Mucho de lo que hacemos, pensamos y sentimos en el día a día no tiene que ver tanto con supuestas preferencias, el lugar en el que vivimos o el modo en el que los demás se relacionan con nosotros, sino con algo bastante más sutil: nuestras creencias más profundas.
Y es que por mucho que algunos sigan creyendo en algo parecido a la objetividad, lo cierto es que todas las personas vemos la vida a través de unas gafas conformadas por ideas que nos acompañan desde hace tiempo y que, aunque no prestemos atención, aumentan nuestra propensión de pensar de un modo y no de otro.
Así pues, tener creencias es irremediable, es algo que no podemos evitar. Esto por supuesto, no es malo, ya que es imposible que todo nuestro conocimiento se base en verdades objetivas e incuestionables; necesitamos las creencias para tener algunas ideas claras y no estar dudando constantemente. Sin embargo, cuando aparecen las creencias limitantes, empiezan los problemas. Veamos en qué consisten.
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¿Qué son las creencias limitantes?
A veces, nuestras convicciones pueden llegar a ser nuestras peores enemigas, y las creencias limitantes son un ejemplo de esto.
Se trata de ideas muy enraizadas en nuestra manera de pensar que, en vez de permitirnos alcanzar rápidamente conclusiones que normalmente son acertadas, nos hacen caer una y otra vez en los mismos errores, basados normalmente en mantenernos dentro de la zona de confort y en evitar que nos expongamos a nuevas rutas de pensamiento que nos permitirían desarrollarnos como personas.
En definitiva, estas ideas nos vuelven más propensos no solo a cometer errores, sino también a no ser capaces de reconocer las señales de que la manera en la que estamos pensando no se ajusta bien a la realidad.
6 casos de creencias limitantes
Por supuesto, el abanico de creencias limitantes es muy amplio, así que lo mejor para comprender su alcance y el modo en el que pueden dañar nuestras vidas es ver ejemplos muy comunes de estos. A continuación puedes ver varios de ellos.
1. Si muchas personas creen lo mismo, debe de ser cierto
Es una de las creencias limitantes más comunes, y a la práctica puede llevarnos a confiar prácticamente en cualquier tipo de idea, por disparatada que sea, especialmente en un momento en el que hay tantas personas viviendo en el planeta que cada idea absurda tiene una buena cantidad de adeptos.
Por ejemplo, según esta creencia limitante se puede “defender” la idea de que la raza de cada persona determina su nivel de inteligencia, o que es necesario vestir ropas caras para agradar a los demás. Quien piensa de esta manera no está teniendo en cuenta que la historia muestra hasta qué punto es posible que cientos de miles de personas estén fundamentalmente equivocadas sobre la realidad.
2. Si los demás me reprochan algo, debo de ser culpable
Es muy frecuente que las personas con cierta inseguridad crean que, cuando los demás se enfadan con ellas por algo o se muestran decepcionadas porque no han hecho una acción, siempre tiene que haber un motivo válido que justifique ese sentimiento.
Es cierto que muchas veces el enfado y la decepción son reales y se manifiestan como auténticos a través de las acciones de la otra persona, pero eso no significa que tengan razón de ser. Muchas veces, la falta de asertividad y la tendencia a decir que sí a todo hace que el resto exija más cosas que el resto y que, incluso sin darse cuenta, apliquen otros estándares morales con quien no sabe defender su punto de vista. Pero esto es justamente un motivo más por el que es bueno desconfiar de su punto de vista, en vez de darlo por bueno sin más.
3. Cada persona tiene su media naranja
El mito de la media naranja es una de las creencias limitantes que pueden ser más dañinas, ya que nos lleva a pensar que somos personas incompletas hasta que no encontramos a alguien especial. Pero lo cierto es que no hay ningún motivo por el que debamos pensar que nuestra felicidad o capacidad para adaptarnos al mundo depende de si nos reunimos o no con alguien que por estadística ni siquiera debería de vivir en nuestro continente.
Se trata de una creencia que solo se sostiene si damos por supuesto que existe alguien que ya ha trazado de antemano todas las etapas por las que pasará nuestra vida, haciendo del mundo una especie de “escenario de teatro” en el que hay una serie de elementos convenientemente colocados especialmente para nosotros.
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4. Ver cosas es mejor que hacer cosas
Esta idea es tan absurda que de hecho forma parte de una de las citas célebres y humorísticas de Homer Simpson, es decir, es usada como parte de la caricatura de su personaje. Sin embargo, hay muchas personas de carne y hueso que creen en ella a pies juntillas.
Las creencias limitantes basadas en la pasividad y el sedentarismo son responsables de buena parte de las experiencias que nos perdemos en el día a día, ya que nos ofrecen estabilidad y ausencia de motivos para preocuparnos a cambio de llevar vidas monótonas y predecibles en el que cada día se parece al anterior. Además, no existe la posibilidad de vivir una misma experiencia viéndola o haciéndola: hay cosas que, si no las hacemos, no se viven en absoluto. Salir de la zona de confort es imprescindible para romer el ciclo de las creencias que se confirman a ellas mismas a causa de la falta de estímulos nuevos.
5. Sacrificarse por los demás siempre da sus frutos
El día a día demuestra que apostarlo todo por contentar a los demás no tiene por qué servirnos para obtener algo a cambio, más allá de que el resto se acostumbre a que les asistamos. Esta es una de las creencias limitantes que producen más frustración, ya que los sacrificios que hemos realizado en el pasado para satisfacer a otros nos hacen seguir creyendo fervientemente que estamos en la senda correcta pase lo que pase, para no tener que enfrentarnos a la idea de que nos hemos estado esforzando para nada. Se trata de un fenómeno conocido como disonancia cognitiva.
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6. No tengo el talento suficiente para hacer algo
Los medios de comunicación, así como las burbujas de marketing a través de las cuales nos llega la imagen de las personas más famosas, hacen que tengamos una idea irreal acerca de lo que es el talento. En la gran mayoría de los casos no se trata de una aptitud con la que se nazca, sino que depende básicamente de la práctica y del esfuerzo que se pone detrás.
Está claro que existen diferencias individuales y que ciertas personas tienen más facilidades que otras por motivos que escapan al control de cada uno, como por ejemplo la genética, pero esto solo es relevante en términos relativos, si lo que queremos es estar en el ranking mundial de cierta disciplina. Si no es así, lo más probable es que el conjunto de habilidades con las que hemos nacido sean más que suficiente para llegar a desarrollar un talento increíble; eso sí, si antes hemos demostrado tener la fuerza de voluntad necesaria para ello.