A veces sientes que no empiezas algo porque “aún no está del todo listo”. Tienes la idea clara, incluso sientes esa emoción sabrosa dentro de ti, pero sigues esperando a que llegue el momento ideal, la energía perfecta o la motivación exacta para hacerlo. Lo curioso es que ese momento nunca llega, y mientras tanto, la lista de pendientes crece.
Si te pasa, no es pereza... O al menos no siempre. A veces es más bien una mezcla entre exigencia, miedo y una necesidad constante de hacerlo todo impecable. Y, ojo, no estás inventando el problema: varios estudios muestran que el perfeccionismo extremo es uno de los detonantes más frecuentes de la procrastinación.
Hablemos, entonces, de qué pasa cuando aparece la procrastinación por perfeccionismo y qué hacer para gestionar mejor todo esto en tu vida.
La búsqueda de perfección puede ser una trampa
La exigencia personal puede ser una fuerza poderosa. Te impulsa a mejorar, a cuidar los detalles y a entregar lo mejor de ti. Pero cuando esa exigencia se convierte en una obsesión, aparece una sensación de que nada es suficiente. Ahí es donde empieza la trampa: cuanto más te presionas por hacerlo perfecto, más difícil se vuelve empezar o terminar algo.
Las personas con altos estándares tienden a establecer metas casi imposibles. Y cuando no las alcanzan, sienten frustración, ansiedad y culpa. El miedo a fallar se vuelve tan grande que la acción se paraliza. Así, se aplaza una y otra vez lo importante, esperando un momento ideal que nunca se concreta.
Esta “parálisis por perfección” puede tener raíces bastante largas. Algunas personas crecieron en entornos donde los errores se castigaban con dureza, o donde el reconocimiento solo llegaba si el desempeño era impecable. En otros casos, la autoexigencia nace del deseo de validación o del temor a decepcionar.
Cualquiera sea el origen, el resultado es el mismo: una mente agotada que posterga para evitar el dolor de sentirse insuficiente.
Posponer una y otra vez: ¿cómo afecta?
El perfeccionismo descontrolado no solo te hace trabajar más; también te hace posponer más. Y no por falta de responsabilidad, sino porque el estándar es tan alto que parece inalcanzable. Surgen pensamientos como: “todavía no estoy listo”, “quiero hacerlo bien, no rápido”, o “necesito prepararme un poco más”.
El problema es que esa búsqueda del momento perfecto se convierte en una forma de evasión. El tiempo pasa, la presión crece, y la mente se llena de culpa. Lo paradójico es que, al final, la procrastinación termina generando justo aquello que el perfeccionista más teme: un resultado apresurado o por debajo de sus expectativas.
Por eso, la clave no está en eliminar la exigencia, sino en equilibrarla. La acción imperfecta siempre tiene más valor que la inacción disfrazada de “preparación”. Empezar, aunque no sepas cómo va a salir, es el único camino hacia el progreso real.
El perfeccionismo no siempre es el villano
Sí, lo sabemos, con todo lo que hemos dicho, el perfeccionismo suena como un monstruo que hay que derribar. Sin embargo, no todo perfeccionismo es negativo. De hecho, existen al menos dos caras de esta característica.
Por un lado, está el perfeccionismo adaptativo, donde las personas van tras la excelencia porque disfrutan el proceso y confían en sus capacidades. Suelen organizarse bien, cumplir plazos y sentirse satisfechas con el resultado.
Por otro lado, el perfeccionismo desadaptativo, que se centra en la preocupación por fallar o decepcionar. Aquí domina la crítica interna, el miedo y la insatisfacción permanente. Quienes lo viven pueden pasar horas ajustando detalles mínimos o evitando tareas por temor a no cumplir con las expectativas, propias o ajenas.
Un estudio realizado en recientemente por Broberg-Guzmán y su equipo en República Dominicana encontró que los estudiantes con un tipo de perfeccionismo adaptativo (altos estándares y buena organización) tendían a procrastinar menos, mientras que quienes percibían una gran “brecha” entre lo que esperaban de sí mismos y lo que realmente lograban, mostraban más postergación y menor autorregulación.
En otras palabras, no es la exigencia en sí lo que genera el problema, sino la distancia que sentimos entre nuestras metas y nuestra realidad. Esa sensación de “nunca es suficiente” es lo que frena la acción.
El círculo emocional que alimenta la postergación
El perfeccionismo y la procrastinación se refuerzan mutuamente. El miedo a fallar lleva a posponer. Luego, la culpa por posponer aumenta la autocrítica. Y así se repite el ciclo.
Además, cuando el cuerpo percibe que algo genera ansiedad, intenta evitarlo. El cerebro lo interpreta como una amenaza, y la mente busca alivio inmediato con distracciones, justificaciones o tareas secundarias que dan una falsa sensación de productividad.
Esta dinámica se explica por mecanismos emocionales muy humanos: el deseo de evitar el malestar, la necesidad de control y la falta de autocompasión. No es un defecto de carácter, sino una estrategia de protección que se ha vuelto disfuncional.
Cómo empezar a salir del bucle de procrastinación por perfeccionismo
La salida no pasa por eliminar tus estándares, sino por hacer las paces con la imperfección. Aquí algunas ideas prácticas:
- Define metas alcanzables. Divide los grandes objetivos en pasos pequeños y específicos.
- Céntrate en tus propios criterios. No en lo que otros esperan.
- Cuestiona tus miedos. Pregúntate: “¿qué pasaría realmente si no sale perfecto?”.
- Permítete equivocarte. El error no borra tu valor, solo muestra que estás en proceso.
- Cultiva la autocompasión. Trata a tu mente como tratarías a un amigo que está intentando mejorar.
- Empieza aunque no sea el momento ideal. A veces, lo único que necesitas para avanzar es dar el primer paso, aunque parezca pequeño.
Estos hábitos no eliminan el perfeccionismo, pero lo vuelven funcional. De esta manera aprendes a usar esa exigencia como un impulso, no como una barrera.
Aceptar que el progreso también puede ser imperfecto
Al final, la procrastinación por perfeccionismo es una forma de miedo: miedo a no estar a la altura, a ser juzgado o a decepcionarte. Pero, irónicamente, ese mismo miedo te impide crecer.
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Psicóloga Desirée Infante
Psicóloga Desirée Infante
Psicologia y neuropsicologia
La excelencia auténtica no nace de hacerlo todo sin errores, sino de atreverte a avanzar aunque las condiciones no sean ideales. El progreso real está en moverte, aprender, ajustar y seguir. Al final del día, nadie llega a su mejor versión esperando a sentirse listo. Empiezas, fallas, corriges y mejoras. Así se construye la confianza, paso a paso.
Aceptar que algo puede estar “bien, aunque no perfecto” es una forma bastante sana de elegir avanzar, incluso cuando la duda quiere detenerte. Porque, al final, lo que te hace mejorar no es la perfección, sino la acción.


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