A lo largo de la historia varios pensadores han ido proponiendo interesantes paradojas, muy de difícil solución y que nos hacen pensar sobre hasta qué punto nuestra percepción del mundo puede ser tomada como una verdad.
A continuación vamos a ver una selección de grandes dilemas filosóficos, algunos con nombres y apellidos de grandes filósofos y otros hechos de forma anónima, además de ver algunas de sus posibles soluciones.
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Grandes dilemas filosóficos para reflexionar
Aquí vamos a ver grandes dilemas que dan mucho que pensar.
1. El problema del mal de Epicuro
Epicuro de Samos (341 a.C. - 270 a.C.) fue un filósofo griego que propuso el problema del mal. Se trata de un acertijo que se ha convertido en uno de los grandes dilemas filosóficos de la historia.
Lo curioso del problema del mal es el hecho de que Epicuro, quien vivió antes de Cristo, definió muy bien el problema de creer en el Dios cristiano, algo verdaderamente visionario.
El acertijo de Epicuro parte de que muchas religiones de su tiempo eran monoteístas, como lo es el cristianismo que todavía no había aparecido. En la mayoría de estas religiones la figura de Dios es la de un ser omnipotente, omnisciente y omnibenevolente. Por tanto, Dios lo puede todo, lo sabe todo y siempre hace el bien.
Teniendo en cuenta todo esto, Epicuro se pregunta cómo es posible que exista el mal si Dios reúne esas características. Teniendo en cuenta esto, estamos delante de un dilema:
- Existe el mal porque Dios quiere prevenirlo, pero no puede hacerlo.
- Existe el mal porque Dios desea que exista.
O bien Dios no es omnipotente o bien no es omnibenevolente o bien no es ninguna de las dos. Si Dios puede eliminar el mal y quiere hacerlo, ¿por qué no lo elimina? Y si Dios no puede eliminar el mal y, encima, no quiere hacerlo, entonces, ¿por qué llamarlo Dios?
2. La apuesta de Pascal
Blaise Pascal fue un polímata, conocido por sus avances en matemáticas, que fue el autor de uno de los dilemas filosóficos y teológicos más conocidos.
Su dilema, la apuesta de Pascal, tiene que ver con la existencia del Dios monoteísta, como es el caso del acertijo de Epicuro, solo que aquí Pascal defiende el creer en su existencia. Lo que plantea es que, en términos probabilísticos, creer en Dios es preferible a no creer en él.
Para él, aunque la existencia de Dios fuera una probabilidad minúscula, el simple hecho de creer en él y que Dios existiera implicaría una gran ganancia, la gloria eterna, a cambio de un acto que implica poco esfuerzo.
Básicamente, lo plantea de la siguiente manera:
- Crees en Dios: Si existe, ganas la gloria eterna.
- Crees en Dios. Si no existe, no ganas ni pierdes nada.
- No crees en Dios. Si no existe, no ganas ni pierdes nada.
- No crees en Dios. Si existe, no ganas la gloria eterna.
3. La mala fe de Sartre
Jean-Paul Sartre fue un filósofo francés, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Planteó un dilema conocido como “La mala fe”, en el que señaló que el ser humano es absolutamente libre y, consecuentemente, responsable de su conducta.
Pese a esto, a la hora de asumir la responsabilidad, las personas prefieren “cosificarse”, en el sentido de que prefieren decir que fueron objetos de la voluntad y designios de otros que no responsables de sus propias acciones.
Esto suele verse en casos en los que se han cometido violaciones de derechos humanos, especialmente con los criminales de guerra, afirmando que lo único que hacían era obedecer órdenes, que sus superiores les empujaron a cometer barbaridades.
La paradoja es que hay un punto en el que la persona elige actuar con maldad, con lo cual, realmente, sería libre de hacer lo que quisiera, pero al mismo tiempo, niega su libertad de elección, diciendo que le han presionado.
Según Sartre, en todas las circunstancias el ser humano es libre de elegir entre una u otra opción, pero lo que no siempre hace es asumir las consecuencias de sus actos.
4. Las mentiras piadosas
Si bien esta cuestión no tiene el nombre y apellidos de un autor, sí que es un debate filosófico presente a lo largo de la historia de la filosofía y, en especial, de la moral.
Las mentiras piadosas son consideradas una forma de interacción social que, pese a transgredir la norma de no mentir bajo ninguna circunstancia, una idea verdaderamente muy kantiana, con ellas se evita provocar daño diciendo una verdad incómoda.
Por ejemplo, si un amigo nuestro nos viene con una camiseta que nos parece de muy mal gusto y nos pregunta si nos gusta podemos serle sincero y decirle que no o podemos mentirle para que se sienta bien.
Esta mentira es, en esencia, inofensiva, sin embargo, hemos roto una norma fundamental en toda amistad y en la sociedad en general: no hemos sido sinceros.
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5. ¿Somos responsables de todas las consecuencias?
De acuerdo con el consecuencialismo, planteado por los utilitaristas Jeremy Bentham y John Stuart Mill, lo que importan son los resultados de nuestros actos.
Estos actos y estos resultados pueden ser buenos o malos, pero no necesariamente unos implican a los otros. Es decir, hacer una acción que nos parece buena puede llevar consigo consecuencias nefastas, aunque cabe decir que todo depende de cómo se mire.
Por ejemplo, imaginémonos que vamos a comprar al supermercado. Es posible que nos fijemos en una bolsa de patatas eco y bio, cultivadas por una ONG que paga de forma justa a sus trabajadores del tercer mundo y les ayuda a construir escuelas. Todo esto está muy bien, a primera vista, porque estamos, aparentemente, ayudando a personas que no tienen muchos recursos. Estamos siendo solidarios.
Sin embargo, si lo miramos por el otro lado, quizás nuestras benévolas acciones traen consigo muy malas consecuencias. Por ejemplo, la bolsa de patatas viene en una malla que no es nada eco ni bio, el transporte desde el país de origen hasta nuestro supermercado de confianza implica contaminar y, además, estamos pensando mucho en gente del tercer mundo pero el dinero que nos estamos gastando no lo estamos gastando en comercio de proximidad.
Teniendo en cuenta este ejemplo, podemos plantearlo de dos formas. La buena, que estamos siendo buena gente ayudando a gente sin recursos y la mala es que contribuimos al efecto invernadero. ¿Cómo guiar nuestra conducta si todo lo que hacemos está, esencialmente, mal?
Es difícil prever todos los resultados de nuestras acciones, sobre todo si no disponemos de toda la información.
6. La paradoja del mentiroso
La paradoja del mentiroso tiene su origen en el Nuevo Testamento y en ella se hace el siguiente enunciado: “el cretense Epiménides dice: todos los cretenses mienten”.
Este enunciado es autorreferencial, con una parte de lenguaje objeto y otra de metalenguaje. Para hacer saber si la frase es verdad primero se debe partirla en dos y analizarla por separado.
Lo verdadera o falsa que sea la frase de “todos los cretenses mienten” es independiente de la verdad o la falsedad de la primera parte del enunciado, que es metalingüístico. En la parte de “el cretense Epiménides dice” se estudia si Epiménides dice o no que “todos los cretenses mienten”, mientras que en la parte de “todos los cretenses mienten” se estudia si de verdad mienten o no.
La paradoja se da porque ambos niveles se mezclan, provocándonos un quebradero de cabeza. ¿Epiménides miente porque es cretense? Si miente, entonces, ¿los cretenses no mienten? ¿pero entonces Epiménides, que es cretense, tampoco debería mentir?
Existe un ejemplo muy similar a este y explicado en términos más mundanos:
Tenemos a Pinocchio delante y nos dice que, cuando miente, le crece la nariz. Esto es una verdad, así que no le crece la nariz. Pero ahora va y nos dice que le va a crecer ahora la nariz, y que está seguro de ello. ¿Le crecerá la nariz? Si le crece, ¿nos está mintiendo o nos dice la verdad? Realmente le ha crecido la nariz, pero no sabía si le iba a crecer, ¿o sí?
7. El bote salvavidas sobrepoblado
En 1974, el filósofo y ecologista americano Garret Hardin propuso el siguiente dilema moral. Comparó la Tierra con un bote salvavidas que llevaba 50 personas, mientras que 100 se encontraban en el agua y necesitaban ser rescatadas. El problema era que en el bote solo cabían 10 personas más.
Las personas del bote representaban a los países más desarrollados y ricos, mientras que los que estaban nadando desesperadamente eran los países más pobres. Se trata, pues, de una metáfora sobre la distribución de los recursos en el mundo sobrepoblado en el que vivimos.
Ante la situación, se plantean preguntas como la de que quien decide que 10 personas suben al barco, si se debe lanzar al mar a alguien que esté a bordo pero dé señales de estar moribundo, o el criterio que se debe usar para seleccionar a quien se rescata y a quien no.
La solución planteada por el propio Hardin es que las 50 personas que ya se encuentran en el bote no van a permitir que nadie más suba en el barco, dado que con las 10 vacantes disponibles se tiene un margen de seguridad para nada renunciable.
Como el dilema moral de Hardin se hizo famoso, el Northwest Association of Biomedical Research en Seattle hizo una adaptación del mismo.
En su versión un barco se está hundiendo mientras que se está preparando los botes salvavidas, pero solo hay uno y sólo caben seis personas, siendo 10 los pasajeros que aún están vivos. Estos diez pasajeros son:
- Una mujer que piensa que podría llevar seis semanas embarazada.
- Un socorrista.
- Dos jóvenes adultos recién casados.
- Un anciano que tiene 15 nietos.
- Un profesor de primaria.
- Dos gemelos de trece años.
- Una enfermera veterana.
- El capitán del barco
¿A quiénes salvamos?
8. Tolerar toda opinión
Vivimos en un mundo en el que se fomenta, o al menos eso creemos, la libertad de expresión. Nadie debería prohibirnos decir nuestra opinión, y mucho menos censurarnos o amenazarlos con hacernos daño si no nos callamos.
Pero, al mismo tiempo, también somos conscientes de que hay opiniones que hacen daño a los demás. Es aquí donde surge la cuestión de si es legítimo regular lo que las personas dicen. En otras palabras, hacer callar a según qué personas en función de su opinión.
Los filósofos llevan desde hace mucho tiempo debatiendo sobre qué forma de pensar se debe tolerar y cual no. La libertad de expresión es un asunto delicado, y es difícil establecer unos criterios universales y claros que permitan establecer una clara raya delimitante entre lo políticamente correcto y lo que no. ¿Debemos tolerar la intolerancia? ¿No tolerando la intolerancia nos hace intolerantes? ¿Qué entendemos por intolerancia?
9. ¿Cuándo culpar y cuándo perdonar?
En relación con el dilema anterior, a veces se da la situación en el que alguien nos hace algo malo. Es entonces que, después de pasar por varios sentimientos, tenemos que decidir si perdonar o continuar resentidos, culpando a esa persona de lo que ha hecho, aunque haya sido sin querer o sin ser consciente de las consecuencias de sus actos.
Esto tan mundano ha sido una cuestión filosófica muy debatida a lo largo de la historia, especialmente en situaciones en las que personas quienes han sufrido mucho, como los supervivientes del Holocausto, han perdonado a quienes les hicieron daño, en este caso, los oficiales nazis.
¿Es correcto? ¿Está bien perdonar pese al daño hecho? ¿La culpa y el resentimiento son emociones negativas pero necesarias? ¿Es malo el simple hecho de tener resentimiento?
Desde luego, la culpa y el perdón son dos aspectos fundamentales en nuestra cultura y en nuestra relación con las instituciones, algo que, lamentablemente, se puede ver mucho hoy en día con la gestión gubernamental de la crisis sanitaria. ¿Es justo culpar a nuestros gobernantes de cómo han derivado las cosas?
10. Dilema del tranvía
El dilema del tranvía es un ejemplo ya muy clásico de cómo las personas razonamos moralmente. La situación es archiconocidísima: tenemos un tranvía que está fuera de control por la vía en la que circula. En la vía se encuentran cinco personas que no se han dado cuenta de que viene el vehículo a gran velocidad y los va a arrollar.
Nosotros tenemos a mano un botón con el cual podemos cambiar la trayectoria del tranvía, pero para mala suerte, en la otra vía por la que circularía el tranvía hay una persona que tampoco se ha enterado de la situación.
¿Qué debemos hacer? ¿Pulsamos el botón y salvamos cinco personas pero matamos a una? ¿No pulsamos el botón y permitimos que cinco personas mueran?
11. Dilema del periodista
Un periodista viaja hasta el Amazonas para hacer un reportaje a sus pueblos indígenas. Llegado al lugar, es secuestrado por una tropa de guerrilleros quienes lo dirigen hacia su campamento.
Los secuestrados tienen en el zulo a 10 personas. El jefe guerrillero le entrega una pistola al periodista y le dice que si mata a una de esas diez personas dejará libres a las otras nueve. Sin embargo, si no mata a ninguna, se encargará de ejecutar a las 10. ¿Qué debería hacer el periodista?
12. Dilema de Heinz
Una mujer padece un cáncer que, hasta hacía bien poco, era considerado terminal. Afortunadamente para ella se ha encontrado la cura, solo que hay un problema: la cura es extremadamente cara, valiendo diez veces más que el valor de producción, y solo la tiene un farmacéutico.
El marido de la mujer enferma acude al farmacéutico pidiéndole una rebaja, o bien que le permita pagárselo a plazos, pero el farmacéutico se niega. O paga todo o no tiene el tratamiento. ¿Sería correcto que el marido robara el fármaco para curar a su mujer?
13. Dilema del indulto
Un joven de 18 años tenía problemas con las drogas y necesitaba dinero. Junto con sus amigos se fue a la casa de una mujer viuda que vivía con sus dos hijos. El joven y sus amigos robaron el dinero del colegio de uno de los niños, varios objetos de valor y, encima, recuerdos familiares.
El joven fue detenido y fue sentenciado a una condena de más de dos años, pero no cumple la pena porque tiene un muy buen abogado.
Siete años después, tras haberse reinsertado, casándose y formando su propia familia además de conseguir ser miembro productivo de la sociedad trabajando como peón de obras, la sentencia original es recurrida y se pide que el joven vuelva a pisar la prisión.
El abogado ha pedido que se le haga un indulto, alegando que el joven se encuentra completamente reinsertado. ¿Se le debe conceder el indulto?
14. El dilema del erizo
El dilema del erizo es una parábola escrita por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer en 1851.
Un grupo de erizos se encuentran cerca y sienten, simultáneamente, la gran necesidad de calor corporal en un día muy frío. Para satisfacerla, se buscan los unos con los otros y se van juntando, para así que la proximidad corporal les dé calor, pero cuanto más cerca están, más dolor les causan sus púas. Sin embargo, alejarse no es buena opción porque, si bien se deja de sentir dolor, más frío se siente.
¿Qué vale más? ¿Calor y dolor o frío y no dolor?La idea de la parábola es que cuanto más cercana es una relación entre dos personas más probable será que se hagan daño. Lo ideal es intentar mantener las distancias, pero es muy difícil encontrar el punto idea para que dos seres no se lesiones ni tampoco sientan la falta de calor humano.
Referencias bibliográficas:
- Alop, Jim (2013) Critique and Evaluation of Immanuel Kant's "Respect for Persons" ESSAI: Vol. 11, Article 8.
- Jarvis-Thomson, J. (1985) "The Trolley Problem", 94 Yale Law Journal 1395-1415.