En un mundo marcado por la polarización y los debates intensos, la humildad intelectual se ha convertido en una cualidad esencial, aunque poco comprendida. ¿Qué significa realmente ser humilde intelectualmente? ¿Es simplemente admitir que podemos equivocarnos, o implica algo más profundo? En la vida cotidiana, en la política, la ciencia o las redes sociales, la capacidad de escuchar, cuestionar y aprender de los demás es fundamental para el entendimiento y la convivencia.
Sin embargo, hasta hace poco, la psicología no contaba con una forma clara y consensuada de definir y medir este rasgo.
Definición y concepto de humildad intelectual
La humildad intelectual es una cualidad que va mucho más allá de la simple modestia o la falta de confianza en uno mismo. Consiste, fundamentalmente, en reconocer que nuestras creencias y opiniones pueden estar equivocadas, y en mantener una apertura genuina hacia nuevas ideas y argumentos, incluso cuando estos desafían lo que pensamos. Es la capacidad de escuchar con curiosidad, en vez de reaccionar con hostilidad o desdén ante el desacuerdo.
A diferencia de la inseguridad, la humildad intelectual no implica dudar de todo ni carecer de convicciones. Una persona intelectualmente humilde puede defender sus ideas con argumentos sólidos, pero está dispuesta a revisarlas si se le presentan buenas razones o evidencias en contra. Esta actitud fomenta el aprendizaje continuo y la mejora personal, ya que quien reconoce sus limitaciones está mejor preparado para superarlas.
No debe confundirse tampoco con la ignorancia. La humildad intelectual no es desconocer, sino saber que el conocimiento es siempre parcial y provisional. Por ejemplo, un científico que lleva años investigando un tema puede ser muy experto, pero si es humilde intelectualmente, estará abierto a nuevas teorías o descubrimientos que puedan contradecir sus hallazgos previos.
En la vida cotidiana, la humildad intelectual se manifiesta en situaciones tan simples como admitir que uno se ha equivocado en una conversación, preguntar antes de juzgar, o mostrar interés por comprender puntos de vista diferentes. Es, en definitiva, una actitud que enriquece el diálogo y la convivencia.
El problema de medir la humildad intelectual
Medir la humildad intelectual presenta un reto considerable en la psicología, en gran parte debido a lo que se conoce como las falacias “jingle” y “jangle”. La falacia “jingle” ocurre cuando se utiliza un mismo término para referirse a fenómenos que, en realidad, son distintos; por ejemplo, diferentes escalas pueden hablar de “humildad intelectual”, pero estar midiendo aspectos variados como apertura mental o tolerancia a la ambigüedad. Por otro lado, la falacia “jangle” consiste en emplear términos diferentes para describir un mismo fenómeno, lo que puede llevar a pensar erróneamente que se trata de constructos distintos cuando en realidad son equivalentes.
Estas falacias surgen porque no existe una única forma universal de definir y operacionalizar los conceptos psicológicos. Así, distintos investigadores pueden seleccionar conductas o indicadores diferentes para medir la humildad intelectual, lo que genera cuestionarios y escalas que, bajo el mismo nombre, evalúan cosas distintas, o que, con nombres distintos, evalúan lo mismo. Esto dificulta comparar resultados entre estudios, realizar revisiones sistemáticas y avanzar hacia una comprensión clara del fenómeno.
La falta de consenso en la medición no solo afecta la validez de la investigación, sino que también complica la aplicación práctica de los hallazgos. Si no sabemos exactamente qué estamos midiendo, es difícil diseñar intervenciones eficaces o evaluar el impacto real de la humildad intelectual en la vida cotidiana. Por eso, la psicología necesita herramientas más precisas y consensuadas para superar este laberinto conceptual y avanzar hacia una ciencia más rigurosa y útil.
La nueva escala: Collected Intergroup Intellectual Humility (CIIH)
Para resolver el problema de la falta de consenso en la medición de la humildad intelectual, un grupo de investigadores liderados por Philip Pärnamets, Jay Van Bavel y Mark Alfano desarrolló la Collected Intergroup Intellectual Humility (CIIH) Scale. Esta nueva escala, presentada en un preprint reciente, es el resultado de diez estudios realizados con casi 6,000 participantes. Su objetivo es consolidar las mejores partes de las herramientas existentes en una sola medida integral y fiable.
La CIIH no solo evalúa la humildad intelectual a nivel individual, sino que también introduce una dimensión crucial: cómo se manifiesta este rasgo en contextos grupales, como la política, la religión o las cuestiones raciales, donde las tensiones y la defensa de las ideas suelen ser más intensas. Esto es especialmente relevante en una época marcada por la polarización y el tribalismo social.
La escala identifica cinco dimensiones clave de la humildad intelectual:
- Apertura mental (Open-mindedness): Disposición a considerar nuevas perspectivas y evidencias, incluso si contradicen nuestras creencias previas.
- Defensividad intelectual (Intellectual defensiveness): Tendencia a reaccionar emocional o negativamente ante el desacuerdo, cerrándose al diálogo.
- Arrogancia intelectual (Intellectual arrogance): Falta de interés por aprender o por reconocer la posibilidad de estar equivocado.
- Sentido de superioridad intelectual (Sense of intellectual superiority): Creencia de que uno mismo o su grupo poseen mayor inteligencia o comprensión que los demás.
- Crítica al propio grupo (Ingroup criticism): Capacidad de cuestionar y analizar críticamente las ideas y creencias de nuestro propio grupo, evitando el pensamiento grupal.
Por ejemplo, la escala incluye afirmaciones como: “Para evitar el pensamiento grupal, es importante ser especialmente crítico con las ideas de tu propio grupo” o “Me esfuerzo por analizar críticamente las creencias de mi propio grupo”. Quienes están de acuerdo con estas afirmaciones puntúan alto en la dimensión de crítica al propio grupo.
La CIIH representa un avance significativo porque permite evaluar la humildad intelectual de manera más completa, considerando tanto los factores personales como las dinámicas sociales que influyen en nuestro pensamiento.
¿Por qué es importante la humildad intelectual?
La humildad intelectual es mucho más que una virtud personal: es un recurso fundamental para la convivencia y el progreso social. En un mundo cada vez más polarizado, donde los debates públicos suelen convertirse en trincheras de opiniones irreconciliables, la capacidad de reconocer los propios límites y de escuchar al otro se vuelve esencial. Las personas con humildad intelectual tienden a mantener conversaciones más constructivas, a aprender de los demás y a evitar los conflictos innecesarios.
A nivel individual, la humildad intelectual fomenta el aprendizaje continuo. Cuando admitimos que no lo sabemos todo y que podemos estar equivocados, abrimos la puerta a nuevas ideas y perspectivas. Esto nos permite crecer, adaptarnos y tomar mejores decisiones. Además, reduce el miedo al error y al ridículo, facilitando el intercambio honesto de opiniones.
En el ámbito social, la humildad intelectual ayuda a reducir la hostilidad y la desconfianza entre grupos con visiones opuestas. Por ejemplo, en discusiones políticas o religiosas, quienes practican esta virtud son más capaces de encontrar puntos en común y de construir puentes en lugar de muros. Así, contribuyen a una sociedad más tolerante, democrática y pluralista.
Finalmente, la humildad intelectual es clave para el avance del conocimiento. La ciencia, por ejemplo, progresa gracias a la disposición de los investigadores a cuestionar sus propias teorías y a revisar sus conclusiones a la luz de nuevas pruebas. Sin humildad intelectual, el estancamiento y el dogmatismo serían inevitables. Por todo esto, cultivar esta actitud es una inversión valiosa tanto para uno mismo como para la sociedad.
¿Cómo cultivar la humildad intelectual?
Desarrollar la humildad intelectual no es algo que ocurra de la noche a la mañana, pero sí es una habilidad que puede entrenarse y fortalecerse con intención y práctica.
1. Autoconocimiento
El primer paso es el autoconocimiento: reconocer que todos, sin excepción, tenemos puntos ciegos y prejuicios. Esto implica estar atentos a nuestras reacciones cuando alguien desafía nuestras ideas y preguntarnos honestamente si estamos escuchando para entender o solo para responder.
2. Curiosidad activa
Una estrategia útil es practicar la curiosidad activa. En vez de buscar confirmar lo que ya creemos, podemos esforzarnos por comprender los argumentos y experiencias de los demás, especialmente de quienes piensan distinto. Hacer preguntas abiertas, pedir ejemplos y tratar de resumir el punto de vista ajeno antes de dar nuestra opinión son hábitos que favorecen la apertura mental.
3. Autocrítica
La autocrítica también es fundamental. Revisar nuestras creencias, buscar información que las cuestione y estar dispuestos a cambiar de opinión ante nuevas evidencias son señales de humildad intelectual. No se trata de dudar de todo, sino de sostener nuestras ideas con flexibilidad y honestidad.
4. Entorno estimulante
El entorno juega un papel importante. Espacios educativos que promuevan el debate respetuoso, medios de comunicación que valoren la pluralidad y líderes que modelen el reconocimiento de sus errores ayudan a crear una cultura de humildad intelectual. Finalmente, rodearse de personas diversas y salir de la “burbuja” ideológica nos expone a perspectivas nuevas y nos obliga a poner en práctica esta virtud.
La humildad intelectual es clave para el aprendizaje, el diálogo y la convivencia en una sociedad diversa. Reconocer nuestras limitaciones y abrirnos a otras perspectivas nos enriquece como individuos y como comunidad. Cultivarla es un desafío, pero sus beneficios personales y sociales son incuestionables.


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