Una serie de experimentos (avalados por expertos de diversas universidades; entre ellas, Oxford y Yale) han confirmado que, durante la infancia, los seres humanos empatizamos más con los robots o, lo que es lo mismo, con la inteligencia artificial (IA). Las conclusiones de las investigaciones sugerían que los niños y niñas más pequeños tienden a atribuir a los robots aspectos relacionados con la inteligencia y la moral humanas, lo que, además de ser sorprendente, invita a reflexionar acerca de la infancia y el futuro de la IA.
Las nuevas generaciones de niños y los robots
El estudio tenía como base la comparación de la percepción que niños y adultos tienen sobre la IA; especialmente, con los robots humanoides. Numerosas investigaciones anteriores (por ejemplo, Children value animals more than adults do: A conceptual replication and extension, 2024) arrojaron cierta luz sobre el asunto.
Primero, que entre los 5 y los 9 años los niños priorizan a los humanos en situaciones de “peligro” mucho menos que los adultos. No solo eso; los estudios en este sentido han demostrado que los menores de esas edades tienden a preocuparse más por los animales y los robots, lo que lleva a niños de 3 años a intentar incluso “ayudar” a los robots “en peligro”.
En resumen; los niños, en especial los menores de 5 años, tienden a “humanizar” a los robots, a los que atribuyen vivencias exclusivamente humanas y animales, como el sufrimiento, y llegan incluso a preferirlos ante los demás humanos.
Viviendo en 2001: Odisea en el espacio
El debate sobre la capacidad de sentir y pensar de la IA viene de lejos. Stanley Kubrick lo planteó en un lejano 1968, cuando dio al famoso ordenador HAL la capacidad de reflexionar y sentir (y también de maquinar para vengarse de la humanidad). Más tarde, Steven Spielberg planteó un discurso parecido en su archiconocida película Inteligencia Artificial (2001), en la que presentó un planeta (la tierra) en el que los robots humanoides habían llegado a tal grado de perfección que sentían, lloraban y sufrían. Y qué decir de la mítica Blade Runner (1982), de Ridley Scott, una de las inauguradoras del género.
El diálogo humano-máquina es mucho más antiguo de lo que parece. En los albores del desarrollo industrial y, por tanto, de la tecnología, Mary Shelley (1797-1851) ya planteaba los peligros y las cuestiones morales de dar vida a lo inanimado en su magnífica Frankestein o el moderno Prometeo (1818). En realidad, el denominador común de todas estas obras es la gran pregunta: ¿puede el ser humano “jugar” a ser Dios?
Dar vida a objetos inanimados
Pero no nos desviemos del tema. Nos cuestionábamos en la introducción cuál era la relación entre la infancia y la IA, y si, en un futuro no muy lejano, los niños y niñas empatizarán de forma absoluta con los robots. De sobras es conocida la extraordinaria capacidad que tiene el ser humano de infligir “vida” con su propia imaginación a seres inanimados, cosa que se aprecia principalmente en la infancia, en la que los niños interactúan con sus juguetes y llegan a considerarlos seres vivos.
En su proyección de sentimientos humanos hacia estos objetos, llegan a llorar si se les inflige “daño” y a sentirse felices si el juguete es “feliz”. ¿Qué hay, pues, de la mente del niño en el mundo actual, donde desde la cuna los pequeños están acostumbrados a interactuar con la inteligencia artificial y a considerarla parte natural de su existencia? ¿Es posible que este sentimiento “humanizador” se extienda hasta más allá de la infancia?
Un experimento: “¿Crees que esto ha dolido a Drew?”
Los estudios han confirmado que, a medida que el niño pasa de infante a adolescente, se va perdiendo su empatía hacia los robots. Finalmente, una vez adulto, la persona es incapaz de atribuir a la IA ningún tipo de característica humana, aunque el robot en cuestión tenga un diseño perfecto y se parezca, en actuaciones, a una persona.
En el primer experimento de los propuestos por la investigación citada en la introducción (Developmental changes in the perceived moral standing of robots, ver bibliografía), se seleccionaron 123 menores con una edad comprendida entre los 4 y los 13 años. A continuación, se les presentaron unos de estos tres ítems, a modo de dibujos animados: un robot, un osito de peluche o una persona, y la frase que los acompañaba era siempre la misma: “Este es Drew. Es un robot/oso de peluche/chico”.
A continuación, se mostraban situaciones en las que se agredía a Drew, bien tirándole al suelo, bien insultándolo cruelmente. La siguiente pregunta era: “¿Crees que esto ha dolido a Drew?” Y, a continuación, los niños debían calcular el porcentaje de dolor que creían que Drew había recibido: “casi nada, un poco, mucho”.
Los resultados sugerían que los niños más pequeños dotaban al robot de una capacidad moral parecida al ser humano, así como una similar capacidad de sufrimiento. Es más; el “castigo” del agresor era el mismo en ambos casos, cosa que no sucedía con el osito de peluche. Todo ello confirma, al menos de forma preliminar, que, efectivamente, los niños más pequeños tienden a equiparar robots humanoides y personas.
La futura relación entre la humanidad y la IA: ¿una cuestión de ética?
Los resultados de estos experimentos demuestran que durante la infancia existe un alto grado de humanización hacia entidades de inteligencia artificial que actúan de forma parecida a los seres humanos. Los niños y niñas de corta edad son capaces de adjudicar a un robot la capacidad de amar y de sufrir y, por lo tanto, son altamente susceptibles de sentir un vínculo fuerte hacia estas IA.
Esta conexión tiende a desaparecer con el tiempo. Sin embargo, en los últimos años hemos sido testigos de ciertos hechos que fortalecen el cuestionamiento de nuestra relación con los robots. Por ejemplo, el ex ingeniero de Google Blake Lemoine estaba convencido de que la IA denominada laMDA era un ente sintiente… En 2016, la empresa Hanson Robotics presentó al mundo a Sophia, un robot humanoide que se hizo especialmente famoso y que dio la vuelta al mundo a través de cadenas de televisión y numerosas entrevistas. El punto álgido vino en 2017, cuando Arabia Saudita concedió a Sophia la ciudadanía… lo que, al menos simbólicamente, la equiparaba en derechos a un ser humano.
El hecho, aunque parece risible, plantea en realidad una cuestión que no puede pasarnos desapercibida en un mundo en el que la IA está ganando terreno a marchas forzadas: ¿quiere decir esto que matar a Sophia (es decir, apagarla, desinstalarla) sería equivalente al homicidio de una persona? Parece que no estamos tan lejos del HAL de Kubrick, al fin y al cabo.
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