Muchas veces hablamos acerca del pensamiento como si fuese uno de las características exclusivas de nuestra especie. Sin embargo, esto es falto, dado que por un lado muchos animales no humanos también piensan, y por el otro no hay un solo pensamiento, sino varios tipos de este.
A continuación veremos las características del pensamiento divergente, muy relacionado con la creatividad, y de qué manera se diferencia del llamado pensamiento convergente.
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El pensamiento secuencial
El pensamiento es, básicamente, conducta verbal. Aunque no estemos hablando o escribiendo, utilizamos el lenguaje para llegar a ideas e “imágenes mentales” combinando entre sí conceptos. Este proceso por el cual llegamos a conclusiones conjugando categorías y significados se da en todas las formas de pensamiento. Sin embargo, lo que sí varía es el estilo, el procedimiento con el cual utilizamos el lenguaje para crear nueva información.
Normalmente, este proceso es de tipo secuencial. En primer lugar partimos de un hecho ya verbalizado, y a partir de él vamos generando una cadena de conclusiones. Por ejemplo:
- Necesitamos cebolla para cocinar.
- Es domingo y las tiendas han cerrado.
- Los vecinos pueden dejarnos una pieza de cebolla.
- El vecino con el que nos llevamos mejor vive en el piso de encima.
- Debemos ir al piso de encima a pedir cebolla.
El lenguaje es clave en esta operación, ya que cada uno de los conceptos (cebolla, vecinos, etc.) tiene en su significado elementos que nos ayudan a ir tejiendo una línea de razonamiento. Por ejemplo, la cebolla es un objeto pequeño que puede caber en una casa o en una tienda, y los vecinos son personas, no lugares que no están disponibles los domingos.
Este estilo de pensamiento es llamado normalmente pensamiento convergente, dado que de todos los elementos semánticos de cada concepto, se elige siempre aquél que encaja en una línea clara de razonamiento, el que tiene un sentido y una relevancia claras en una cadena de operaciones. Por ejemplo, en esta caso nos da igual que las cebollas sean de color marrón, dado que eso no tiene implicaciones importantes para la operación de conseguir uno de estos ingredientes.
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El pensamiento divergente
El pensamiento divergente, tal y como su nombre indica, no se guía por la lógica de hacer encajar la semántica en un esquema más o menos rígido con la finalidad de llegar a una pregunta muy concreta y con un número muy limitado de respuestas. Al contrario: en esta caso, se busca la dispersión, la generación de vías de pensamiento radicalmente diferentes entre sí.
En el pensamiento divergente no se va sobre un raíl cognitivo que va de un punto A (falta cebolla) a un punto B (conseguir este elemento). En vez de partir de un proceso conceptual por el que queremos hacer pasar ciertas ideas, partimos de un estímulo del cual se pueden desprender muchas ideas diferentes.
Por ejemplo, ante la imagen de una cafetera, podemos empezar a idear diferentes usos para ese objeto: eso es pensamiento divergente y, de hecho, esta clase de ejercicios son los propuestos para medir creatividad desde las pruebas de la inteligencia triárquica de Sternberg.
La importancia de este proceso cognitivo en la creatividad
No cabe duda de que el uso habitual del pensamiento convergente es indispensable para nuestra supervivencia. Al fin y al cabo, no vivimos en un mundo ideal en el que podemos estar creando ideas nuevas con total libertad por el simple hecho de hacerlo; necesitamos responder ante necesidades concretas que requieren unas acciones determinadas y no otras.
Sin embargo, el pensamiento divergente también es importante si no queremos vivir toda nuestra vida sobre unas presuposiciones que vienen dadas desde fuera. El pensamiento lateral nos permite deconstruir ideas que nos parecían evidentes por sí mismas hasta que decidimos descomponerlas en varias rutas cognitivas que hasta el momento quedaban inexploradas.
Esto es útil en el arte, por ejemplo, ya que es una forma de expresión basada en el uso innovador de elementos ya conocidos (luces, colores, texturas…). Pero también es útil en nuestro día a día.
Por ejemplo, gracias al pensamiento divergente podemos ver nuestra propia identidad de un modo radicalmente distinto, crear narraciones alternativas de lo que ocurrió. Unas que no sean necesariamente falsas, sino tan apropiadas como las que hasta entonces solo permanecían vigentes por el hecho de no contar con explicaciones que rivalizasen con ellas.
Además, el pensamiento divergente ayuda a cuestionar la propia ideología, la lente moral y política a través de la cual vemos la realidad. Esto hace que seamos más sensibles a ideas de otras personas cuyas ideas, aunque no compartamos, podemos llegar a comprender y, a partir de ahí, encontrar formas de empatizar.
De todo esto se deriva que la creatividad cognitiva es el mejor antídoto contra el fanatismo. La razón es simple: pone en jaque cualquier dogma y ayuda a detectar explicaciones que no se basan en las elaboradas creencias de sistemas de ideas impuestos por sectas, grupos reducidos que castigan la diversidad de opiniones y otros círculos sociales parecidos. Por eso mismo, el pensamiento divergente es algo a reivindicar.
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