Asumimos con frecuencia que las personas emigran por circunstancias políticas, laborales y sociales... Pero perdemos de vista que detrás de la migración voluntaria existen también motivos psicológicos complejos.
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Inmigración y autorrealización
Las razones que llevan a una persona a emigrar son en un principio desconocidas. Solo con el correr del tiempo es posible tomar perspectiva y resignificar las motivaciones más profundas.
Sin embargo, sabemos por la práctica clínica que las motivaciones psicosociales de la migración tienen que ver con cuatro necesidades fundamentales que están relacionadas entre sí. Estas son: identidad, autoestima, pertenencia y sentido.
1. Identidad
Para muchos, el sentido de identidad no se crea ni se descubre, viene dado. Por el contrario, aquellos que emigran por motus propio lo hacen porque consideran que un nuevo espacio físico es el prerrequisito para el desarrollo de su identidad. Las preguntas que están en juego son, «¿quién soy yo?» y «¿quién podría llegar a ser si viviera en otro contexto?».
La necesidad de conocer el mundo es un reflejo del afán que tenemos de conocernos a nosotros mismos. Solo cuando estamos en un espacio libre de condicionamientos sociales podemos sentirnos libres para explorar nuestra identidad. El anonimato le permite al inmigrante transgredir los límites que impone la cultura de origen, que muchas veces le resultan monótonos, opresivos y poco estimulantes. Vivir nuevas experiencias en otros sitios nos ayuda a conocernos más a nosotros mismos y sentirnos más auténticos.
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2. Autoestima
Decidir dónde se va a vivir, resolver problemas burocráticos, aprender un idioma y adaptarse a una nueva cultura, son solo algunas de las dificultades que enfrentan a diario los inmigrantes.
El desarrollo de la autoconfianza es producto de la convicción de que seremos capaces de hacer algo porque lo hemos hecho con anterioridad. En este sentido, la inmigración nos permite demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de (sobre)vivir en circunstancias impredecibles, al mismo tiempo que nos confronta con nuestras limitaciones. O en palabras de Séneca, "ninguna persona es más infeliz que la que nunca se enfrenta a la adversidad, porque no se le permite probarse a sí misma".
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3. Pertenencia
El proceso migratorio comienza mucho antes de emigrar. Es frecuente que los inmigrantes sientan que nunca pertenecieron completamente a su país de origen.
La idea de "sentirse en casa" tiene más que ver con la relación que se establece con el entorno y las demás personas que con una propiedad, región o país concreto. Nos sentimos en casa en aquellos momentos en que somos comprendidos y aceptados de forma incondicional. Carl Jung resumió esta idea diciendo: "la soledad no consiste en no tener personas alrededor, sino en no poder comunicar las cosas que a uno le parecen importantes, o de callar en ciertos puntos de vista que otros encuentran inadmisibles".
Buscar un trabajo, alquilar, comprar una casa y establecer relaciones profundas son actividades que van enraizando a una persona a un lugar físico, pero también es posible hacer este proceso en varios sitios, no es necesario optar por uno.
Sin embargo, alejarse de forma sistemática de un centro sólido puede dar lugar a una identidad frágil e insegura. Por este motivo es recomendable establecer un punto de referencia concreto para evitar sentirse en un "limbo" y perder el sentido de continuidad. Llega un momento en que todo viajero itinerario necesita parar y establecer un proyecto laboral, personal y afectivo, aunque sea por un tiempo.
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4. Sentido
A nivel psicológico, la migración puede ser entendida como una huída, pero también como una manifestación de una búsqueda espiritual o trascendente. Se trata de sentir que se puede pertenecer a algo más grande que uno mismo. Las grandes preguntas aquí son: "¿qué nos hace humanos?" y "¿qué nos une y nos separa?".
Las diferencias culturales, que a primera vista parecen insondables, logran ser trascendidas cuando se comparten los mismos valores de tolerancia y respeto. Por este motivo, no resulta sorprendente que existan tantos amigos y parejas de distintas nacionalidades a los que les pesan más las similitudes a nivel de valores que las costumbres e idiosincrasias localistas.
Vivir entre dos tierras permite tener una perspectiva más amplia, menos provinciana y entendernos a nosotros mismos como una parte activa del mundo
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