Para ver el mundo en un grano de arena, Y el Cielo en una flor silvestre, Abarca el infinito en la palma de tu mano Y la eternidad en una hora.
—William Blake
Algunas claves sobre la sincronicidad o las casualidades significativas
Todos hemos experimentado coincidencias de hechos a los cuales no les solemos dar más importancia que la de una llamativa curiosidad. Estamos pensando en alguien y, justo en ese momento, recibimos una llamada suya; nos acordamos de una persona que hace mucho tiempo no tenemos en mente y nos la encontramos luego en la calle, o bien suena una canción en la radio que está muy relacionada con algo que sucede en ese justo momento. Algunas personas narran experiencias que nos pueden parecer aún más asombrosas, como soñar con hechos que luego suceden o percibir en la distancia un accidente o la muerte de alguien cercano.
Desde una perspectiva eminentemente racional, estos hechos son una cuestión de azar, casualidades a las que no hay que prestar más importancia de la que tienen. Por su parte, los hechos extraordinarios son considerados invenciones de personas que quieren llamar a la atención o interpretaciones erróneas de hechos objetivos.
Sin embargo, el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung vio, en las casualidades de hechos altamente improbables, la expresión de un fenómeno que merecía ser estudiado con rigurosidad. En este sentido acuñó el término sincronicidad, al que definió como la presentación simultánea de dos hechos que no se encuentran vinculados por una relación de causa y efecto, sino por su significado.
¿En qué consiste la sincronicidad según Jung?
El desarrollo del concepto de sincronicidad surge a partir de la colaboración entre Carl Gustav Jung y Wolfgang Pauli, un premio nobel de física y uno de los padres de la mecánica cuántica. Es por tanto un concepto en el que confluyen planteamientos de la física y la psicología. La colaboración de estos autores se vio plasmada en 1952 con la publicación del libro conjunto Sincronicidad como principio de conexiones acausales. En dicho libro se plantea la sincronicidad como un elemento clave para la comprensión de la relación entre la psique y la materia.
Jung describe tres categorías de sincronicidad: en la primera se presenta la coincidencia entre un contenido mental (pensamiento, sentimiento, un sueño) y un acontecimiento externo (se recibe una llamada de alguien en la que se estaba pensando). La segunda es la coincidencia entre una visión interna y un suceso que sucede lejos de allí (soñar con un accidente o la muerte de una persona que sucede en la realidad). La tercera consiste en tener una imagen de algo que posteriormente acontece en el futuro. Se resalta que las imágenes en las que se basa la sincronicidad no necesariamente se presentan de manera literal sino que pueden manifestarse de manera simbólica.
El pensamiento racional no acoge este tipo de fenómenos, así que a la hora de desarrollar el concepto de sincronicidad, Jung recurre a lo que se suele denominar como pensamiento oriental. Este tipo de pensamiento se encuentra relacionado a lo que usualmente nos referimos cuando hablamos de intuición.
Pensamiento occidental vs pensamiento oriental
El pensamiento racional, mecanicista y materialista en el que se sustenta la visión de mundo occidental desde la ilustración, y que es la base de nuestras creencias, presupone la linealidad del tiempo y la causalidad de los fenómenos.
Desde este paradigma, la ciencia se cuestiona la causa de los fenómenos con la intención de controlar y predecir acontecimientos. En su metodología es esencial construir modelos y abstracciones basadas en generalidades estadísticas. Los casos aislados, los que se salen de la norma, como es el caso de las sincronicidades, son inaprensibles a partir de una aproximación estadística, por lo tanto no son contemplados por la ciencia, ni por nuestro sistema de creencias construido bajo la misma lógica e influencia.
Sin embargo este no ha sido el modo de pensar predominante en la historia de la humanidad, ni lo es aún hoy en diversos contextos culturales. Jung consideraba que la sincronicidad era un fenómeno coherente con cosmovisiones orientales, como la china de donde emergió el taoísmo o las cosmovisiones de la india milenaria, las cuales poseen una concepción del tiempo y el espacio distinta a la nuestra.
El pensamiento oriental, en el que también es necesario incluir muchas de las cosmovisiones indígenas, considera que todos los elementos del universo se encuentran vinculados formando una unidad. La realidad concreta, es decir, lo que observamos, se considera como una manifestación ilusoria de un principio subyacente. Cada elemento del universo es considerado como un reflejo de algo superior que lo engloba. El universo es visto como un gran organismo en el que cada elemento que lo compone se encuentra intrínsecamente interrelacionado y a la vez es un espejo de este. El individuo es pues considerado como un microcosmos que refleja la dinámica del macrocosmos, del universo entero.
Desde la lógica de un universo visto como una totalidad, compuesta por elementos interdependientes, funcionando bajo el influjo de un principio subyacente, al suceder un acontecimiento el cuestionamiento natural no sería sobre su origen o causa, como lo solemos hacer nosotros, sino acerca de qué otros acontecimientos pueden ocurrir de manera simultánea.
Desde la perspectiva oriental se entiende que cada momento en el universo posee una cualidad particular, con la que resuenan todos los elementos de manera sincrónica. Este tipo de lógica sería el sustento de la astrología o de los oráculos. En el momento del nacimiento de un individuo, los astros se encuentran en determinada posición y simbólicamente hay un registro de ello en cada persona, que se ve condicionada por ello.
De la misma manera, al consultar un oráculo, las cartas tarot, las señales del caparazón de la tortuga etc., no se presentan de manera aleatoria, sino que se corresponden al momento y situación particular de la que emerge el cuestionamiento; y por esta relación se le puede otorgar un significado simbólico a cada uno de estos hechos. En este esquema, la sincronicidad sería ese fenómeno que permitiría entender ese nexo entre el cuestionamiento del consultante y la composición de los elementos del oráculo.
La dimensión simbólica en la sincronicidad
Jung resalta cómo en el pensamiento oriental se les otorga a los números, además de su función cuantitativa, una dimensión cualitativa y simbólica. Para ejemplificar lo anterior, narra un corto cuento de la tradición china sobre la historia de un reino que tenía que decidirse por entrar o no entrar en guerra. Como no había consenso, el consejo de sabios realizó una votación; el resultado fue 3 votos a favor y 5 en contra. Sin embargo, el rey decidió entrar en guerra porque el 3 era el número de la unanimidad. Los números, al igual que la sincronicidad, son considerados como intermediarios entre el mundo cotidiano y el espiritual.
La concepción de que existe un principio unificador en el universo, una extraña fuerza que es origen y motor de todo, y que brinda armonía y estructura en el caos, ha estado presente en diversas filosofías y cosmovisiones. A este principio unificador se le ha llamado Tao, Logos, Sentido y con características similares es el fundamento de las principales religiones orientales como el Taoísmo, el Budismo, Hinduismo, el Zen. A pesar de que se le ha dado diferentes nombres, todas estas descripciones sostienen que la realidad, es decir, los elementos concretos y observables, así como nuestras abstracciones duales, son la manifestación externa del Uno. La historia del universo y de la humanidad sería un despliegue de los diferentes aspectos de este principio unificador.
Se considera también que los diferentes ciclos y ritmos presentes en la naturaleza son expresión de este principio subyacente. Para el pensamiento oriental el tiempo no transcurre de manera lineal sino circular, la imagen del espiral, como la de la concha del caracol. Así, se ha considerado que el tiempo es como una expresión de los ciclos eternos de nacimiento, muerte y regeneración. Estos ciclos están presentes en la naturaleza, en la historia de los pueblos y en los individuos.
Muchos de los modelos y concepciones del misticismo oriental que han acompañado a la humanidad por miles de años, comenzaron a tener resonancias y paralelismos con las descripciones sobre la composición y dinámica de la materia, brindadas por los físicos precursores de la mecánica cuántica hacia 1920. Jung se percató de aquellos paralelismos y lo vio como una oportunidad para darle solidez argumental a sus observaciones e intuiciones sobre la sincronicidad. Por ello, decidió ahondar en aquellos estudios, intercambiando correspondencia, ideas y hallazgos con varios de los físicos precursores de la mecánica cuántica, entre ellos Albert Einstein y Wolfang Pauli.
Física cuántica, pensamiento oriental y sincronicidad
La mecánica cuántica es aquella rama de la física que se encarga de describir el comportamiento de las partículas subatómicas, es decir, de las partes más pequeñas de las que está compuesto el universo.
Un desconcierto similar al que podemos vivir cuando experimentamos una poderosa sincronicidad, es decir, que se tambalea nuestro punto de vista racional y estructurado, fue lo que vivieron los físicos a principios del siglo pasado, cuando empezaron a descubrir la extraña, o incluso mágica manera, en la que se comporta la materia subatómica.
El mismísimo Albert Einstein, que con su teoría de la relatividad revolucionó la ciencia y fue precursor de la física cuántica, se dedicó los últimos 20 años de su vida a procurar evidenciar las inconsistencias de la teoría cuántica, ya que le parecía increíble que el mundo funcionara de manera tan singular. Los estudios posteriores demostraron que, a nivel subatómico, el mundo se comporta en gran parte de un modo impredecible y paradójico, cuestionando de manera contundente nuestro sentido común.
Experimentalmente se ha verificado que si se afecta a alguna de las partículas la otra se ve alterada de manera sincrónica. Si como al parecer todos los elementos que componen en el universo, incluyéndonos, son consecuencia de una gran explosión de una masa densísima, se puede inferir que a nivel subatómico continuamos manteniendo un vínculo con el universo entero.
Similitudes con el pensamiento oriental
La relación entre física cuántica y la cosmología oriental es un tema complejo y controvertido.
Es suficientemente conocido que las partículas subatómicas se pueden comportar en ocasiones como ondas y en otras como partículas. Quizás lo más sorprendente para nuestra mentalidad cartesiana son los resultados experimentales en los que se evidencia que un átomo puede estar y no estar en un lugar, o estar en dos lugares a la vez. También, que puede girar en una dirección y a la vez en la contraria. Todo esto recuerda al mundo de misterio de la que nos hablan tanto Jung como los místicos al referirse el principio unificador y sus manifestaciones.
El físico David Bohm postula que en el universo funciona un orden implicado, subyacente al orden desplegado, reproduciendo las diferencias que hace el budismo entre el mundo ilusorio de maya y el principio unificador. Los físicos describen también que una gran parte de la constitución de la materia que observamos está vacía, siendo este uno de los aspectos a los que alude el Tao.
Sincronicidad, fractales y Unus Mundus
De manera espontánea, la naturaleza forma ciertas configuraciones geométricas que se encuentran presentes en la forma de las hojas, los espirales de los caracoles, en las cuevas, en la forma de los huesos, los huracanes. Esta especie de patrones de configuración, conocidos también como fractales, son considerados en ocasiones como manifestación en la materia, de este principio subyacente. Los fractales o las formas geométricas arquetípicas están presentes también en algunas obras de arte y en la arquitectura.
Las configuraciones arquetípicas además de ser consideradas una manifestación de la sincronicidad, es decir de un vínculo entre el mundo físico y psíquico, pueden ser un elemento que incide en el placer estético que generan tanto la naturaleza y el arte. No pocas personas han experimentado que la contemplación de la naturaleza, de una pintura, o una escultura, el escuchar cierta melodía le ha proporcionado algo más que un placer estético, y les ha brindado una súbita comprensión no racional de la interconexión de sí mismos con el resto de elementos del universos.
Este tipo de experiencias pueden considerarse también como una expresión de la sincronicidad, cuando nuestro mundo físico cotidiano se vincula por instantes con una realidad trascendente y misteriosa.
Jung recurre al término Unus Mundus del filósofo griego Heráclito para hacer referencia a este principio unificador que también se encuentra de alguna manera presente en su concepto de inconsciente colectivo. El inconsciente colectivo se puede entender como aquella “alma del mundo” de la que emergen lo patrones simbólicos presentes en la mitologías de todos los pueblos, y que como los fractales, tienden a configurar, no formas sino modos de actuación típicas. Los llamados arquetipos del inconsciente colectivo. La sincronicidad para Jung pueden ser una manifestación de un arquetipo constelado, un modo en que el alma colectiva incide en nuestra vida, promoviendo alguna vivencia, alguna perspectiva.
Para Jung los fenómenos sincronísticos estaban relacionados con momentos de gran afectividad. Es por esto, afirma, que suelen presentarse en momentos de transición como muertes, enamoramiento, viajes, situaciones en la que estamos en contradicción en nosotros mismos o en una disyuntiva ante una decisión fundamental. También pueden ser catalizados por la afectividad exaltada en una psicoterapia, y en estados alterados de conciencia, generados por elementos naturales o químicos.
Algunas personas suelen ser más proclives a experimentar sincronicidades o a ser conscientes de ellas, pero en ocasiones se presentan en personas escépticas y predominantemente racionales, abriéndoles su perspectiva y sensibilidad a una dimensión simbólica de la vida.
Para Jung, las sincronicidades también podrían formar parte de la vida colectiva, como cuando los científicos sin mantener ningún intercambio de información realizan descubrimientos simultáneamente, siendo el caso más reconocido, la postulación casi en paralelo de la teoría de la evolución por parte Darwin y Wallace.
La sincronicidad y el “poder de la mente”: el hacedor de lluvia
El pensamiento positivo y las visualizaciones (a través de la imaginación) pueden llegar ser eficaces para la consecución de objetivos concretos en algunas personas. Sin embargo, ni la física cuántica ni la sincronicidad son en sí mismos argumentos científicos a favor de lo que se suele describir como “el poder de la mente para crear realidades”, “creer es crear” y cosas por el estilo, que guardan más relación con un pensamiento omnipotente infantil que con la ciencia. El poder de la oración y de las buenas energías, por su parte, todavía permanecen en el respetable terreno de las creencias y la Fe.
La física cuántica ha evidenciado la participación del sujeto en la realidad física observada a nivel micro físico, y una interacción del ámbito físico y psíquico, pero de esto no se desprende que esta incidencia pueda llegar a ser manipulada por parte de los sujetos para obtener manifestaciones en la realidad. En el ámbito de lo micro físico funciona la lógica cuántica, pero en nuestro mundo observable sigue funcionando la física newtoniana y las grandes dimensiones se conducen a través de la lógica de la relatividad de Einstein. Estas lógicas se encuentran relacionadas pero no son extrapolables. La física se encuentra aún en la búsqueda de una teoría unificada que integre y dé cuenta de los diferentes ámbitos.
Por su parte, la sincronicidad, así como el Tao, hace referencia a fenómenos complejos, paradójicos, imposibles de reducir a frases y recetas de manual de crecimiento personal. Se alejan en todo caso de las lógicas del control, dominio, emprendimiento y progreso con el que se suele relacionar las visualizaciones para la consecución de objetivos. La lógica de la sincronicidad es más cercana al dejar suceder, al resonar y fluir con este principio subyacente, y suele expresarse de una mejor manera a través de las imágenes poéticas y literarias.
La siguiente historia de la tradición china era la preferida de Jung para transmitir la esencia de la sincronicidad y el Tao.
El hacedor de lluvia
En cierto pueblo chino no había llovido durante varias semanas, por lo que se buscó a un hacedor de lluvia. Al llegar el anciano se fue directamente a la casa que habían preparado para él y se quedó allí sin realizar ninguna ceremonia hasta que al tercer día llegaron las lluvias. Al preguntársele que como lo había hecho, explicó que al llegar al pueblo, se había dado cuenta de la ausencia de un estado de armonía, de tal manera que los ciclos de la naturaleza no estaban funcionando de manera conveniente.
Como este estado de desarmonía lo había afectado también a él, se recluyó para reestablecer su equilibrio, y cuando este equilibrio se restableció de acuerdo al patrón natural, la lluvia cayó.
Referencias bibliográficas:
- Bolen, Jean Shinoda. El Tao de la psicología. Barcelona: Kairós, 2005.
- Capra, Fritjof El Tao de la física. Málaga: Sirio, 1995.
- Franz, Marie-Luise von Sobre adivinación y sincronicidad: la psicología de las casualidades significativas. Barcelona: Paidós, 1999.
- Jung, C. G. La interpretación de la naturaleza y la psique: la sincronicidad como un principio de conexión acausal. Barcelona: Edicones Paidós, 1991.
- Peat, F. David. Sincronicidad: puente entre mente y materia. Barcelona: Kairós, 1989
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