Poner la mesa. Recoger las toallas. Alimentar al perro. Las tareas del hogar, simples y cotidianas para los adultos, pueden convertirse en poderosas herramientas de desarrollo emocional, cognitivo y social para los niños. Y lo más importante: pueden incorporarse desde muy temprana edad, sin caer en la trampa del castigo, la bronca o la amenaza.
En este artículo, exploramos cuándo y cómo iniciar a los niños en las tareas domésticas, qué dice la ciencia al respecto y qué recomiendan especialistas como Verónica Pérez Ruano, psicóloga infantojuvenil y directora de Raíces Psicología.
La ciencia habla claro: las tareas del hogar son beneficiosas
Durante años, distintos estudios han confirmado lo que muchas familias han observado de forma empírica: hacer tareas domésticas no solo enseña responsabilidad, sino que mejora el desarrollo integral de los niños. Un estudio publicado en el Journal of Developmental and Behavioral Pediatrics, que siguió a casi 10.000 niños desde jardín hasta tercer grado, halló que los niños que realizaban tareas del hogar desde pequeños tenían mejores resultados académicos, habilidades sociales más sólidas y mayor satisfacción con la vida.
Otro estudio, esta vez en la Revista Australiana de Terapia Ocupacional, demostró que los niños de entre 5 y 13 años que participaban en tareas del hogar mostraban una mejor memoria de trabajo y mayor control inhibitorio —habilidades fundamentales para la autorregulación y la toma de decisiones—. Incluso en contextos de salud adversa, los efectos positivos se mantienen. Una investigación en la Revista de Investigación de Terapia Ocupacional encontró que jóvenes con enfermedades crónicas que hacían tareas domésticas regularmente eran más capaces de gestionar su salud de forma autónoma y comunicarse eficazmente con el personal médico.
El mensaje es claro: hacer tareas en casa no es una carga, es una inversión en el desarrollo de nuestros hijos.
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¿A qué edad empezar?
La respuesta de Verónica Pérez Ruano, especialista en infancia, es clara: cuanto antes, mejor. Desde muy pequeñitos —incluso antes del año— pueden empezar con acciones simbólicas como tirar su pañal al cesto. De los 0 a los 3 años, están fascinados con tareas que implican trasvasar, meter, sacar… como meter ropa en la lavadora o recoger cosas. Es parte de su desarrollo psicomotor y les da un enorme sentido de pertenencia.
Según la psicóloga, la clave está en aprovechar su impulso natural por imitar, en lugar de imponer una obligación. Tener escobas pequeñas a su altura o dejarlos participar en la cocina no solo es funcional, sino también motivador. Hasta aproximadamente los 6 años, la mayoría de los niños viven estas tareas como un juego. “El problema no es empezar pronto, el problema empieza más adelante, cuando ya no les apetece tanto”, nos dice Verónica Pérez. Ahí es cuando hay que cambiar el enfoque para no convertir las tareas en una lucha de poder.
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Tareas, pero sin amenazas: ¿cómo lograrlo?
Una de las grandes preocupaciones de madres y padres es cómo hacer que las tareas no se conviertan en castigo, bronca o fuente de conflicto constante. Para eso, Pérez Ruano ofrece una serie de claves prácticas:
- El ejemplo primero. Si tú estás sentada en el sofá y le pides que limpie su habitación, no lo va a entender. Pero si te ve a ti recoger, barrer o guardar cosas, la dinámica cambia por completo. Compartir los momentos de orden como parte de una rutina familiar y no como una orden unilateral es fundamental para evitar la resistencia.
- Menos órdenes, más colaboración. “No le digas ‘haz tu cama’, di ‘vamos a hacer las camas juntos’”, sugiere la psicóloga. Así se sienten acompañados, no mandados. Los niños —sobre todo a partir de los 6 o 7 años— quieren autonomía, pero también conexión. Sentir que hacen algo “con” el adulto y no “para” el adulto es una gran diferencia emocional.
- Sin premios. “No soy partidaria de darles recompensas por tareas del hogar. Cuando hacemos eso, toda la atención se va al premio, no a la acción. Y si un día no hay premio, ¿por qué hacerlo?”, comenta Pérez Ruano. Las tareas no deben ser “intercambiables” por tiempo en pantalla o dulces. Deben integrarse como parte de la convivencia diaria, igual que comer o dormir.
- Validar el desagrado. “Claro que no siempre van a tener ganas. Podemos decir: ‘Entiendo que no te apetece ahora recoger tu habitación, pero hay que barrer y con tantas cosas en el suelo no se puede’. Les validamos, pero mantenemos el límite”, explica la psicóloga. Educar no es evitar el malestar, sino enseñar a gestionarlo con respeto y empatía.
- Repetición + buen humor = éxito a largo plazo. Es mucho más fácil hacerlo nosotras mismas y acabar antes, pero sostener esa incomodidad y repetir es parte de la crianza. “Y siempre, el humor ayuda muchísimo. ‘¿Hacemos una carrera a ver quién recoge más rápido?’ funciona genial”, apunta la experta.
- Elección y variedad. Rotar las tareas semanalmente, permitir que elijan dentro de una lista y darles cierta autonomía con acompañamiento son estrategias que también aumentan su implicación y entusiasmo.
¿Y si ya tienen muchas actividades escolares?
Un argumento común entre muchas familias es que los niños ya tienen demasiadas responsabilidades: colegio, deberes, inglés, fútbol, etc. ¿Es justo pedirles más?
La psicóloga responde con claridad: “Esto no es una tarea extra como una clase más. Es parte de vivir en familia”. Y no hablamos de que frieguen todo el piso, sino de pequeños actos como poner su plato en la mesa o recoger sus juguetes. Son tareas que no compiten con el juego ni con el descanso, pero sí crean hábitos que perduran.
Además, cuando los niños no participan en la vida doméstica, no solo pierden habilidades prácticas: pierden la oportunidad de valorar el trabajo que hay detrás del cuidado del hogar. “No podemos cargar a los niños con todo, pero tampoco a las madres. Si los niños no valoran el trabajo doméstico, de adultos no sabrán asumirlo. Y serán parejas, padres, ciudadanos. Estamos educando para la convivencia futura”, recuerda la psicóloga.
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