Trata de imaginarte alguna situación en la que intentabas contarle algo a algún amigo y este no ha parado de interrumpirte con frases del tipo: “eso mismo me pasó a mí cuando...” y comienza a contarte su anécdota personal sin permitirte acabar la tuya. O cuando intentas contarle una discusión que has tenido con un amigo y trata de hacerte preguntas que desvían el hilo de la conversación: “por cierto, ¿qué tal está su padre?”.
Aunque a menudo lo hacemos inconscientemente, este tipo de interrupciones es un claro signo de ausencia de atención, de escucha activa, de empatía y, también, de amor. No es una escucha consciente, o profunda. Y esto tiene consecuencias en nuestras relaciones sociales.
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¿Qué es la escucha consciente?
La escucha profunda o consciente es el tipo de escucha en la que residen la atención, la empatía y el amor hacia el otro. Es un acto de generosidad, pues a través de la escucha cedemos a nuestro interlocutor tiempo y espacio en nuestra mente y corazón, como si acogiéramos a un huésped haciéndole hueco en nuestra casa interior.
Los seres humanos tenemos la necesidad de ser escuchados, por lo que la falta de este elemento puede dificultar la interacción de la relación social y originar conflictos. De esta forma, es difícil que la relación prospere y sea fructífera, puesto que no existe un verdadero intercambio comunicativo entre ambos que se origine desde el amor. Funciona como si le dijéramos al otro: “No hay hueco para ti en mí”.
Lo cierto es que la mayoría de las personas no saben escuchar. A menudo, no prestamos suficiente atención a la persona que tenemos al lado. No solo por la cantidad de estímulos que recibimos de nuestro alrededor (por ejemplo, el teléfono móvil).
Esto sucede también porque estamos inmersos en nuestro propio ruido mental; nuestra atención se la llevan nuestros pensamientos. Estamos más pendientes de lo que ocurre en nuestra mente, de nuestras preocupaciones, de lo próximo que queremos decir o de darle una respuesta inmediata a nuestro interlocutor que de practicar una verdadera escucha consciente con el otro, dejándole espacio y tiempo para expresarse, de practicar el silencio y entonces participar cuando toque.
¿Cómo podemos cambiar este hábito? Lo fundamental es cambiar de hábitos.
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¿Qué hacer?
Cuando escuches a una persona, no te limites a hacerlo solo con tu mente; escúchala con todo tu cuerpo. A la vez que escuchas lo que dice, presta atención a las sensaciones de tu cuerpo. De esta manera, alejarás la atención de tus pensamientos y la reconducirás hacia tu cuerpo, creando un espacio tranquilo que te permitirá escuchar sin interferencias mentales, dejándole un hueco para que entre en ti y relacionándote con ella desde el amor, con amor.
Si al principio te resulta complicado practicarla con otra persona, puedes empezar escuchando tu cuerpo a través de la meditación, o a través de estímulos externos, como por ejemplo, prestando atención al sonido de la lluvia.
Cuando practiquemos la escucha consciente con los demás (debería ser siempre) prestaremos atención no solo a la comunicación hablada y también al lenguaje no verbal; observaremos detalles como el tono de voz, el volumen, la velocidad del habla, las expresiones faciales y corporales… De esta forma, tendremos una visión más amplia del mensaje que nos quieren transmitir. La idea es tratar de ir más allá del mensaje superficial que nos transmiten.
La práctica de la escucha profunda posee un gran poder terapéutico para ambos interlocutores. Esto es así puesto que permite al escuchado recorrer un camino libre de juicios y pleno de aceptación, y al oyente acallar las interferencias mentales y generar un estado de calma.
Si modificamos nuestros hábitos de escucha para practicar una escucha consciente, transformaremos nuestra forma de relacionarnos con los demás; dejando a un lado la interacción superficial mente-mente para convertirla en una verdadera y profunda interacción de seres humanos que se comunican desde su esencia.
Cultiva al oyente consciente que llevas dentro y aprende a escuchar desde el amor.