Si pudiéramos explicar cómo se siente la relación entre la autoestima y la fobia social podríamos decir: “un bucle sin fin”. Y, sí, aunque se sienta así no quiere decir que no tenga final.
La autoestima tiene un impacto directo en cómo vivimos la fobia social, y a la vez, esta fobia se hace sentir en la forma en cómo nos valoramos. Es una dinámica que se retroalimenta, y entender esto ayuda a dejar de sentir que todo está fuera de nuestro control.
Empieza hoy tu viaje de bienestar
Accede a una amplia red de psicólogos calificados. Empatía y experiencia a tu servicio.


Primero, ¿qué es la fobia social?
Ok, primero debemos tener claro que la fobia social no es simplemente timidez o incomodidad ocasional. Es un miedo fuerte a que otras personas te juzguen, te critiquen o piensen mal de ti. Y eso hace que actividades que para muchos parecen pequeñas (como pedir algo en un restaurante, hablar frente a otros o hasta entrar a una videollamada) se vivan con muchísima angustia.
Lo difícil es que ese miedo no se queda en la cabeza, sino que se siente en el cuerpo: sudor, temblores, rubor, latidos acelerados. Y como eso incomoda tanto, se empieza a evitar.
El problema es que cuanto más evitas, más crece ese miedo. Y cuanto más crece, más daña la forma en la que te ves a ti mismo. Por eso hablamos que todo se siente como un bucle difícil de superar… Pero sí se puede gestionar.
Cómo se conectan la autoestima y la fobia social
La relación entre ambas es fuerte y va en dos direcciones. Cuando una persona tiene una autoestima baja, es más propensa a sentirse incómoda frente a otros porque cree que no tiene nada interesante para aportar o que todo lo hará mal. Y, claro, si todo lo social se vive desde ese lugar, la ansiedad no tarda en aparecer.
A su vez, la fobia social va alimentando esa baja autoestima. Porque si cada situación nueva se evita, no hay oportunidad de comprobar que tal vez no era tan difícil, que sí eras capaz, que podías manejarlo.
Entonces, para una persona que vive con fobia social, el mensaje interno termina siendo algo como: “mejor no lo intento, seguro la voy a arruinar”, y así es difícil que la percepción de uno mismo mejore. Este ciclo es agotador.
La persona empieza a dejar pasar oportunidades, a encerrarse, y eso refuerza la idea de que no es válida o suficiente. Entonces, no se trata solo de tener miedo a hablar o a exponerse, sino también de cargar con una mirada dura y muy crítica hacia uno mismo.
- Artículo relacionado: "Tipos de fobias: explorando los trastornos del miedo"
Algunos pensamientos que hacen todo más difícil
Quienes viven con fobia social suelen interpretar lo que pasa a su alrededor desde una lógica muy dura. Por ejemplo, si alguien no sonríe cuando lo saludas, enseguida piensas que le caes mal. Si alguien se distrae mientras hablas, lo tomas como una señal de que eres aburrido. Todo se percibe como señal de error o rechazo, incluso cuando no hay ninguna evidencia real de eso.
Este tipo de pensamiento tiene nombre en psicología: inferencias arbitrarias, generalizaciones, abstracción selectiva… nombres técnicos para explicar que a veces enfocamos solo lo negativo, o sacamos conclusiones apresuradas sin base real. Y esto alimenta la ansiedad social, porque si todo lo que pasa se interpreta de forma amenazante, es lógico que dé miedo estar con otras personas.
Qué cosas pueden ayudarte si estás pasando por esto
Veamos algunas claves sencillas que puedes empezar a poner en práctica:
1. Empezar por escuchar cómo te hablas
Una parte muy importante es prestar atención a lo que te dices internamente. Porque muchas veces no somos conscientes de lo duras que son nuestras propias palabras. Frases como “qué ridículo fui”, “por qué hablé”, “seguro pensaron que soy un desastre” son muy comunes. Y, claro, vivir con esa voz crítica desgasta bastante a cualquiera.
La idea es empezar a identificar esos pensamientos automáticos y ponerlos en duda. ¿Fue tan grave como crees? ¿Podrías pensar otra explicación posible? ¿Le hablarías así a alguien más que estuviera en tu lugar?
2. Ir de a poco, sin presionarte
No se trata de lanzarse sin red a hacer lo que más miedo da. Pero sí de intentar, paso a paso, salir de esa zona donde todo se evita. Por ejemplo, empezar con algo pequeño, repetirlo, revisar cómo te sentiste… ese tipo de exposición gradual ayuda a ganar confianza. No porque todo salga perfecto, sino porque lo imperfecto también se puede sostener.
Cuando enfrentas una situación que antes evitabas y ves que la vida sigue, que pudiste con el temblor, con el miedo o con el silencio incómodo, algo cambia. Eso fortalece la autoestima mucho más que cualquier discurso motivacional.
3. No tomarte todo tan en serio
A veces nos ponemos tanta presión que todo parece una prueba. Pero hablar con alguien, dar una opinión o hacer una pregunta no debería sentirse como un examen. La idea es empezar a tratar esas situaciones como lo que son: partes normales de la vida, no evaluaciones constantes.
Con el tiempo, y sobre todo con práctica, se vuelve más fácil no engancharse tanto con cada mirada, cada pausa, cada gesto. No porque dejes de importar, sino porque empiezas a darte cuenta de que no todo gira en torno a ti. Y eso, aunque suene raro, es un alivio.
¿Y si esto empezó hace tiempo?
Muchas personas recuerdan que su fobia social comenzó en la adolescencia. Es una etapa donde todo parece estar bajo la lupa, y donde el miedo a “dar una mala imagen” se vuelve muy presente.
En el caso de las chicas, algunos estudios han mostrado que la presión por cumplir con ciertas expectativas puede afectar más fuerte la autoestima y aumentar la ansiedad social. Por eso es importante hablar de esto desde temprano. No para etiquetar a nadie, sino para dar herramientas.
Entender que esos pensamientos de “seguro me están juzgando” o “debo esconder mis defectos” pueden trabajarse, y que hay formas de empezar a construir una mirada más amable hacia uno mismo.
-medium.jpg)
Diego Rojo & Equipo
Diego Rojo & Equipo
Psicólogo Cognitivo Conductual
En fin… Como puedes notar, la fobia social y la autoestima se van cruzando en un ida y vuelta que puede ser difícil de cortar. Una alimenta a la otra, y eso hace que todo parezca más grande de lo que es. Pero entender cómo funciona esta relación es una súper ganancia.
Si sabes que esa voz que te frena no siempre dice la verdad, si te das la oportunidad de cuestionarla y de probar nuevas formas de actuar, la imagen que tienes de ti puede empezar a cambiar. Y eso sí que vale el esfuerzo.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad