El TDAH ha pasado de ser una entidad diagnóstica prácticamente desconocida a ser un concepto que se ha abierto paso en el lenguaje común en los últimos años. Lamentablemente, en muchas ocasiones la idea que las personas tienen sobre este diagnóstico está rodeada de mitos y creencias erróneas.
Algunas personas todavía creen que el trastorno por déficit de atención e hiperactividad es simplemente la falta de voluntad o disciplina. Otras creen que son problemas conductuales que aparecen cuando las criaturas no han sido educadas con disciplina y de forma estricta.
A lo largo de este artículo hablamos sobre TDAH, las creencias que le han acompañado hasta ahora y lo que la ciencia ha demostrado en estos años de estudios. Además, hablamos sobre disciplina y sobre las herramientas que son realmente útiles para acompañar a los niños con TDAH.
¿Qué es el TDAH?
La Clasificación Internacional de Enfermedades, en su onceava edición (COE-11), define el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) como un patrón persistente de inatención y/o hiperactividad e impulsividad que interfiere con el funcionamiento o el desarrollo.
La sintomatología suele aparecer antes de los 12 años y suele hacerse más evidente en aquellos entornos en los que la autorregulación sostenida en el tiempo es necesaria. Además, esta sintomatología debe estar claramente fuera del rango esperado para la edad o el nivel evolutivo de la criatura y que el deterioro que causa en el funcionamiento sea clínicamente significativo.
Se reconocen diferentes presentaciones en función de los síntomas que predominan. Es importante tener presente que un diagnóstico solo puede ser realizado por profesionales de la salud mental adecuadamente formados y especializados en el tema. Hoy en día se requiere la administración de diversas pruebas psicometrías, así como la evaluación mediante entrevistas clínicas.
La perspectiva tradicional sobre la disciplina y el TDAH
Durante mucho tiempo se ha visto el TDAH como falta de disciplina o de voluntad. Se decía que los niños no atendían porque no querían y que no ponían el empeño suficiente. Esta forma de ver el TDAH ha generado mucho estigma en las criaturas, que han tenido que cargar con etiquetas como “malcriados”, “vagos” o “irresponsables”.
Como consecuencia, se consideraba que era necesario ser más estrictos y exigentes con estos niños y se aplicaban medidas punitivas, castigos, con el objetivo de cambiar la conducta de los niños. Sin embargo, esta forma de entender el TDAH es totalmente errónea. No se trata de falta de voluntad, sino de un trastorno del neurodesarrollo.
Lo que hoy sabemos gracias a la ciencia
Autores como Barkley defienden que el TDAH es más que un problema de falta de atención. Lo definen como una alteración en el desarrollo de la autorregulación debido a que las funciones ejecutivas —entre las que se encuentran la memoria de trabajo, el control inhibitorio y la regulación emocional— se ven afectadas.
Este punto es clave puesto que dichas funciones son cruciales para otros aspectos como la planificación, el control de los impulsos y la atención mantenida, entre otros. Esta forma de entender el TDAH está avalada y demostrada en múltiples ocasiones por la neurociencia. Es decir, se sabe con exactitud cuáles son las áreas afectadas.
Además, empiezan a surgir corrientes nuevas que plantean la idea de que el TDAH puede tener sus raíces en heridas emocionales de la infancia. Se propone que el TDAH puede ser una forma de adaptarse al entorno cuando la criatura lo ha percibido como amenazante o inconsistente y ha aprendido a desconectarse para protegerse.
¿Qué pasa si solo tratamos el TDAH con disciplina?
Actualmente sabemos que intentar tratar el TDAH solo imponiendo más disciplina en el hogar no es la mejor de las opciones. De hecho, con una elevada probabilidad, el efecto conseguido será el opuesto al deseado.
Las reglas estrictas, los castigos y los constantes incentivos conductuales pueden ser contraproducentes porque actúan sobre las conductas directamente, pero no están abordando las dificultades reales que la criatura tiene para poder regularse. Por tanto, es probable que se produzca una aumento de la ansiedad y la frustración y acaben empeorando los síntomas.
Por si la ansiedad, la frustración y el malestar emocional de la criatura fueran poco, este tipo de intervenciones pueden tener un fuerte impacto negativo en la autoestima de la persona. Además, sí como padres, madres, cuidadores/as o educadores/as nos relacionamos desde este lugar con ellos/as, es muy probable que el vínculo afectivo también se vea perjudicado.
¿Qué funciona realmente?
Tal y como hemos visto, la disciplina —entendida como modelos educativos más autoritarios, punitivos y exigentes con las criaturas— no funciona por sí sola. Es cierto que los límites y la estructura son importantes para los niños —en general, y pueden ser especialmente beneficiosos para los que tienen TDAH—, pero deben adaptarse a las necesidades concretas de cada criatura.
Es esencial comprender de verdad las especificidades del trastorno por déficit de atención e hiperactividad y lo que conlleva. De esta forma, podremos ajustar las expectativas y adaptar las estrategias de intervención a cada caso concreto.
Es probable que se requieran algunas adaptaciones en el entorno para facilitar la estructura y reducir las posibles distracciones tanto en casa como en el colegio. Además, en muchos casos será necesaria la intervención psicológica para poder trabajar habilidades sociales y la regulación emocional, entre otras. La intervención farmacológica también es recomendable en situaciones muy concretas.
Por último, es necesario tener presente que no se puede trabajar correctamente nada de todo esto si no hay un vínculo fuerte. Es de máxima importancia poder promover y garantizar la seguridad a nivel emocional, así como la conexión afectiva. Los niños y las niñas necesitan sentirse comprendidos y amados por sus adultos de referencia.
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