Como Psicóloga terapeuta EMDR, algunas de las frases que más escucho en consulta es: “No sé por qué me sigue afectando tanto algo que ocurrió hace tantos años”, “si ya lo he hablado infinidad de veces”, “Lo había superado, o eso creía”, pero bastaba una discusión, un tono elevado, una palabra concreta, y ahí estaba de nuevo esa antigua emoción o sensación que nos perturba.
Todos llevamos dentro pequeñas o grandes cicatrices que sólo hablando o dejando pasar el tiempo no logran sanar. A veces, un recuerdo aparece sin previo aviso y algo se activa en nosotros. El cuerpo se tensa, el corazón se acelera y sentimos, de nuevo, aquella vieja emoción que creíamos superada.
Estas heridas emocionales, especialmente las que se originan en experiencias traumáticas o difíciles como un abandono emocional en la infancia, una relación tóxica o una etapa de acoso escolar, no sólo dejan marcas en la memoria, también afectan la forma en que nos relacionamos con el mundo.
Un trauma no resuelto puede influir en nuestras decisiones, nuestras emociones y nuestras relaciones, incluso décadas después. Afortunadamente, hoy contamos con terapias que no solo abordan el síntoma, sino que van a la raíz del problema. Una de las más eficaces es la terapia EMDR.
¿Qué es la terapia EMDR y cómo funciona?
Durante mucho tiempo, la psicología se centró en hablar y analizar. Si bien el entendimiento es útil y necesario, no siempre basta para cambiar lo que se siente en lo más profundo. EMDR propone algo distinto, es una nueva forma de abordar el trauma, facilitando que el cerebro complete el procesamiento de esas experiencias no digeridas.
Nuestro cerebro tiene un sistema natural de procesamiento de la información, un mecanismo para procesar experiencias difíciles. Lo usamos a diario: pensamos en lo que nos ha pasado, soñamos con ello, hablamos y lo vamos “digiriendo”. Esto nos permite aprender, adaptarnos y avanzar. Pero cuando una experiencia nos desborda emocional o físicamente, este sistema puede colapsar.
Entonces, el recuerdo queda “congelado” en el tiempo tal y como fue vivido: con sus imágenes, sonidos, emociones y sensaciones físicas. Y permanece almacenado en nuestras redes neuronales, desconectado del resto de nuestra historia, sin posibilidad de actualizarse. El trauma no es solo lo que ocurrió, sino cómo lo vivimos y cómo nuestro sistema nervioso lo almacenó.
Esto explica por qué, años después, una imagen, un olor o una palabra pueden desencadenar reacciones intensas: nuestro cerebro sigue actuando como si aquello siguiera ocurriendo. La terapia EMDR permite que el cerebro complete el proceso que quedó interrumpido. Es como si reactivara la capacidad natural que todos tenemos para digerir experiencias difíciles y colocarlas en su sitio.
¿Cómo funciona una sesión de EMDR?
A diferencia de los enfoques tradicionales centrados en el diálogo o en la reducción de síntomas, el EMDR trabaja desde la raíz del trauma. Parte de la base de que el cerebro tiene una capacidad innata para sanar. Pero cuando algo nos desborda, esa capacidad se interrumpe, el EMDR ayuda a desbloquearla reactivando el sistema de Procesamiento Adaptativo de la Información (PAI).
Antes de comenzar cualquier reprocesamiento, pasamos por una fase esencial: la preparación. En esta etapa se trabaja para crear un espacio de seguridad, explicar qué es el EMDR, cómo funciona el cerebro ante el trauma, y qué se va a hacer en cada sesión. También dotamos de estrategias de autorregulación emocional y técnicas de estabilización como el “lugar seguro”, que pueden ayudarte a frenar y a recuperar el control si empezamos a acelerar o sentimos que vamos a salir de nuestra ventana de tolerancia.
Las sesiones de EMDR siguen un protocolo estructurado. Identificando los recuerdos clave o dianas y reprocesando con la ayuda de la estimulación bilateral. Es como si entraras en un túnel de sensaciones, emociones y recuerdos, vas atravesando capas internas mientras tu cerebro conecta piezas. Esta estimulación ayudará a desbloquear la información atrapada y favorece su integración de forma más saludable, es decir, favoreciendo su desensibilización y reprocesamiento.
No se trata de revivir el trauma, sino de enfrentarlo de forma segura, acompañados y desde una posición de mayor control. Este proceso es completamente personalizado: tú eres el protagonista del proceso, y el papel del terapeuta es acompañar con respeto, cuidado y presencia.
A lo largo de las sesiones, muchos pacientes describen cómo la emoción intensa disminuye, cómo emergen comprensiones nuevas o recuerdos olvidados, y cómo aparece una sensación de alivio, de cierre. Una vez que el procesamiento se completa, las creencias negativas como “no valgo” o “no estoy a salvo” se transforman en mensajes más sanos: “hice lo que pude”, “ahora estoy a salvo”, “soy valioso”.
Conclusión: la experiencia de sanar
Sanar las heridas del pasado es posible. No es fácil, ni rápido, pero tampoco estás condenado a vivir con ese peso. El objetivo no es borrar lo vivido, sino cambiar la forma en que nos afecta. Sanar es poder recordar sin que duela.
Es recobrar la sensación de seguridad, de valía, de conexión con uno mismo y con los demás. Te permite recuperar el control sobre tu vida emocional, ayudarte a entenderte con compasión y aprender de lo vivido. Sanar no es olvidar es integrar.
Quizá no podamos cambiar lo que nos pasó, pero sí podemos cambiar lo que hacemos con ello. Y EMDR es, para muchas personas, la puerta de entrada a esa transformación.


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