Afortunadamente, cada vez hay más consciencia a nivel social sobre la importancia que tiene todo lo que vivimos en la infancia para el posterior desarrollo de las personas. No obstante, todavía queda mucho camino por recorrer y muchas preguntas por resolver.
Los trastornos de la conducta alimentaria son una problemática cada vez más extendida que afecta a un porcentaje considerable de la población. Es cierto que la infancia juega un papel crucial en la salud física y emocional que las personas tienen en su adultez, pero ¿están vinculados?
A lo largo de este artículo daremos respuesta a esa pregunta. Para ello, hablaremos también sobre qué son los trastornos de la conducta alimentaria y la huella que dejan las experiencias vividas en la infancia. Por último, veremos si puede haber otros posibles factores intervinientes.
¿Qué son los trastornos de la conducta alimentaria?
Los trastornos de la conducta alimentaria sin también conocidos como TCA por sus siglas. Se engloban dentro de los trastornos mentales graves e implican alteraciones en la forma que las personas tienen de actuar, sentir y pensar con respecto a la comida, su imagen corporal y su peso o talla.
Tienen serias consecuencias en la vida de las personas puesto que interfieren de forma significativa en las diferentes áreas. En este sentido, la salud de la persona se puede ver considerablemente perjudicada tanto a nivel físico como mental y emocional.
Es habitual que se manifiesten por alteraciones conductuales como la restricción excesiva de alimentos, los atracones, las purgas o la realización de ejercicio de forma compulsiva y compensatoria. Los TCA más conocidos en nuestra sociedad son la anorexia nerviosa, la bulimia y el trastorno por atracón, pero no son los únicos.
Las huellas de lo vivido en la infancia
Los primeros años de vida de una persona tienen un peso importantísimo en su desarrollo. Las experiencias vivenciadas, los vínculos establecidos, los cuidados recibidos así como el entorno en el que se ha crecido son factores que intervienen en la configuración de nuestro organismo.
Como consecuencia, todo lo experimentado en la primera infancia impacta en la creación de nuestro mundo interno y, de este modo, en la forma en que vemos, interpretamos y nos relacionamos tanto con nosotros mismos como con el resto de personas.
Cada vez son más los estudios que afirman que haber vivido experiencias adversas —como maltrato, abuso, negligencia y/o abandono sea a nivel físico o emocional— tiene un fuerte impacto en la adultez. Se relaciona el abuso infantil con una menor capacidad de regulación emocional, gestión del estrés y problemas de ansiedad, entre otros aspectos. Por ende, la vulnerabilidad a padecer otras patologías es mayor.
¿Existe relación entre los TCA y la infancia?
En base a la evidencia científica disponible a día de hoy, es posible afirmar con rotundidad que existe una relación entre las experiencias adversas vividas en la infancia y el posterior desarrollo de un TCA. La alimentación se utiliza en muchas ocasiones como una herramienta de gestión emocional que tiene por objetivo minimizarlo o desaparecer.
Los estudios ponen de manifiesto que hay ciertos aspectos de la infancia que se pueden convertir en factores de riesgo y que, por tanto, van a ser determinantes a medio-largo plazo. Entre ellos se destacan el estilo de apego, la calidad del ambiente familiar y el estilo de crianza y educación recibido.
Las experiencias adversas en la infancia se relacionan con más problemas emocionales y de ansiedad que aumenta la vulnerabilidad a desarrollar TCA. Del mismo modo, hay determinadas vivencias que van a tener un impacto en el desarrollo de la autoestima, el autoconcepto y la autoimagen. Esto puede conllevar problemáticas como la dismorfia corporal.
No podemos olvidar que el ambiente en el cual crecemos juega un papel clave en nuestro desarrollo. En este sentido, si a nivel familiar existe una idealización u obsesión por el cumplimiento de determinados cánones de belleza los niños van a interiorizar que su físico es la forma en la que reciben aceptación, validación y amor. Por tanto, creerán que su valor como persona depende de su apariencia.
Lo mismo sucede en aquellos contextos familiares en los que hay mensajes o actitudes muy rígidas en torno a las comidas. Ciertos comentarios o comparaciones pueden derivar en alteraciones de la conducta alimentaria.
Otros factores a considerar
Pensar que la infancia es el único factor determinante para desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria es una visión reduccionista. No podemos olvidar que el ser humano es complejo y la mayor parte de las cosas que nos suceden son multifactoriales.
A nivel individual puede haber otros aspectos que supongan factores de riesgo para desarrollar un TCA. La genética y los desequilibrios neuroquímicos son aspectos a tener en cuenta puesto que también pueden implicar una mayor predisposición a desarrollar determinadas patologías físicas o mentales.
En esta línea de aspectos individuales, los rasgos de personalidad son importantes. Por ejemplo, factores como el perfeccionismo y una elevada autoexigencia son comunes entre personas con un TCA. Estar atravesando por eventos vitales estresantes pueden ser desencadenantes también.
Si bien es cierto que la infancia juega un papel fundamental en el desarrollo de la salud física y emocional de las personas, no es el único factor a tener en cuenta tal y como estamos viendo. Es imprescindible contemplar otros aspectos como, por ejemplo, los socioculturales.
El peso social en todo lo relacionado con la imagen y la apariencia física también tiene un gran peso. Recibimos mensajes constantes sobre los cánones de belleza, las idealizaciones relacionadas con el físico y la constante presión social también son factores de riesgo a tener en cuenta.


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