus dos hijos, unas serpientes marinas para que acabaran con ellos. En la escultura vemos al sacerdote luchando ferozmente contra los monstruos, así como a sus dos hijos; su boca entreabierta, la mirada elevada al cielo y las manos extendidas en un intento desesperado de huir son típicas del dinamismo helenista.
Característico del periodo helenístico es presentar el clímax del momento, de forma muy parecida a lo que mucho más tarde hará el Barroco (y por eso, muchos autores se refieren al helenismo como barroquizante, aunque no hace falta decir que esta denominación es absolutamente anacrónica).
Vida cotidiana
Además de su fuerza expresiva, el arte de la época helenística se caracteriza también por un acercamiento a las escenas cotidianas, alejándose así del idealismo imperante en el periodo clásico anterior. Esta naturalización de las escenas se percibe incluso en la representación de los dioses, que son mostrados ejerciendo actividades diarias, aparentemente triviales.
Por ejemplo, las famosas Venus frígidas o Venus del baño, que presentan el momento en que Afrodita, la diosa griega del amor equivalente a la Venus romana, sale de un placentero baño. El tema sirve de excusa al artista para representar un desnudo femenino, que en la antigua Grecia era un auténtico tabú. De hecho, no se conocen desnudos de mujeres anteriores a Praxíteles, que con su Afrodita de Cnido causó un verdadero escándalo al mostrar a la diosa sin ropa. Eso sí, Afrodita se cubre los genitales, con un gesto de pudor que para nada existía en los desnudos masculinos.
Otra escultura helenística de singular belleza y que retrata un instante de la cotidianidad es El Espinario o Niño de la espina, donde vemos a un muchacho sentado intentando quitarse de la planta del pie la espina que se le ha clavado. Como el resto de las esculturas helenísticas, para advertir todos sus detalles es necesario “darle la vuelta”, a diferencia de las esculturas de época clásica, la mayoría ideadas para ser contempladas frontalmente.
Resonancias clásicas
A pesar de estas innovaciones, no debemos pensar que el arte helenístico es una ruptura con el anterior arte clásico. Nada más lejos de la verdad. De hecho, ya hemos visto cómo la ciudad de Pérgamo intentó relacionar su propio arte con el de la Atenas de las guerras con los persas. El arte helenista no es, pues, un rompimiento con los cánones clásicos, sino una evolución de los mismos.
En la famosa Victoria de Samotracia (s. II a.C.), advertimos que el artista, por ahora desconocido, ha utilizado la antigua técnica llamada de los “paños mojados” para resaltar la carne de la diosa Niké por debajo de sus ropas; una técnica que ya vemos en el Friso de las Panateneas de Fidias del Partenón, y que seguirá usándose también en época romana.
La verdadera innovación de esta Niké (Victoria) es el dinamismo de los ropajes que, con sus feroces curvaturas y repliegues, parecen ondear al viento. En el helenismo ya no hay espacio para una equilibrada caída de las telas, sino que, parejo a los nuevos tiempos, se hace hincapié en el movimiento.