La meditación es una gran aliada que nos ayuda a lograr una buena relación con nuestra parte egoica.
En este sentido, el ego es una estructura mental creada básicamente para asegurar nuestra supervivencia. Se trata de una falsa personalidad que aparece sutilmente y, en la mayoría de las situaciones, resulta complicado detectar su aparición.
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Meditación y relación con nuestro "Yo"
Cuando éramos pequeños aprendimos que, para recibir amor, debíamos ser o actuar de una manera concreta. Por ejemplo, podemos habernos encontrado con situaciones en las que se nos decía; “si no te acabas todo lo que hay en el plato, mamá no te va a querer”. Las palabras son poderosas, y aunque nuestros familiares formularan este tipo de expresiones para favorecer nuestro crecimiento, estas pueden causar estragos en nuestra vida adulta.
En el ejemplo anterior podemos observar cómo el amor materno, el cual debería ser incondicional, se ve condicionado por una conducta que debe realizar el infante. Es probable que en la adultez mostremos conductas alteradas en relación con la comida y que repitamos este patrón. Por ejemplo, podemos observar las consecuencias en el momento en el que el adulto come de manera compulsiva sin dejar una solo miga en el plato para de este sentir que es digno de amor.
Esta situación es tan solo un ejemplo de las consecuencias de creer que no somos dignos de amor por el mero hecho de ser. Existen otros casos en los que el niño aprendió que, para obtener la aprobación de su padre, debía ser uno estudiante excelente, y cuando llega a la adultez es posible que permanezca condicionado, en cierta medida, por el aprendizaje que realizó.
Estas situaciones son un generador de estrés para la persona y un caldo de cultivo para que se creen situaciones frustrantes para el individuo, pues seguramente realizará ciertas acciones que están condicionadas por el temor a no recibir el amor que cree merecer.
Otra situación que suele darse comúnmente es la de obligar al infante a ser cariñoso. Por ejemplo, supongamos que aparece la visita de un familiar al hogar del infante y que la madre le dice al pequeño: “Dale un beso a tu abuela. ¿Acaso no la quieres?”.
Observando el mensaje que esconde esta frase, que a simple vista parece totalmente inofensiva, nos daremos cuenta de que la madre está condicionando la manera en la que el infante debe mostrar amor.
Probablemente, cuando el niño llegue a la adultez, colmará de besos a su pareja para demostrar su afecto incluso cuando no le apetezca realmente.
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No existen conductas buenas o malas, sino potenciadoras o limitantes
Supongamos que cualquiera de estas situaciones conlleva consecuencias negativas para nosotros; en ese caso, detectar cuál fue el patrón que aprendimos de pequeños para recibir amor puede ser de gran ayuda para modificar estas conductas limitadoras.
La auténtica personalidad se ve camuflada por este personaje que hemos creado que, evidentemente, necesitamos para poder convivir en sociedad. La clave consiste en encontrar el equilibrio entre la máscara que utilizamos para poder relacionarnos socialmente y nuestra verdadera esencia.
Existen personas que pueden quedar atrapadas en las estrategias del ego, causando un gran sufrimiento en sus vidas. En ocasiones podemos encontrarnos actuando de manera incoherente y, entonces aparece una lucha interna entre lo que creemos que debemos ser y lo que realmente consideramos que somos.
Evidentemente, no debemos pretender destruir a la figura egoica, sino detectar cuál es su funcionamiento para evitar que esta tome el control de nuestras vidas, ya que realmente el ego no es negativo, sino que aparece para asegurar nuestra evolución.
El cuerpo conserva la misma inteligencia que la mente, pero solemos identificarnos más con el mundo de las ideas; sin embargo, nuestras creencias no nos definen y tampoco lo hace la experiencia de vida que estemos transitando en este momento.
Al identificarnos en exceso con el entorno o con los pensamientos que tenemos, estaremos reduciendo el significado de nuestra existencia. Nos anticipamos a lo que puede ocurrir en un futuro para intentar prevenir cualquier situación amenazante y eso puede generar un malestar asociado a la desconexión con nuestro presente.
La clave está en darnos cuenta de cuándo esos pensamientos nos repercuten negativamente, y aumentar nuestro nivel de consciencia para poder volver al momento presente cada vez que lo deseemos.
Tomar consciencia de todo nuestro ser implica tener en cuenta los tres pilares básicos que lo conforman: la mente, las emociones y las sensaciones corporales. Si bien la mente es importante, nuestras ideas no son más relevantes que el mundo sensorial.
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El papel de la meditación
Para vivir de manera plena y conectados con el presente, debemos empezar a escucharnos a nivel corporal. Al principio es normal que los pensamientos desvíen nuestra atención impidiéndonos una conexión más profunda con nuestro ser. Te propongo que realices esta práctica que voy a exponer a continuación para que puedas comprobar de manera vivencial lo que estoy explicando.
Busca un lugar en el que poder acomodarte para empezar la siguiente meditación. Realiza un par de respiraciones profundas desde el estómago y, cuando te sientas preparado/a, empieza a darte cuenta de la posición de tu cuerpo. No es necesario que modifiques su estado, sencillamente presta atención a las sensaciones que aparecen.
Observa si existe tensión en alguna parte de tu cuerpo y siente también la temperatura de este. Ahora los pensamientos se van convirtiendo en nubes que pasan enfrente a ti, y vas a observarlas sin darles importancia. Cada vez que aparezca un pensamiento que te aleje del foco, vuelve a dirigir la atención hacia alguna parte de tu cuerpo.
Puedes ayudarte moviendo una extremidad o deslizando una mano por tu rostro, de esta manera distraes a tu mente y devolverás el foco de atención hacia tu cuerpo.
Dedícate unos minutos para realizar un escaneo desde los pies hasta la cabeza y cierra los ojos para favorecer la conexión con tu cuerpo.
¿Qué sensaciones has experimentado?
Esta meditación puede ayudarte a encontrar el equilibrio entre las tres partes que forman tu ser; la parte emocional, sensorial y mental.
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