El enojo es una de las emociones básicas en nuestro espectro emocional.
Como tal, cumple una función específica, y la manifestación de esta función puede ser defensiva, así como constructiva.
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¿Cómo relacionarte con tu enojo de una manera adecuada?
A continuación veremos 5 formas de vincularte desde un lugar afectivo más saludable con tu enojo.
1. No patologizar nuestro enojo
Debemos comprender de qué hablamos cuando hablamos de enojo. Como adelantamos, es una emoción; como tal cumple con una función muy específica, incluso a nivel corporal: cuando estamos enojados, nuestro ritmo cardiaco se acelera, aumenta la tensión muscular, así como la presión arterial. A nivel neurológico, la corteza prefrontal (gran responsable de la cognición y conductas complejas, y el control atencional) cede lugar a la amígdala (gran responsable de nuestras reacciones emocionales). Todo esto para prepararnos para atacar o huir de forma instintiva.
Por lo tanto, enojarse es un estado emocional natural, no debemos hacer de este estado un problema de salud mental en sí mismo. Aquí debemos diferenciar entre enojarse per se, y la reacción emocional que manifestamos ante este estado.
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2. Faceta constructiva o faceta defensiva
Supongamos que estamos listos para disfrutar de una hermosa tarde de sol, un domingo en la mañana, y de un descanso muy necesario luego de una semana intensa de trabajo. Nos sentamos en el jardín o patio, agarramos un buen libro, y de repente nuestro vecino pone música muy alta, al punto que no podemos concentrarnos. Probablemente, esto nos enoje mucho y nos irrite.
Nuestro enojo puede desatar varias reacciones. Una de ellas, puede ser comenzar a hacer supuestos sobre nuestro vecino: ¡Es desconsiderado! ¡Le falta empatía! ¡Debería irse a vivir a otro lugar! Etc. etc. Inmediatamente, este proceso de pensamiento nos lleva a querer que pague por interrumpir nuestro descanso, entonces vamos y de muy mal modo comenzamos a tirar piedras a su casa.
Este es un ejemplo de manejo defensivo del enojo, donde cedemos paso ante los supuestos, que la emoción nos genera sobre lo que está sucediendo.
Otra reacción posible sería, levantarnos, acercarnos a su casa (también impulsados por nuestro enojo) y comentarle la situación, evaluar su respuesta, y con esta información sacar una conclusión más acertada. Aquí las posibilidades son infinitas, quizá comprobemos que de muy buena gana nos pide disculpas y nos deja su teléfono para estar más comunicados, quizá nos demos cuenta de que están de paso, o que nosotros mismos necesitamos un cambio hace tiempo.
El mismo motor, manejado de formas muy distintas, puede aportarnos valor o complicar más las cosas dependiendo de cómo reaccionemos al enojo. Ahora bien... ¿Cómo controlo esta reacción?
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3. Identificar las señales que nos brinda antes de reaccionar.
¿Qué estoy sintiendo a nivel corporal? Podemos evaluar nuestra respiración, darnos cuenta de que estamos más agitados, prestar atención unos segundos a nuestro pecho inflándose y descargando aire de manera brusca. Nos damos cuenta de que de repente tenemos más calor, fruto del aumento de temperatura corporal.
Podemos evaluar qué tipo de pensamientos tenemos en ese mismo momento: ¡Me las va a pagar! ¡Siempre me pasa a mí! Me lo hace a propósito, etc. Darnos cuenta de que estos mismos pensamientos se han repetido en otras circunstancias de enojo, casi como una escena que sucede una y otra vez, solo que cambian los actores.
Por supuesto, tenemos solo pocos segundos antes de reaccionar, por lo cual, con la práctica, el control de mi reacción cada vez se hará más efectivo.
También identificar patrones de respuesta emocional ante determinadas situaciones, nos puede ayudar a introspecciones sobre aspectos más profundos, vivencias aún no abordadas, que están demandando mi atención.
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4. Enojo, ira y agresividad
Una persona enojada, no necesariamente es una persona agresiva.
El enojo es una emoción. La ira, podemos considerarla dentro del espectro de emociones, aunque a un nivel mucho más intenso. Es decir, si el estímulo que nos genera enojo se sostiene durante un tiempo determinado, podemos empezar a intensificar nuestro enojo al punto de ser casi instintivo. A esto podemos denominar ira.
Por otro lado, la agresividad es la respuesta física o verbal al enojo. Podríamos hablar que la agresividad es la descarga de la ira o el enojo.
Esta generalmente sucede en los momentos más álgidos del enojo. Por lo tanto, tomarse unos segundos para ver en perspectiva cómo nos sentimos (en mi consulta con mis pacientes le llamamos “balconear”, como si viéramos una escena en la calle desde un balcón) esto nos dará un margen de tiempo para retomar el control de nuestras emociones.
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5. Dialogar con mi enojo
Como hablamos, nuestras emociones son funcionales, cumplen una función concreta. Podemos visualizar nuestro enojo como una persona que nos viene a cuidar y proteger, o a ayudarnos a escapar de una situación.
¿Cómo es esta persona? ¿Hombre, mujer? ¿Alto, bajo, sabio o irracional? ¿Sabe comunicarse o, por el contrario, nunca fue socializado? Esto nos dará una imagen concreta de una parte de nosotros mismos.
Entendiendo esto, podemos preguntarle: ¿De qué nos pretende proteger? ¿Es del vecino? ¿O de alguna situación similar que sucedió anteriormente y nos tomó por sorpresa? ¿Realmente estoy tan desprotegido esta vez? ¿Será que ahora las cosas van de otro modo?
Debemos agradecer su protección y cuidado, y evaluar su necesidad según la situación. También preguntarle (preguntarnos) si junto con él vienen otras emociones acompañando: frustración, tristeza, angustia. Ya que detrás del enojo, (no siempre) podemos evidenciar otras emociones cuya expresión no nos fue validada.
Leonardo Cledon Marset
Leonardo Cledon Marset
Licenciado en Psicología
Estos puntos nos ayudarán a vincularnos con una de nuestras emociones más importantes, y socializarla para encontrar su faceta sana.