Recientemente han aumentado en frecuencia los testimonios de madres y padres que, pese a amar a sus hijos por encima de todo, a día de hoy se cuestionan seriamente si hubieran tomado la misma decisión en caso de poder volver atrás en el tiempo.
¿A qué puede ser debido este cambio de perspectiva? ¿Qué factores pueden estar fundamentando tales afirmaciones?
Ser padres: ¿qué implicaciones tiene hoy en día?
La paternidad deviene un conjunto de experiencias y de fuertes cambios de carácter tanto a nivel personal (individual) como familiar (sistémico) que tienen lugar en un periodo de tiempo determinado entre el momento que se conocen la futura llegada del bebé y los dos años posteriores al nacimiento de este, aproximadamente.
Durante esta etapa relativamente corta, ocurren numerosos acontecimientos que pueden suponer para el futuro progenitor una fuente de estrés emocional. Por este motivo se habla de transición o crisis del ciclo familiar.
A pesar de que, de forma genérica, las satisfacciones que conlleva este nuevo rol puede compensar el balance derivado por los factores estresantes, estos últimos son de una relevancia considerable e implican una gestión adaptativa adecuada que impida la vivencia de la nueva etapa como padre/madre de forma problemática. Entre estos factores pueden diferenciarse: el tiempo y esfuerzo dedicado al cuidado del bebé, el cambio en la relación marital, la dificultad de conciliar los distintos roles que ejerce cada individuo (profesionales y/o personales), el cambio de horarios y rutinas diarias, el incremento de los gastos económicos familiares o el aumento de la complejidad de las relaciones familiares, las cuales pasan de entenderse como sistemas diádicos (relación entre la pareja) a sistemas triádicos (relación padre-madre-hijo).
Transición a la paternidad o maternidad: cambios vitales
Entre los procesos de cambio y continuidad en la transición a la paternidad/maternidad pueden distinguirse adaptaciones tanto individuales como a nivel conyugal. Entre los primeros, se dan modificaciones en los hábitos cotidianos (los cuales hacen referencia a una restricción y alteración en las pautas de sueño, el tiempo libre individual y de relaciones interpersonales, los hábitos sexuales y la disponibilidad económica), las consecuencias en la identidad del sujeto, su autoconcepto y autoestima derivados de la emergencia del nuevo rol como padre/madre y la gestión de la adopción de los roles de género que tienden a enfatizarse con la llegada de un hijo (entendiendo a la madre como la figura cuidadora principal y al padre como sustentador único económico).
Por otra parte, también tienen lugar cambios, aunque de moderada intensidad, en las relaciones maritales en cuanto al establecimiento de nuevos hábitos y actividades compartidas (ocio y relaciones sexuales fundamentalmente) tendientes a proporcionar menor satisfacción que anteriormente; la organización de las tareas del hogar y la asunción de los roles familiares (de relativa repercusión); los cambios a nivel profesional (más acusados para la madre que para el padre) y la redistribución del tiempo asignado para las relaciones familiares y las amistades (aumento en las primeras y descenso en las últimas).
Función de la familia: el agente socializador
Con la finalidad de alcanzar el objetivo último de potenciar un desarrollo satisfactorio de la progenie, al escenario educativo familiar se le atribuyen las funciones principales de:
- Mantenimiento, estimulación y apoyo entre los miembros de la familia, las cuales se centran en el fomento de las capacidades físicas/biológicas, cognitiva-atencional y social-emocional respectivamente.
- Estructuración y control, que se encargan de la regulación de las tres funciones anteriores.
Estas últimas son de una importancia relevante, puesto que inciden en todas las áreas de desarrollo del niño; una adecuada estructuración traducida en el establecimiento de normas, rutinas y hábitos adaptativos influye tanto en el aprendizaje y comprensión conceptual-cognitiva del mundo que le rodea, así como en la capacidad de permanecer en un estado socioemocional equilibrado ante la percepción de control y estabilidad del ambiente donde interactúa en su día a día.
Debe darse, por tanto, un consenso claro entre los padres que permita una transmisión consistente y unitaria de todos los aspectos mencionados y que le facilite al pequeño una guía de comportamiento y conjunto de actitudes o valores que potencien su bienestar personal y social futuro.
Importancia del acuerdo parental en la transmisión de valores
Las particularidades de las que dispone el núcleo familiar lo sitúan en una posición aventajada como agente trasmisor de valores hacen referencia a la expresión y recepción de afecto, el volumen y la calidad de tiempo compartido entre padres e hijos, la constancia del sistema familiar y el tiempo y la voluntad de los miembros del sistema familiar por asegurar un desarrollo global de cada integrante.
Así, los valores se conceptualizan como el conjunto de ideales tanto cognitivos como conductuales a los que se orienta el ser humano en el transcurso del ciclo vital, los cuales poseen un carácter más o menos estable y presentan un carácter principalmente subjetivo. Podría decirse que este concepto se refiere al conjunto de creencias que guían al sujeto en la consecución de metas u objetivos vitales.
Tipos de valores
Se diferencian dos tipos de valores fundamentales dependiendo de la función que se le asigna a cada uno.
- Los valores instrumentales se entienden como competencias y sirven para alcanzar otras metas más trascendentales o profundas (los denominados valores terminales). Puede hablarse de valores de competencia (como capacidad imaginativa) y los valores morales (como la honestidad).
- Los segundos pueden clasificarse entre valores personales (la felicidad) o valores sociales (la justicia).
La utilidad de los valores transmitidos por la familia
Los valores poseen un carácter motivador que incita al individuo a potenciar su autoestima y autoconcepto positivo y su competencia social. La familia, como agente socializador primario, deviene una fuente fundamental para la interiorización y consecución de valores en el niño, ya que posee unas características facilitadoras para dicho proceso como son la proximidad, la comunicación afectiva y la cooperación entre los distintos miembros del núcleo familiar.
En el aprendizaje de valores se debe tener en cuenta la compatibilidad entre ellos mismos y, en caso de conflicto entre algunos de ellos, debe seleccionarse aquel que permita un mayor ajuste social en función de las creencias definitorias de la familia en cuestión.
Otros factores a tener en cuenta
Pero no siempre se da el caso de que los valores que los padres desean trasmitir a su descendencia acaban por transmitirse de forma directa, sino que múltiples factores pueden interferir para complicar esta voluntad inicial, como por ejemplo la influencia de las relaciones familiares intergeneracionales (abuelos-padres-hijos) e interpersonales en el contexto de iguales o el escolar, el carácter dinámico y cambiante del propio sistema familiar en función de las experiencias que va asumiendo, las características socioeconómicas que presenta el núcleo familiar o el estilo educativo empleado por los progenitores para con los hijos.
Así, los valores originariamente adaptativos que los padres pretenden transmitir se clasifican en aquellos que potencian el desarrollo personal (como la autonomía), las relaciones interpersonales (como la tolerancia) y aquellos que facilitan el aprovechamiento escolar o laboral (como la perseverancia). Aunque todos resultan potencialmente beneficiosos, en ocasiones no llegan a ser transmitidos de forma correcta por los padres y ello produce que los niños los perciben erróneamente y que no puedan ser interiorizados.
Parece ser que uno de los factores anteriormente mencionados, el estilo educativo, juega un papel fundamental en este aspecto. Así, los padres que ponen en práctica un estilo democrático son los que consiguen realizar una transmisión de valores más fidedigna a lo esperado previamente. Esta metodología educativa resulta óptima para dicho objetivo puesto que fomenta la interacción y la participación de todos los miembros de la familia, siendo más empática, comprensiva y más dialogante que otros estilos educativos más distantes.
Los efectos del desacuerdo constante
El acuerdo entre ambos progenitores sobre los puntos mencionados (la trasmisión de valores y las pautas educativas aplicadas) deviene un factor determinante de la conducta final del hijo. La existencia de discordancia parental en estas cuestiones agudiza la aparición de conflictos conyugales, los cuales se centran en disputas sobre qué valor o estilo educativo trasmitir de forma prioritaria en lugar de orientarse a enseñar al hijo una pauta de comportamiento adecuada. El resultado de ello es significativamente perjudicial para el conjunto familiar, puesto que el pequeño no interioriza cómo debe actuar realmente, ya que el criterio es cambiante en función de la situación.
Por otra parte, entre los padres se crea una dinámica negativa de relación basada en la discusión o en la competitividad sobre el criterio que finalmente es aplicado, igualmente desadaptativa. Todo ello puede contribuir significativamente a desarrollar un sentimiento de insatisfacción respecto de la experiencia de la paternidad/maternidad.
A modo de conclusión
La calidad del “curriculum educativo” familiar (qué y cómo se enseña) resulta un factor determinante en el desarrollo infantil puesto que, dada su naturaleza implícita y relativamente inconsciente o indirecta, el conjunto de valores, normas, habilidades y aprendizajes son transmitidos de forma automática e involuntaria en la mayor parte de las ocasiones. Resulta conveniente, por tanto, la reflexión sobre qué tipo de valores y de pautas educativas se están transmitiendo, valorando su adecuación desde una óptica más consciente y racional.
Debido a la trascendencia de la función de la familia en el desarrollo integral del hijo, parece indispensable que el núcleo parental asuma la responsabilidad que conlleva la decisión de la paternidad/maternidad. Tal y como ha podido probarse, numerosos son los cambios a experimentar por los futuros padres tanto a nivel personal como social. Por ello, tanto la estabilidad emocional de cada cónyuge por separado, como la estabilidad del núcleo parental en sí mismo y el nivel de acuerdo entre ambos progenitores sobre las pautas educacionales a transmitir son aspectos a considerar de forma extensa y profunda antes de tomar la determinación de embarcarse en el ejercicio de la paternidad.
Referencias bibliográficas:
- Aguilar, M. C. (2001): Educación familiar. ¿Reto o necesidad...? Madrid: Dykinson.
- Carrobles, J. A. y Pérez Pareja, J. (1999): Escuela de padres. Madrid: Pirámide.
- López-Barajas, E. (ed.) (1997): La familia en el tercer milenio. Madrid: UNED.