La compasión es la habilidad para responder amablemente al sufrimiento humano. Todas las personas, en algún momento de nuestras vidas —o, por qué no, en gran parte de ellas— encontramos razones por las cuales sufrir. Negarlo no es más que evitar reconocer que nuestra existencia está atada a la dolorosa posibilidad de que cumplir nuestras metas más significativas sea una tarea difícil, a que las personas que más amamos nos defrauden, a que un evento inesperado tergiverse el curso de nuestro camino por completo. Y aceptarlo, cómo no, también es duro.
A priori, reflexionar al respecto puede ser tildado rápidamente de una perspectiva pesimista sobre la vida, pero nada más lejos de la realidad. Reconocer que el dolor nos acompañará a lo largo de nuestro trayecto puede ser liberador, pues nos obliga a dejar de resistirnos al malestar, nos quita el pesar que supone evitar a toda costa experimentar el displacer.
Existe una sutil diferencia entre dolor y sufrimiento: este último supone un condimento añadido al dolor inherente a la vida. En otras palabras, del dolor es imposible escapar, pero sí podemos trabajar en nosotros mismos y tomar decisiones más sabias con el objetivo de sufrir menos. No obstante, la realidad es que recaer en el ciclo del sufrimiento ante ciertas contingencias de la vida —una ruptura inesperada, un despido, la pérdida de un ser querido, las dificultades para hallar un norte, valor o propósito…— es una probabilidad, valga la redundancia, demasiado probable. Somos humanos, y por mucho que nos esforcemos día tras día por reducir al mínimo nuestro sufrimiento, nada nos abstiene de tropezarnos con las mismas piedras.
Aún frente a estas dificultades debemos recordar que estamos intentando hacer lo mejor que podemos y por ello debemos ser afectuosos con nosotros mismos. Es aquí donde entra en juego otra habilidad: la autocompasión. Entrenar la autocompasión es crucial para desarrollar una relación más saludable con nosotros; que nos brinde la posibilidad de caernos y levantarnos sin juzgarnos; todo con el objetivo de, tal como señaló Marsha Linehan, construir “una vida que valga la pena vivir”. Por ello, en este artículo desarrollaremos cuáles son algunos motivos por los cuales cultivar la autocompasión.
¿Qué es la autocompasión?
La compasión es el entrecruzamiento de distintos elementos, tales como la toma de conciencia del sufrimiento ajeno, la comprensión o empatía hacia quien sufre y el deseo de aliviar ése sufrimiento en el otro. El sufrimiento de los demás nos importa, porque entendemos exactamente cómo se experimenta en el propio cuerpo, cuáles son las emociones que se desprenden de sufrir y qué pensamientos vienen acompañados de las vivencias más difíciles. Por tal motivo, quien siente compasión, según Strauss y colaboradores, comprende el carácter universal del sufrimiento en la experiencia humana y es tolerante con los sentimientos desagradables que emergen tras el sufrimiento personal.
Por su parte, en línea con los aportes de Neff, la autocompasión es la capacidad de ser amables con nosotros mismos cuando estamos sufriendo, pudiendo reconocer que sufrir y equivocarnos es una experiencia humana compartida.
Esto quiere decir que, a pesar de que las condiciones de cada ser humano sean sumamente divergentes, todos sufrimos, y por lo tanto, no sería erróneo decir que el sufrimiento nos une. Además, según esta investigadora, la autocompasión tiene otro componente: la adopción de una postura sin prejuicios hacia los propios pensamientos y emociones, por más desagradables que sean, o por más que estemos en desacuerdo con ellos.
- Artículo relacionado: "Desarrollo Personal: 5 razones para la autorreflexión"
Por qué cultivar la autocompasión
Algunas personas, debido a sus historias de aprendizaje, tienden a ser más autocompasivas que otras. No obstante, esto no significa que la autocompasión sea una cualidad inherente a ciertos individuos, sino que, como hemos desarrollado, se trata de una habilidad o capacidad, y por lo tanto, puede ser practicada. A continuación, señalamos algunos motivos por los cuales cultivar la autocompasión es un propósito que merece la pena.
1. La autocompasión te permite avanzar en proyectos personales
Para avanzar en proyectos personales, creativos o profesionales, es necesario zambullirse en el mundo de lo desconocido. La falta de certezas acerca de cuál será el resultado final de un proyecto, o de si seremos capaces de llevarlo a cabo con creces, son dudas normales y esperables de todo ser humano. Cuando intentamos cosas nuevas, es altamente probable que nos equivoquemos, que tomemos el camino más largo para llegar a un sitio en lugar del atajo, que el producto de lo que pudimos lograr esté lejos de ser como nos gustaría.
Si nos quedáramos en el malestar que sentimos cuando notamos que nuestras habilidades actuales son distantes respecto a lo que esperamos de nosotros mismos, podemos caer en un pozo de frustración, angustia y, sobre todo, de renunciar a lo que es importante para nosotros. No hay nada de malo en frustrarnos —a fin de cuentas, es una emoción como cualquier otra—; el verdadero problema reside en revolcarse en esa emoción y decidir abandonar sin justificación todos nuestros proyectos porque consideramos que no vale la pena realizarlos, que todavía no estamos listos para encararlos, o que somos incapaces. Es entendible que tengamos estos pensamientos, pero guiarnos por ellos en ocasiones puede impedir que vivamos una vida valiosa. Por su parte, la autocompasión nos alimenta a volverlo a intentar, una y otra vez, más allá de los juicios que nuestra mente elabore sobre nuestro trabajo o valía como personas.
Como bien dicen, somos más que nuestros pensamientos. Respecto a esto, la escritora Elizabeth Gilbert dijo, en una entrevista para Salesforce en 2016: “Todas las personas comienzan un proyecto creativo en el mismo lugar de gran entusiasmo, creyendo que tienen una idea fantástica, justo la que estaban esperando. Ese es el que yo llamo día uno (...) En el día dos, todas las personas miran hacia atrás, hacia lo que lograron en el día uno, y están llenos de vergüenza y disgusto con su propio trabajo porque se dan cuenta que no pudieron cumplir con las expectativas del día uno (...) Por eso muchas personas no llegan al día tres. Lo que te llevará al día tres no es la disciplina o el rigor, sino el perdón hacia tí mismo. Desde ese lugar, podrás decirte: soy nuevo en esto, jamás lo hice antes, no salió como quisiera pero aún así considero que merece la pena volver a intentarlo”.
Como es fácil notar, esta actitud es sumamente amorosa y compasiva con ella misma.
Gilbert utiliza esta metáfora para referirse a la importancia de la autocompasión para avanzar en proyectos dentro del ámbito de la creatividad, pero podríamos ampliarla hacia otros dominios, por ejemplo, el de los vínculos sociales y las relaciones de pareja. Ser compasivos puede movilizarnos hacia aquellos valores o propósitos significativos, incluso cuando nos equivocamos, incluso cuando cometemos errores, una y otra vez.
- Quizás te interese: "Los beneficios de tratarse a uno mismo como a nuestros mejores amigos"
2. La autocompasión nos entrena en dejar de luchar contra nuestros pensamientos
La mente humana funciona con cierta autonomía respecto de nuestra voluntad, y en muchas ocasiones es difícil —sino imposible— controlar qué pensamos. Un ejemplo conocido de ello es cuando presentamos dificultades para conciliar el sueño y nos proponemos dejar de pensar en la hora a la que debemos despertarnos al día siguiente. Hacemos cálculos matemáticos para ver cuántas horas de sueño nos quedan, notamos que son menos de las necesarias, nos enfadamos con nosotros mismos y, peor aún, nos reprochamos que deberíamos dejar de pensar en todo aquello, porque hay que dormirse. Para este momento, los pensamientos se han multiplicado (y nuestro malestar, también).
No podemos controlar nuestros pensamientos. Ningún ser humano, hasta la fecha, tiene el dominio total sobre su mente. Y está bien que así sea, pues con tal automatismo la mente conserva cierto estado de alerta —de acuerdo a las circunstancias— para enfrentarse a potenciales peligros sin la necesidad de que estemos siempre pendientes de ellos. Por esa razón, en lugar de luchar contra nuestros pensamientos, de intentar suprimirlos o modificarlos a la fuerza, la autocompasión nos recuerda que somos personas de carne y hueso, que no siempre seremos capaces de dormir lo necesario, y que está fuera de nuestro campo de manipulación poder determinar cuándo pensamos y en qué pensamos.
Notar esto puede ser de gran ayuda para las personas que presentan pensamientos parasitarios u obsesivos; ideas con las que están en desacuerdo, ya sea de forma valorativa o moral, y que sin embargo son recurrentes. No todo lo que pensamos es necesariamente cierto. De todas formas, siempre cabe mencionar que de ser muy difícil la práctica de la autocompasión frente este tipo de problemáticas, siempre un profesional de la salud mental puede ser de gran ayuda para superarlas de forma acompañada, segura y responsable.
3. La autocompasión nos permite afrontar las pérdidas
Cuando afrontamos la pérdida de un ser querido, una mascota, un proyecto al que aspirábamos o una relación significativa, lo ideal es brindarnos el permiso para afrontar el duelo de tal situación. La autocompasión es una aliada indispensable del duelo, ya que nos recuerda una y otra vez que superar una pérdida puede ser más doloroso y arduo que lo que pensábamos y quisiéramos. No hay tiempos determinados a la hora de duelar algo o alguien, y la autocompasión nos recuerda que estamos en nuestro derecho a procesar la situación tanto de manera rápida como lenta, con pensamientos sumamente dolorosos o sin lágrimas. La autocompasión implica no forzarnos a ser o sentir algo distinto a lo que está ocurriendo en ese preciso instante.
4. La autocompasión, porque sí
“La autocompasión, porque sí” es un lema más poderoso de lo que parece. Implica practicar la amabilidad hacia nuestro propio dolor sin ningún motivo práctico más que el mero hecho de ser humanos. A veces nos regodeamos buscando los para-qués, cuando en verdad no hace falta tener una justificación para ser autocompasivos. Dicho de otra forma: a la autocompasión no hay que ganársela. No hace falta habernos embarcado en un gran proyecto y que éste haya salido mal para ser autocompasivos.
Podemos ni siquiera haberlo intentado, dejándonos llevar por nuestros miedos y nuestras creencias distorsionadas sobre la realidad, y todavía así tener la gentileza suficiente para reconocer que merecemos nuestro propio perdón, sin necesidad de rendir cuentas a nosotros mismos.