Cómo la depresión provoca muchos problemas de adicción

La relación entre la depresión y las adicciones genera un efecto bola de nieve demoledor.

Cómo la depresión provoca muchos problemas de adicción

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En muchas personas con problemas de adicción, lo primero que salta a la vista no es el alcohol, el tabaco o la cocaína. Lo primero que aparece, aunque nadie lo nombre, es el malestar.

Un estado de fondo que arrastra desde hace meses o años: tristeza, apatía, ansiedad, rabia mal gestionada, cansancio crónico, sensación de vacío.

Malestar al que esa persona intenta sobrevivir como puede, y que muchas veces acaba derivando en una conducta repetida que alivia a corto plazo, aunque complique todo a largo plazo.

No es casualidad que muchos problemas de adicción vayan de la mano de un cuadro depresivo. De hecho, en consulta es muy habitual que alguien pida ayuda por el consumo, pero lo que aparece entre líneas es que no soporta cómo se siente. O cómo ha dejado de sentirse.

Esa incapacidad de sostener el propio estado emocional es lo que, poco a poco, lleva a repetir una conducta concreta que funciona como un parche. La persona no se engancha a la sustancia porque sí, se engancha porque se siente mal. Y en ese contexto, lo que sea que proporcione un poco de alivio se convierte en rutina. En hábito. En dependencia.

La mayoría de adicciones no empiezan por impulso, sino por repetición. Nadie se engancha a la primera copa ni al primer cigarro. Pero si esa copa se convierte en la única forma de dormir, de desinhibirse o de soportar los pensamientos rumiantes, se empezará a repetir. Y con cada repetición, la conducta gana terreno.

Lo mismo ocurre con el cannabis. El primer porro puede ser una curiosidad o una broma entre amigos. Pero si sirve para calmar la ansiedad, si es lo único que hace que “la cabeza se calle”, se convertirá en el recurso de emergencia al mínimo atisbo de malestar. Y de ahí al hábito, y del hábito a la necesidad, hay muy poca distancia.

Este patrón es todavía más claro en los juegos de azar. No hace falta que alguien tenga problemas económicos para empezar a apostar. Basta con que su vida le resulte tan monótona o insatisfactoria que cada partida se convierta en una vía de escape. Cada vez que alguien apuesta, se activa una pequeña descarga de dopamina: una promesa de recompensa. Un estímulo potente que contrasta con la apatía y la falta de motivación que suele acompañar a los estados depresivos.

Y así, sin que nadie lo haya planeado, sin que haya un punto de inflexión claro, la persona se ve atrapada en un ciclo. Se siente mal. Consume algo. Se alivia. Pero luego vuelve el malestar, acompañado esta vez por culpa, problemas de salud, conflictos familiares o consecuencias económicas. Y la única manera que conoce de lidiar con eso… es seguir consumiendo.

El papel del estado de ánimo bajo en el desarrollo de adicciones

Las personas con síntomas de depresión tienen más probabilidades de desarrollar una adicción porque están en una posición vulnerable. No solo por cómo se sienten, sino por cómo piensan y cómo actúan en ese estado.

Cuando alguien arrastra un estado de ánimo bajo durante mucho tiempo, todo le cuesta más. Las cosas que antes generaban placer ya no lo hacen. La motivación desaparece. El cuerpo pesa. El pensamiento se vuelve rígido, negativo, desesperanzado.

Frases como “todo da igual”, “nada va a mejorar”, “no valgo para nada”, se instalan en la cabeza como si fueran verdades. Y desde ese lugar, cualquier alternativa rápida que ofrezca un poco de calma, de euforia o de desconexión, gana puntos.

Por ejemplo, una persona que lleva semanas sin poder levantarse de la cama a tiempo, que ha dejado de quedar con amigos, que ya no encuentra sentido a su trabajo, probablemente no tenga energía para buscar ayuda psicológica, ni para entrenar, ni para poner en marcha hábitos nuevos.

Pero sí puede encender un cigarro. O abrir una cerveza. O buscar una web de apuestas en el móvil. Son conductas sencillas, inmediatas, accesibles. No requieren esfuerzo. Y al menos, por un rato, hacen que deje de doler.

Otro ejemplo: alguien que ha perdido la capacidad de disfrutar de actividades cotidianas (ver una serie, leer, cocinar, charlar) empezará a desconectarse del entorno. El mundo le resultará plano. Como si ya nada mereciera la pena. En ese contexto, una raya de cocaína puede parecer la única manera de volver a sentir algo. Algo que se parezca a la energía, al foco, a la euforia. Aunque sea una trampa. Aunque sea un fogonazo que se paga caro después.

Las personas deprimidas también tienden a aislarse. No es que no quieran estar con otros, es que no tienen fuerza para hacerlo. O piensan que son una carga. O que nadie los entenderá.

Ese aislamiento, además de empeorar el cuadro depresivo, deja vía libre a las conductas problemáticas. Si nadie te ve, si nadie te pregunta, si nadie te ofrece otra cosa, es más fácil esconder una botella o justificar el consumo como “algo puntual”.

El círculo vicioso de las adicciones y la depresión

Una de las características comunes de las adicciones es la progresión. Lo que al principio era un consumo esporádico, poco a poco se convierte en algo más frecuente. Y con el tiempo, deja de tener el efecto deseado. Se necesita más cantidad. O más intensidad. Y cada vez hay más consecuencias: problemas de salud, discusiones, gastos inasumibles, pérdidas laborales o afectivas.

Y todo eso alimenta, a su vez, la tristeza. La rabia. La sensación de estar estancado o de haberlo arruinado todo.

Así es como la depresión y la adicción se retroalimentan. Una alimenta a la otra. Una empeora los síntomas de la otra. Hasta que ya no se sabe qué empezó primero.

A nivel conductual, esto se traduce en una evitación constante. La persona deja de exponerse a lo que le hace sentir mal (trabajo, relaciones, responsabilidades) y se refugia en lo único que aún puede controlar: el consumo. Lo que no sabe, o no quiere ver, es que esa conducta le está robando la capacidad de construir otras salidas.

¿Qué se puede hacer?

Salir de este bucle requiere algo más que “fuerza de voluntad”. Nadie deja de consumir solo porque le digan que está mal. Lo primero es entender qué función cumple esa conducta en la vida de la persona. Qué le aporta. Qué le permite evitar. Porque mientras no se cubra esa necesidad emocional de otra forma, será muy difícil que el cambio se mantenga.

Después, es clave empezar a reconstruir hábitos que estaban dañados: horarios, descanso, movimiento, alimentación, contacto social. No porque sean “mágicos”, sino porque el estado de ánimo se regula cuando el cuerpo y el entorno están mínimamente ordenados. No se trata de hacer mucho, sino de hacer algo. Cada día. Un poco.

También hay que revisar el discurso interno. Esa voz que repite “nunca vas a cambiar”, “todo lo haces mal”, “no vales nada”. Esa voz, cuando manda, empuja al consumo.

Cuestionarla, ponerla en duda, empezar a hablarte con más compasión, no es terapia barata: es una herramienta básica para evitar recaídas. Por último, y no menos importante, hace falta red. Personas que estén cerca. Que pregunten sin juicio. Que no minimicen lo que ocurre, pero tampoco lo dramatizen. Porque nadie sale de una adicción solo. Y menos aún, si arrastra una depresión.

Conclusión

Las adicciones no son solo un problema de sustancias. Son, muchas veces, un síntoma. Una forma aprendida de anestesiar lo que no se sabe sentir, lo que no se puede sostener. Y entre los factores que más alimentan esa necesidad de anestesia está la depresión.

Por eso no sirve tratar el consumo sin mirar el malestar de fondo. Por eso hay que dejar de repetir el discurso de “controla, deja, aguanta”, y empezar a preguntar “¿cómo estás? ¿qué estás evitando? ¿qué necesitas?”. Porque si no se trabaja el dolor emocional que hay detrás, la conducta adictiva siempre encontrará la forma de volver.

Nadie elige sentirse mal. Nadie elige engancharse. Lo que ocurre es que, cuando uno está roto por dentro, agarra lo primero que encuentra para seguir tirando. Y muchas veces, eso que agarra es precisamente lo que más le va a alejar de la vida que quiere tener.

Pero incluso así, hay salida. Con ayuda. Con estrategias nuevas. Con un entorno que no juzgue. Y con un enfoque que entienda que el cambio no empieza con fuerza de voluntad, sino con dignidad.

Luis Miguel Real Kotbani

Luis Miguel Real Kotbani

Psicólogo | Especialista En Adicciones

Profesional verificado
València
Terapia online

Soy Luis Miguel Real, psicólogo especialista en adicciones, y autor del libro de adicciones La Mentira de la Fuerza de Voluntad. Si necesitas ayuda para superar un problema de adicción, ponte en contacto conmigo y empezaremos a trabajar en ello lo antes posible.

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Luis Miguel Real. (2025, septiembre 19). Cómo la depresión provoca muchos problemas de adicción. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/drogas/como-depresion-provoca-muchos-problemas-de-adiccion

Psicólogo

València
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Luis Miguel Real es especialista en adicciones, trabajando sobre todo con personas con problemas con el alcohol, la cocaína o las apuestas. También trabaja con otros trastornos, como la depresión y variantes de ansiedad. Ofrece terapia individual o de pareja, tanto presencial en su consulta privada en el centro de Valencia como online, atendiendo tanto a adultos como con adolescentes, y organiza programas de formación para empresas y organizaciones que lo soliciten.

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