Seguramente has escuchado en más de una ocasión esta expresión. Quizá incluso te la dijeron a ti en tu infancia y ahora cuando tus hijos te interrumpen, te reclaman o se desbordan emocionalmente piensas —o te dicen— que está intentando llamar tu atención.
A veces, los comentarios que señalan que un niño “está llamando tu atención” van de la mano de “te está manipulando”. Sin duda, para la gran mayoría de personas que una criatura busque la atención de sus figuras de apego es algo que se interpreta como negativo.
¿Y si en vez de intentar manipular estuviera intentando conectar emocionalmente? A lo largo de este artículo planteamos otra forma de entender el “llamado de atención” durante la infancia basándonos en la conexión emocional, la teoría del apego, la neurociencia relacional y el enfoque del círculo de seguridad.
Llamada de atención: ¿mito o realidad?
Es probable que esta idea de que los niños intentan llamar la atención de los adultos —y manipular— se haya transmitido durante décadas puesto que antes se consideraba que los niños eran adultos en miniatura. Sin embargo, esta concepción se aleja de la realidad y no contempla la complejidad del desarrollo humano.
Desde esta mirada, se planteaba que para eliminar todos aquellos comportamientos infantiles considerados inadecuados o incluso indeseables, los adultos tenían que ignorar o castigar a las criaturas. Lo que se tenía claro era que si se prestaba atención en esos momentos, los comportamientos “disruptivos” iban a seguir.
El problema con esta forma de entender a los niños y las niñas es que no tiene en cuenta su desarrollo cerebral y emocional. Hoy en día sabemos que los niños pequeños no tienen esa capacidad manipulativa porque la maduración de su cerebro no lo permite. Además, carecen también de herramientas para comunicar lo que les sucede y la forma de expresarse es mediante el comportamiento.
Todas las personas necesitan atención de su entorno porque somos seres sociales que dependen, en mayor o menor medida, de otros seres. Al etiquetar a los niños y las niñas de “manipuladores” por querer esta atención de sus adultos de referencia estamos invalidando una de sus necesidades más básicas: la conexión emocional.
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La conexión como necesidad básica
Al nacer somos seres totalmente dependientes de nuestras figuras de apego. La conexión que se establece durante los primeros meses de vida es lo que asienta las bases para conseguir la sensación de seguridad interna. Especiamemnte durante los primeros meses y años de vida, todos los niños —aunque, de hecho, los adultos también— necesitan sentirse vistos, comprendidos y sostenidos por sus figuras de apego.
Esa “llamada de atención” es, en realidad, una estrategia de supervivencia emocional. La teoría del apego de Bowlby defiende que el vínculo afectivo (apego) seguro con un cuidador estable es crucial para que pueda producirse un desarrollo mental y emocional adecuado.
El comportamiento de un niño nos habla de una necesidad no cubierta. Así pues, cuando llora, grita, se aferra, se opone, se aísla o tiene cualquier otro comportamiento de los que socialmente se consideran “malos” son intentos de conexión y restauración del vínculo.
Los niños no buscan atención porque es algo puntual. Los niños buscan conexión, establecer una relación fuerte y sólida que les dé seguridad física y emocional. La forma en la que buscan esta conexión a los adultos puede parecernos caótica, pero para ellos es un intento desesperado de asegurarse de que siguen siendo importantes y de que la figura de apego sigue disponible para él o ella.
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Las necesidades emocionales de una criatura de forma visual
Para comprender mejor esta idea, podemos recurrir a una metáfora visual. El comportamiento de una criatura es la punta de un iceberg, es decir, la parte visible. Sin embargo, debajo de lo que vemos se esconde todo aquello que le ha llevado realmente a comportarse así: necesidades no cubiertas, emociones intensas y abrumadoras, falta de recursos para regularse o expresarse…
Si castigamos a una criatura por su comportamiento y únicamente respondemos a esta conducta, estamos perdiendo la oportunidad de comprender qué trata de decirnos. Y tampoco sabremos cuál es la necesidad que no tiene cubierta, no sabremos cómo podemos ayudarle.
El modelo del círculo de seguridad explica de una forma sencilla y visual lo que nuestros hijos e hijas necesitan: equilibrio entre la exploración y el sostén emocional (seguridad) de las figuras de apego. Si visualizamos un círculo, en la parte superior vemos unas manos adultas que se abren y permiten que la criatura salga a explorar el mundo. En la parte inferior vemos esas mismas manos que recogen a la criatura para ofrecer consuelo y seguridad emocional.
El rol del adulto es acompañar a la criatura, dar sostén, presencia y seguridad emocional suficiente como para que pueda salir a explorar el mundo y saber que puede volver al refugio emocional siempre que lo necesite. Si no validamos esta necesidad de regresar al espacio seguro y les brindamos la oportunidad de hacerlo, es más probable que expresen su malestar mediante la conducta para “llamar nuestra atención” y buscar la conexión.
Conectar incluso —o especialmente— en los momentos difíciles
Ahora que comprendemos que el cerebro de un niño/a está en pleno proceso de desarrollo, pero que sigue siendo muy inmaduro debemos cambiar la forma de interpretar sus comportamientos. Cuando gritan, lloran, desafían y tienen rabietas es cuando más necesitan de nuestro sostén y nuestra regulación.
Es importante que dejemos de ver esas actitudes que tanto nos incomodan como un intento de manipulación que debemos eliminar. La idea que más se ajusta a la realidad —explicada con la neurociencia— es que los momentos de desbordamiento emocional (rabietas) son señales que nuestros hijos/as nos envían para pedir ayuda y debemos atenderlas.
Nacemos programados para la corregulación. Cómo nuestro cerebro se está formando, la corteza prefrontal —encargada de la lógica, el razonamiento, la toma de decisiones, la planificación y la regulación emocional, entre otras— no funciona como en un cerebro adulto.
Sin embargo, las emociones sí se sienten de forma muy intensa y, por eso, los niños y las niñas necesitan que los adultos les “presten” su regulación. Algunos autores plantean que en momentos de desbordamiento emocional, los adultos deben ser los “cerebros auxiliares” de los niños.
El cambio de enfoque puede ser complejo al principio, igual que también puede serlo acompañar a las criaturas y ayudarlas a regularse. Algunas estrategias que pueden ser útiles son:
- Respirar primero e intentar mantener la calma.
- Bajar a su nivel y establecer contacto visual.
- Validar las emociones (no implica validar el comportamiento o ceder).
- Ofrecer contacto físico (y respetar si no lo quiere).
- No intentar razonar en ese momento, esperar a que la “tormenta” emocional haya pasado.
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