Os cuento un caso. Hoy, visitando a esta persona, he conectado con todo lo que implica tener un diagnóstico de una enfermedad que avanza, lenta e imparable, en el propio cuerpo. Hemos hablado de aceptación y yo me he preguntado: ¿Qué significa realmente aceptación? ¿En qué punto se encuentra él?
Nació con el diagnóstico bajo el brazo y ahora está prácticamente en el ecuador de su vida. Comparte con familiares, con los que mantiene intimidad y soporte, la misma patología. Y no, no hablan igual de ella. De hecho, él no habla de la enfermedad, es más, la esconde. Incluso se enfada si alguien la menciona en lugares públicos. De él hoy diríamos que está verde, está en la negación.
Pero él nunca reconocería que está en la negación. Es consciente de lo que le ocurre y para él ya es suficiente; lo equipara a “aceptar“. Probablemente, nosotros dos no compartimos el significado de negación. Lo veo a menudo en psicoterapia, cuando las personas me dicen “no niego mi enfermedad“ pero a la vez admiten que se saltan las visitas médicas de control. “No niego que tenga esta enfermedad, aunque no hablo públicamente de ella“. “No niego que tenga esta enfermedad, pero realizo conductas que sé que me resultan perjudiciales“.
He navegado este mar de contradicciones infinitas veces en consulta, casos en los que aceptar o detectar cualquier emoción es un signo de debilidad, una brecha, algo que puede quebrantar un sólido relato, pero sin cimientos y desconectado de la propia persona. Un discurso aprendido y lejano del sentir de quien lo emite. La racionalización en estado puro. Todo está aparentemente bien y ahí se sostiene, cual funambulista, la propia existencia.
Muchas veces, acompañando estos procesos, he pensado en cómo lo viviría yo. En qué fácil es hablar, aconsejar e incluso dar información. En cambio, integrar lo que nos ocurre va por otras vías. En estas ocasiones es donde más me alejo de lo que algunas llaman psicoeducación (una palabra que, por cierto, me gusta bien poco, pero este es otro tema). A veces no es suficiente con saber. El conocimiento no lo es todo, aunque así lo creamos a pies juntillas muchas veces.
Las personas tenemos historias, crecemos en familias que, a su vez, traen sus propios relatos de vida. Además, tejemos relaciones nuevas fuera de nuestros espacios seguros. Todo ello no es inocuo, tiene un peso y condiciona cómo se integra aquello que nos sucede, aquello que soy o traigo conmigo. Diferentes experiencias y vivencias que desembocan en afrontamientos distintos de una misma realidad.
Qué importante es tener en cuenta toda la persona con su contexto y su trayectoria para entender cómo procesa y el porqué de sus respuestas y reacciones. Este paso lo considero fundamental antes de lanzarnos a proporcionar información que, aun siendo muy valiosa, puede caer en el vacío o en la creación de un falso self si no está la persona en el momento adecuado para su digestión e integración.


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