Puede que para quienes nunca han tenido una mascota sea difícil de entender, pero la muerte de un perro puede llegar a afectar más que la de una persona con la que se tenía un trato cercano y prácticamente cotidiano, o al menos comparable al dolor que supone ese tipo de duelo.
¿Por qué ocurre esto? Al fin y al cabo, desde una perspectiva evolucionista no tiene demasiado sentido: dedicamos tiempo y esfuerzo a mantener un vínculo afectivo con una especie que no es la nuestra y, cuando el animal muere, también sacrificamos parte de nuestro bienestar para llorar su muerte.
Quizás esta duda esté mal planteada. Tener una amistad con un perro no significa seguir una estrategia de coste-beneficio en la que cuidamos del animal para obtener un producto a cambio. Eso es, quizás, lo que ocurriría si un perro fuese simplemente eso, un perro. Pero no es así: nuestro compañero es mucho más que una mascota.
Lo que hace especiales a los perros
Hay algo que distingue a los perros del resto de animales que tradicionalmente han sido cuidados y domesticados por el ser humano: han tenido mucho tiempo para evolucionar. En casi todos los sentidos, el can doméstico se ha ido transformando en el perfecto compañero, un animal que, pese a no tener la facilidad para pensar de forma abstracta que tenemos nosotros, es capaz de cambiar su comportamiento ante la muerte o la ausencia prolongada de su fiel amigo.
Cómo olvidar, por ejemplo, el caso de Hachikō, el perro de raza Akita que dedicó los últimos 9 años de su vida en quedarse a vivir en la estación de tren por la que su amo se fue para no volver debido a su muerte.
Lo que hace único a este animal, y lo que hace que su pérdida resulte tan dolorosa, es que de forma espontánea crean lazos afectivos con otras especies sin necesidad de un entrenamiento especial. De hecho, se ha comprobado que el simple hecho de mirar a los ojos a un perro durante largos ratos hace que su cerebro empiece a comportarse tal y como lo hace el ser humano que mantiene la vista clavada en sus ojos: la oxitocina, la hormona del amor, empieza a ser producida en gran cantidad, y tanto el ser humano como el can coordinan este ciclo de hormonas.
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La evolución del mejor amigo del humano
Algunos biólogos y antropólogos, como Brian Hare, creen que el perro doméstico ha ido evolucionando a partir de la especie del lobo para sobrevivir al lado de nuestra especie dejando atrás su agresividad y carácter territorial.
Se ha conservado el carácter gregario del lobo, pero a lo largo de los 10.000 años de historia que han pasado desde las primeras domesticaciones del perro estos animales han empezado a desarrollar otras características psicológicas que los han acercado a nosotros: se han vuelto más curiosos que reservados, más juguetones que hostiles, más tolerantes al cambio y, por consiguiente, mucho más propensos a aprender cosas nuevas de la mano de otra especie.
De algún modo, una característica humana, la posibilidad de crear sociedades y de transformar el entorno, ha servido para modificar el ADN de una parte de la población de lobos haciendo que estos animales encontrasen un lugar primero en las tribus y después en la civilización.
El duelo por mascotas
Saber todo lo anterior permite entender mejor por qué la muerte de un perro nos afecta tanto. Básicamente, porque por su carácter espontáneo y su ignorancia de las sofisticadas normas sociales, los peros se han convertido en los amigos y compañeros perfectos.
No son ni lo suficientemente individualistas como para no reaccionar ningún modo ante la presencia humana o incluso evitarla, ni lo suficientemente humanos como para preocuparse por su imagen social, caer en los prejuicios o los estereotipos o para manipular tratando de ganarse la amistad de alguien a cambio de una meta a largo plazo.
Cuando un perro muere, estamos perdiendo a un ser que nos ofrecía compañía totalmente basada en el aquí y el ahora, en los pequeños momentos, y que aprecia todas las formas de espontaneidad sin preocuparse en lo que los demás vayan a pensar. En muchos sentidos, los perros nos permiten contar con la amistad de alguien sin tener que renunciar a quiénes somos en nuestra vida privada.
Es probable que muchas otras personas no comprendan que el duelo por mascotas es especialmente duro en los casos en los que es un perro quien ha muerto, y en algunos casos es posible que secretamente piensen que estamos actuando de forma teatral. Sin embargo, merece la pena saber que sentir un profundo dolor emocional es totalmente normal y legítimo en esos casos, y que nada ni nadie tiene el derecho a cuestionar la autenticidad del momento.
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