La adolescencia es una etapa en la que se producen muchísimos cambios que abarcan prácticamente todos los aspectos de la vida de los adolescentes y de su familia. Es comprensible que padres, madres, cuidadores/as en general e incluso docentes puedan llegar a sentirse abrumados por la intensidad de esta etapa y las dificultades o los retos que aparecen a la hora de acompañar.
Esto nos lleva muchas veces a preguntarnos sí determinadas conductas y tanta intensidad emocional son lo esperable para esta etapa vital o si quizá son indicadores de que algo está sucediendo.
A lo largo de este artículo hablamos tanto de las cosas que se consideran esperables o comunes dentro del periodo de la adolescencia y de aquellas que pueden estar siendo una señal de alerta. Hablamos también de la importancia del entorno y de cuándo —y a quién— pedir ayuda en caso de ser necesario.
¿Qué es lo “normal” en la adolescencia?
Durante la adolescencia se producen cambios en todas las esferas de la vida. El inicio de la libertad trae consigo un rápido crecimiento, cambios en la voz, aparición de vello corporal y el desarrollo de los genitales, además de la menstruación en las chicas.
A nivel emocional, todo se vive con mayor intensidad. Desde la esfera psicológica, aparece la necesidad de tener más autonomía y empieza la búsqueda de la propia identidad (intereses, gustos, etc.) Esto se traduce en un distanciamiento del núcleo familiar y el interés principal pasa al grupo de iguales.
Con frecuencia, los adolescentes pueden explorar quiénes son y cambiar de estilo de vestir o incluso de pensamientos. Además, en esta necesidad de diferenciarse y definir quiénes son pueden aparecer conflictos con las figuras de autoridad. Aunque esto puede interpretarse como desobediencia, no siempre es así.
En este sentido, algo similar sucede con la rebeldía que tanto se relaciona con la adolescencia. Aunque desde la mirada adulta se considera un problema en muchas ocasiones, tiene una clara función en esta etapa vital: ayuda a definir los límites del yo frente a los demás. Otro aspecto habitual en esta etapa es la sensación de incomprensión.
Por último, es importante comprender qué está sucediendo a nivel cerebral. Si bien su “cerebro emocional” —sistema límbico— ya funciona con mucha fuerza, la corteza prefrontal todavía está madurando. Esta se encarga de aspectos como las funciones ejecutivas, que son los procesos mentales clave para la toma de decisiones y el autocontrol.
Precisamente por esto, es habitual observar en los adolescentes cierta desconexión de las consecuencias a largo plazo, conductas impulsivas y la necesidad de experimentar. Además de mucha intensidad emocional. Esto, lejos de lo que suele pensarse, les permite poder aprender a integrar y regular emociones complejas.
Señales de alerta que pueden indicar problemas
Tal y como indicábamos anteriormente, en la adolescencia se dan muchos cambios que, de una forma u otra, se acaban manifestando en el resto de los ámbitos de la vida. Aunque puede haber sufrimiento en esta etapa es importante recordar que el dolor emocional no tiene por qué ser sinónimo de patología.
Como padres, madres, cuidadores/as o docentes nuestro papel es el de acompañar a los y las adolescentes desde el respeto. Aunque nos piden autonomía, todavía no pueden asumir una independencia absoluta y, por tanto, requerían de nosotros y nuestros cuidados en muchos momentos. Ser su guía nos permite estar a su lado y observar las posibles señales de alarma. Entre estas, destacan las siguientes:
- Cambios en el comportamiento bruscos, extremos y sostenidos en el tiempo.
- Alteraciones en los patrones de sueño y/o alimentación.
- Aislamiento social significativo.
- Pérdida de interés en todo lo que anteriormente le motivaba.
- Dificultades escolares inesperadas e incluso abandono.
- Consumo de sustancias.
- Conductas de riesgo.
- Habla de forma reiterada sobre desesperanza, culpa o auto-desprecio.
- Autolesiones, ideación suicida, ansiedad y/o depresión.
Antes de alarmarnos al observar cualquiera de estas señales, es importante analizar bien aspectos como la intensidad y la duración. Debemos diferenciar si es un cambio pasajero o si realmente se ha establecido como patrón. Además, también deberemos tener en mente el contexto en que se produce el comportamiento.
El papel del entorno es importante
Es necesario tener en cuenta que el entorno (familia, amistades y escuela) puede ser tanto un factor protector como uno de riesgo dependiendo de los vínculos que se haya establecido en cada contexto. Por ello, es crucial que los y las adolescentes dispongan de espacios donde poder expresarse libremente, sin sentirse juzgados, incluso cuando tienen que hablar de emociones intensas y difíciles.
Los adultos tenemos la responsabilidad de acompañarlos ofreciéndoles una mirada comprensiva, compasiva y libre de juicio. Es necesario recordar que ellos lo están viviendo todo intensamente y que no debemos minimizar su sentir.
Además, los y las adolescentes siguen necesitando que los adultos pongan límites que realmente les cuiden (y los mantengan) de una forma respetuosa y abierta a la negociación en algunos momentos. Ellos necesitan que sus adultos de referencia sigan siendo una fuente de seguridad y protección emocional, aunque no lo expresen.
¿Cuándo y a quién pedir ayuda?
Si realmente observamos que la sintomatología de alerta se mantiene en el tiempo, se intensifica o genera un malestar en la vida diaria que es significativo, debemos consultar a profesionales de la salud moral especializados en atención e intervención en la adolescencia.
Tanto en la escuela como en los servicios sanitarios existen profesionales especializados que están debidamente formados y acreditados para evaluar cada situación de forma individual y, con la información obtenida, determinar si se trata de una situación que está dentro de lo esperable por la edad o si hay algo que necesite ser atendido.
Para algunas familias es realmente difícil dar este paso a causa de los estigmas que, lamentablemente, siguen pesando en los temas relacionados con la salud mental. Pedir ayuda cuando hay situaciones que nos generan malestar o sufrimiento es un acto de amor y cuidado hacia el o la adolescente y hacia la familia.
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