Mentiroso compulsivo y Psicoanálisis: un caso real
En este artículo voy a narrar la historia (1), el análisis y los resultados a los que llegó el psicoanalista estadounidense Stephen Grosz con uno de sus pacientes. Dicho paciente fue enviado por su médico de cabecera por ser un mentiroso compulsivo patológico, con el fin de ver si Grosz podía ofrecerle la terapia que necesitaba para dejar de mentir.
Un historial de mentiras: mentiroso compulsivo
El médico envió a Philip (2) a visitar al doctor S. Grosz después de haberse encontrado por casualidad con su mujer y de que esta, con lágrimas en los ojos, le pidiese por favor si podían hablar sobre las posibles opciones que tenían para tratar el cáncer de pulmón de su marido. Como bien le contaba el médico, en realidad Philip estaba completamente sano, pero por lo visto, se había inventado esta mentira para contársela a su mujer.
Además de este hecho, durante la primera sesión, Philip confesó otras de sus innumerables mentiras al mismo Grosz:
- Le había contado a su suegro, que era periodista deportivo, que en una ocasión había sido seleccionado como suplente para el equipo inglés de tiro con arco.
- En una fiesta de recaudación de fondos de la escuela, le contó al profesor de música de su hija que él mismo, era hijo de un famoso compositor, que además fue gay y estuvo soltero.
- Asimismo, contó que la primera mentira que recordaba haber contado fue una que le dijo a un compañero de clase, con 11 o 12 años, diciéndole que había sido reclutado por el MI5 para ser adiestrado como agente.
¿Mentiras demasiado arriesgadas?
Si hay algo de lo que se percató pronto el psicoanalista, fue que a su paciente no parecía importarle que sus “victimas” supiesen que mentía. De hecho, como bien cuenta Grosz, cuando le preguntó si le importaba que pensasen que era un mentiroso:
“Él se encogió de hombros”
Y añadió que las personas a las que mentía rara vez le desafiaban. De hecho, su esposa se limitó a aceptar la milagrosa recuperación de su marido; o en el caso de su suegro, que simplemente guardó silencio.
Por otro lado, cuando le preguntó acerca de cómo repercutían sus mentiras en su entorno laboral, este argumentó que en él, “todo el mundo miente” (es productor de televisión).
Mintiendo al terapeuta
Desde el primer momento, Grosz fue muy consciente de la posibilidad de que su paciente le mintiese también a él, y esto sucedió un mes después de empezar la terapia. Dejó de pagar.
Tardó cinco meses en pagar y hasta el momento en que abonó los honorarios, contó mentiras de todo tipo, desde que había perdido su talonario, hasta que había donado su dinero a la Casa Museo Freud.
El momento en el que por fin pagó, supuso por un lado, un alivio y por otro, una inquietud. En ese momento se dio cuenta de que le había estado contando mentiras cada vez más grandes para evitar pagar, pero lo que es más importante, empezó a entender por qué mentía.
¿Por qué mientes patológicamente?
Al analizar la situación que había experimentado, se percató de que conforme Philip le iba mintiendo más y más él se iba retrayendo, mostrándose cada vez más reservado.
Fue entonces cuando cayó en la posibilidad de que Philip se estuviese aprovechando de esa convención social según la cual guardamos silencio cuando alguien nos miente. Pero esto no explicaría por qué necesita conseguir ese control sobre la situación y provocar tales silencios.
Este punto fue el eje central de la terapia durante el año siguiente.
La raíz del problema
Como no podía ser de otra forma, hablaron sobre su infancia y sobre su familia. Al parecer no había ningún dato destacable que pareciese explicar el motivo de su patología. Hasta que un día, Philip contó un suceso aparentemente insignificante, que resultó trascendental.
Desde los tres años compartía habitación con sus dos hermanos gemelos. A veces, se despertaba a mitad de noche por culpa del escándalo que montaban los clientes que salían de un pub situado enfrente de su casa. Cuando esto sucedía, en ocasiones le entraban ganas de orinar pero se quedaba inmóvil en la cama. Es por esto que cuando era pequeño solía mojar la cama, y para que nadie se diese cuenta, envolvía su pijama empapado con sus sábanas.
A la noche siguiente, cuando se disponía a dormir de nuevo, se encontraba con las sábanas y el pijama limpios de nuevo. Evidentemente, él sabía que había sido su madre, pero ella no le contaba lo ocurrido a nadie, y de hecho, tampoco hablaba del tema con Philip.
Como bien dijo Philip durante la sesión:
“Creo que mi madre pensaba que lo superaría. Y lo hice, pero cuando ella murió.”.
Cabe añadir, que dado el ambiente familiar, Philip no tenía nunca oportunidad de hablar con su madre ya que esta siempre estaba ocupada con los gemelos (que eran menores que Philip), por lo que, en palabras del mismo Grosz refiriéndose a su paciente:
“No recordaba haber hablado nunca a solas con ella; uno de sus hermanos o su padre estaba siempre ahí. Mojar la cama y el silencio de ella fueron convirtiéndose gradualmente en una especie de conversación privada, algo que solo ellos compartían”.
Pero esta conversación desapareció cuando la madre de Philip falleció súbitamente. Lo que llevó a Philip a reproducir este tipo de comunicación con el resto de personas. Cuando Philip cuenta una mentira a su oyente, confía en que este no diga nada y se convierta en cómplice de su mundo secreto.
De todo esto, se deduce que las mentiras de Philip no eran un ataque personal hacia sus interlocutores, sino una forma de mantener esa cercanía que había conocido con su madre, que fue además, la única comunicación cercana que tuvo con ella.
En suma, un mentiroso compulsivo lo es por razones vivenciales.
Notas del Autor:
1 Este caso ha sido extraído del libro “La mujer que no quería amar Y otras historias sobre el inconsciente” págs. 57-6, ISBN: 978-84-9992-361-1; título original “The Examined Life”.
2 A lo largo de su libro, Stephen Grosz utiliza otros nombres para referirse a sus pacientes, así como otros datos personales para proteger la confidencialidad de los mismos.