La estigmatización es un proceso por medio del cual una persona se hace acreedora de una conjunto de características que se consideran socialmente indeseables. Por eso es un proceso conectado con la discriminación y la exclusión social.
Desafortunadamente, la estigmatización es también un proceso altamente frecuente en los espacios clínicos donde los profesionales de salud mental ejercen sus labores (y no solo en salud mental). Esto ha tenido consecuencias muy negativas tanto para las personas con diagnóstico como para sus familias, por lo que actualmente es un tema relevante y muy discutido en distintos espacios.
En este artículo explicamos qué es la estigmatización, por qué ocurre, qué consecuencias ha tenido y a través de cuáles propuestas se ha intentado mitigar en distintos contextos.
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Estigmatización psicosocial: del estigma a la discriminación
El uso de la palabra “estigmatización” hace posible que retomemos el concepto de “estigma” y lo utilicemos como metáfora en los estudios sociales. El estigma en este contexto hace referencia a un rasgo o condición que se atribuye a un grupo de personas y que hace que se establezcan actitudes o respuestas negativas hacia estas.
La aplicación del término “estigma” en sociología fue popularizado por Erving Goffman en la década de los 60’s, quien lo definiría como un “atributo profundamente desacreditador” que se relaciona con un estereotipo negativo sobre los rasgos físicos, las conductas, el origen étnico o las condiciones individuales entendidas en términos de peligro (p.ej. enfermedades, migración, enfermedades, delincuencia).
Así, la estigmatización es el proceso a través del cual un grupo adquiere un rasgo diferencial o una “marca” de identificación, que se valora por otros grupos como el rasgo sobresaliente, lo que tiene por consecuencia distintas formas de discriminación hacia ese grupo “marcado”.
La razón por la que la estigmatización provoca discriminación es porque se trata de un proceso en el que se ponen en juego nuestras actitudes, entendidas como un fenómeno de componentes cognitivos, afectivos y conductuales; a pesar de ser distintos entre sí, se encuentran fuertemente conectados.
Son estas actitudes las que nos ayudan a clasificar o categorizar lo que nos rodea en términos de “bueno” o “malo”, “indeseable” o “deseable”, “adecuado” o “inadecuado”, lo que muchas veces se traduce también en “normal-anormal”, “sano-enfermo”, etc.
Estas categorías, al estar cargadas de componentes afectivos y conductuales, permiten que establezcamos parámetros en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, que evitemos aproximarnos a lo que hemos categorizado como “indeseable”, etc.
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¿A quién suele afectar?
La estigmatización no es un fenómeno que solo afecta a las personas con diagnóstico de trastorno mental. Puede afectar a un gran número de personas y por distintas causas. Generalmente se habla de colectivos o grupos “vulnerables” para hacer referencia a las personas que están sistemáticamente expuestas a ser estigmatizadas y a vivir discriminación.
Lo de “sistemáticamente” es importante porque lejos de ser vulnerables per se, se trata de personas que están siendo vulnerabilizadas constantemente como consecuencia de una organización y unas estructuras sociales determinadas. Personas que están constantemente expuestas a situaciones de exclusión, y que paradójicamente tienen menos posibilidades de ser protegidas.
En este sentido, la discriminación no es solo un fenómeno individual (que determina cómo nos relacionamos con una persona en concreto), sino estructural, que se encuentra también en políticas, en manuales, en cómo se conforman los espacios públicos, en las demás esferas de la vida social.
Así, por ejemplo, puede haber estigma, actitudes negativas hacia personas racializadas, hacia personas con discapacidad, hacia personas en situación de pobreza, hacia personas no heterosexuales, hacia personas con distintos diagnósticos médicos, por mencionar solo algunas.
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El peligro como estigma en los “trastornos mentales”
El imaginario social de la peligrosidad en relación con “la locura” ha evolucionado de manera importante a lo largo del tiempo. Dicha evolución ha sido reforzada en gran parte por las estructuras de atención que en muchos lugares aún existen.
Por ejemplo, las instituciones manicomiales a las afueras de las ciudades, que confirman el mito de la peligrosidad en el imaginario social; así como ocurre con las prácticas coercitivas sin consentimiento informado, o con consentimiento forzado.
El peligro y la violencia se han convertido en estigmas porque hacen que los reconozcamos como los rasgos sobresalientes de la persona que tiene el diagnóstico, con lo cual, la consecuencia lógica es la exclusión automática y generalizada, es decir, ocurre aún si la persona no ha cometido actos violentos.
Miedo y exclusión: algunas consecuencias de este fenómeno social
Si el peligro es lo que evocamos con mayor rapidez cuando pensamos en “trastornos” o “enfermedades mentales”, entonces la reacción lógica más próxima es establecer distancia, porque con el peligro se activan nuestras alarmas y con esto nuestros miedos.
Se activan a veces de manera tan automática e involuntaria que no importa si son miedos justificados o no (muchas veces las personas que más “miedo” sienten, son las que nunca han convivido con alguien que tiene un diagnóstico psiquiátrico). La consecuencia también lógica de todo esto, es que las personas con el diagnóstico se encuentran expuestas a vivir rechazo y exclusión constantemente.
Y por desgracia, los profesionales de la salud mental muchas veces no estamos exentos de lo anterior. De hecho, en un intento por comprender este fenómeno y contrarrestarlo, en las últimas décadas se ha realizado una grandísima cantidad de estudios científicos que analizan los estigmas de los profesionales de la salud hacia los usuarios de los servicios, y cómo esto entorpece la atención y crea más problemas que soluciones.
Otra de las consecuencias que ha tenido la estigmatización relacionada con los diagnósticos psiquiátricos, es que, al ser entendido como algo negativo, peligroso y sinónimo de enfermedad crónica fuente de constante malestar, la gente que puede necesitar la atención de un servicio de salud mental se limita o se detiene al buscar esa atención.
Es decir que, la estigmatización provoca un miedo y un rechazo no solo hacia las personas que tienen el diagnóstico, sino hacia acudir a los servicios de salud mental, con lo cual, los malestares se intensifican, el sufrimiento no se acompaña, las conductas se vuelven más problemáticas, etc.
Alternativas y resistencias
Afortunadamente, ante el desagradable panorama descrito arriba, el caso específico de las personas que tienen un diagnóstico de trastorno mental se ha propuesto como un tema que merece especial atención desde que las propias personas con diagnóstico y sus familias se han manifestado en contra del estigma y la discriminación.
Esto último ha sido apoyado recientemente por muchos profesionales de la salud mental, así como por muchas políticas públicas y organizaciones internacionales. De hecho, el 10 de octubre de cada año se ha establecido por la ONU como el Día Internacional de la Salud Mental.
Así mismo, en distintas fechas y lugares alrededor del mundo, las personas con diagnóstico han reivindicado el reconocimiento de la diversidad de cuerpos y experiencias, así como la necesidad de continuar luchando contra el estigma en salud mental y procurar ante todo el respeto de los derechos.
Referencias bibliográficas:
- López, M., Laviana, M., Fernández, L. et al. (2008). La lucha contra el estigma y la discriminación en salud mental. Una estrategia compleja basada en la información disponible. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 28(101): 43-83
- Muñoz, A., y Uriarte, J. (2006). Estigma y enfermedad mental. Norte de Salud Mental, (26): 49-59.
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