¿Quien nunca se ha generado una primera impresión equivocada sobre alguien? Todo el mundo, en mayor o menor medida, juzga a los demás en función de lo que primero se ve.
Es habitual que, si se ve una persona guapa, se asuma que es también carismática y cálida, o si se ve a una persona que lleva gafas de pasta, se presupone que será inteligente y responsable.
Las teorías implícitas de la personalidad se relacionan con la forma en que se hacen inferencias sobre otras personas en base a lo poco que se conoce de ellas. Son ampliamente aplicadas en el día a día y tienen unas profundas repercusiones a nivel social.
Veamos con más detalle su definición, qué factores influyen en la formación de primeras impresiones y cuales son las implicaciones en la sociedad.
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Teorías implícitas de la personalidad: ¿qué son?
Las teorías implícitas de la personalidad son los sesgos que una persona puede cometer cuando se forma impresiones de otras personas a las que no conoce, en base a una cantidad de información limitada.
Ciertos factores influyen en la forma en cómo se generan las primeras impresiones sobre los demás, como lo son el contexto, los prejuicios que tenga el propio individuo, además del estado de humor o los rumores que se hayan extendido sobre la persona prejuzgada.
La primera definición sobre este tipo de teorías fue dada por Bruner y Tagiuri en 1954, definiéndolas como el conocimiento que se tiene sobre una persona y la forma en que se utiliza tal conocimiento para realizar inferencias de su personalidad. Sin embargo, entre los primeros quienes abordaron este concepto está Solomon Ach, quien, a mediados de los 40’, llevó a cabo investigaciones para especificar qué factores influían en la formación de estas primeras impresiones.
Teorías generales sobre este concepto
Dos han sido las teorías que han tratado de explicar en más profundidad cómo y por qué las personas, cuando vemos a otro individuo con unas características y rasgos determinados, generamos inferencias sobre su personalidad, suponiendo su comportamiento y forma de ser.
Teoría de la consistencia
Esta teoría hace referencia en la forma en cómo una nueva impresión generada se relaciona con lo que ya se sabía sobre la persona a la que se juzga.
Si se han visto rasgos positivos en la persona juzgada, es probable que se presuponga que el resto de sus rasgos también son deseables. En cambio, si lo observado era negativo, se presupondrá que la persona tendrá mayormente características no deseables.
Teoría de la atribución
Esta teoría describe cómo las personas ven que los rasgos asumidos en otros individuos se mantienen estables a lo largo del tiempo. Es decir, se ve como si las características atribuidas a otra persona se mantuvieran constantes a lo largo de la vida del otro individuo.
Dentro de esta teoría hay dos posiciones:
Por un lado, la teoría de la entidad, que sostiene que los rasgos de personalidad son estables a lo largo del tiempo y de las situaciones, y que se pueden hacer suposiciones del comportamiento de la persona en términos generales partiendo de un reducido repertorio de sus conductas.
Por el otro lado se encuentra la teoría incremental, que sostiene que los rasgos son algo más dinámico, variable a lo largo del tiempo.
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Factores que influyen en las teorías implícitas de la personalidad
Estos son los elementos que entran en juego en las teorías implícitas de la personalidad.
1. Rasgos centrales vs. rasgos periféricos
Al observarse por primera vez a una persona o recibir información previa sobre ella, los rasgos vistos no son igualmente tenidos en cuenta. Hay rasgos que destacan por encima de otros. Dentro de la investigación llevada a cabo por el propio Asch, esta idea fue fundamental.
Los rasgos centrales son aquello que ejercen un mayor protagonismo y fuerza en la formación de la impresión, mientras que los periféricos son aquellos a los que no se les atribuye tanta importancia, teniendo un menor peso en la formación de la impresión.
Asch pudo observar esto mediante su investigación. En uno de sus estudios, pidió a unos participantes que se formaran una impresión de una persona descrita como ‘inteligente, habilidosa, trabajadora, cálida, enérgica, práctica y precavida’, mientras que a otros les pidió que la hicieran de una persona descrita como ‘inteligente, habilidosa, trabajadora, fría, enérgica, práctica y precavida.
Vio que, pese a cambiarse únicamente un rasgo, las impresiones que se formaban los participantes diferían significativamente. Además, cuando les preguntó que responderán qué rasgos les parecían más destacables, ‘cálido’ y ‘frío’ destacaban sobre el resto.
También, pudo observar que cuando se colocaba un rasgo central visto como negativo, como es el caso de ‘frío’, se imponía su signo, aunque el resto de rasgos periféricos fueran positivos.
2. Efecto de los rasgos del observador
Las personas nos autoatribuimos rasgos. Cuanta mayor importancia le atribuimos a un determinado rasgo sobre nosotros mismos, más probable es que lo veamos en los demás. Claro está, el rasgo en cuestión variará en función de la persona y el contexto ejerce un rol importante.
Por ejemplo, si uno mismo se considera muy extravertido, al encontrar a otras personas extravertidas, la impresión que se generará de ellas tenderá a ser más positiva. También, si uno se ve a sí mismo como más reservado, al encontrarse con personas también poco sociables las verá como más deseables.
Una de las explicaciones detrás de este fenómeno sería la percepción de ver a las personas con características similares a las propias como miembros del endogrupo, al igual que sucede cuando se ve a una persona de la misma etnia, cultura o religión.
Al considerarlas partes del mismo grupo en tanto a una característica de personalidad o rasgo, se tiende a sesgar la primera impresión en términos positivos.
3. Rellenar huecos
A veces, y por muy simple que pueda parecer, las personas, cuando recibimos poca información sobre los demás, procedemos a ‘rellenar los huecos’ que hayan sobre su personalidad, atribuyéndole rasgos coherentes con lo que ya se ha visto.
4. Efecto de primacía
Se otorga un mayor peso a la información que ha sido primeramente recibida en comparación con la que ha venido después.
Los primeros rasgos observados definirán la dirección en la que se vaya haciendo la impresión, haciendo que se analicen en función de lo que ya se ha supuesto primeramente.
5. Estado de humor
El humor puede influir en la forma en la que se genere la primera impresión .
Estar de buen humor favorece que se analice de forma más integral y holística a la otra persona, teniéndose en cuenta todos sus rasgos o tratando de tener la máxima información sobre ella.
En cambio, si no se está teniendo un buen día, es más común optar por una estrategia en la que se centra la atención sobre detalles y rasgos concretos.
Además, hay cierta congruencia con el estado de humor y la impresión que se ha realizado. Si se está de mal humor hay más probabilidad de que la primera impresión que se haga de otra persona sea negativa.
Implicaciones de este tipo de teorías psicológicas
Las teorías implícitas de la personalidad implican muchas consecuencias a nivel social, especialmente cuando se juzga de forma equivocada a los demás. También, se ha sugerido que este tipo de formas de generarse impresiones influyen sobre la memoria a la hora de recordar a los demás, recordándose, especialmente, los rasgos y conductas vistas en la persona que son acordes a cómo era la primera impresión generada.
Se las ha asociado con el grado en el que se evalúa una determinada acción de los empleados por parte de los supervisores. Por ejemplo, si un trabajador presenta un rasgo destacable que sea positivo para la organización, su jefe presupone que puede tener otros rasgos también positivos y se genera la primera impresión en base a ello.
Todo esto se puede relacionar con dos fenómenos.
En primer lugar, tenemos el efecto halo, que es la tendencia de concluir que los rasgos de una persona son todos positivos si muestra una pequeña cantidad de ellas, o, por el contrario, si solo muestra unas pocas negativas, se asume que el resto también lo serán. Se podría simplificar este hecho con categorizar a las personas como indudablemente buenas o indudablemente malas en función de unas pocas conductas vistas.
En segundo lugar, el atractivo físico suele influir en la forma en la que se da la impresión. Si una persona es guapa, se suele asumir que tendrá características socialmente deseables, mientras que si una persona no es, más bien, agraciada, se presupondrá que presenta características negativas. Esta idea es popularmente conocida, por ese motivo existe el dicho de ‘no juzgues a un libro por su portada’.
Referencias bibliográficas:
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