Cuenta la epopeya del Ramayana, escrita en el siglo III a.C. y una de las más importantes de la India, que el ambicioso rey Vishmamitra codició la magnífica vaca que poseía Vasishtha, un sabio de la corte. La vaca, que recibía el nombre de Surabhi (o Kamadhenu según otras fuentes), no solo era la res más fabulosa, sino que poseía cualidades mágicas. Maravillado, Vishmamitra robó al animal y se lo llevó con él.
Consciente de que estaba en peligro, tanto ella como su dueño, la vaca Surabhi invocó sus poderes mágicos para levantar un ejército de poderosos guerreros, que se enfrentaron con las tropas del rey usurpador. Finalmente, el codicioso Vishmamitra fue derrotado y, arrepentido, huyó al bosque y se convirtió en santón.
Esta leyenda no es más que uno de los muchos testimonios de la importancia que tiene la vaca en la cultura de la India. Esta importancia va mucho más allá de meras tradiciones, y la vaca se erige como auténtico animal sagrado, cuyo sacrificio y consumo de carne está actualmente prohibido o restringido en la mayoría de los estados de la India. La infracción de estas leyes está penalizada con altísimas multas e incluso con años de cárcel en gran parte del territorio.
¿Por qué son sagradas las vacas en la India? Acompáñanos a un viaje en el que analizaremos de dónde pudo haber surgido esta sacralidad tan característica del país del valle del Indo.
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¿Por qué son sagradas las vacas en la India?
El origen de esta sacralidad se pierde en las tinieblas del tiempo. La historia que hemos narrado no es la única del corpus mitológico hindú que recoge la conexión de la vaca con lo sagrado; encontramos múltiples historias que incluyen a Surabhi, la vaca mágica, en su argumento.
Surabhi, la vaca cósmica
La leyenda del príncipe Satyavrat es muy significativa. Este personaje resultó ser tan malvado que su propio padre, el rey, lo castigó con un exilio de doce años. Satyavrat vagó por el bosque, hambriento y desolado, durante los años que duró la condena.
Al final, el hambre resultaba tan atroz que el príncipe mató a Surabhi, la vaca sagrada, para saciar su enorme apetito, a pesar de que era consciente de que estaba cometiendo una grave falta y que sería castigado por ello. Y así fue. Cuando el sabio Vasishtha, el dueño de la vaca, se enteró del sacrilegio, maldijo a Satyavrat y lo denominó Trishanku, que significa “el de los tres pecados”, en alusión al número de pecados graves que había cometido el príncipe. Entre ellos estaba, por supuesto, el asesinato de Surabhi y el consumo de su carne sagrada.
Surabhi es la vaca cósmica del hinduismo. Del océano de leche, un enorme mar lácteo que los dioses removían, apareció la vaca sagrada, también llamada Gau Mata. En el cuerpo de esta vaca primigenia moran a partir de entonces todos los dioses: en sus cuernos está Brahma, el dios creador, mientras que, por ejemplo, en la frente está Agni, el dios del fuego y, en los pezones de las ubres, Varuna.
Puede que este sea uno de los motivos por los que apareció el concepto de sacralidad respecto a este animal. Si Surabhi (o Gau Mata) es la vaca cósmica, el cuerpo celeste que cobija a las divinidades (a las cuales nutre y protege), la vaca se convierte en un elemento protector indispensable para la cultura hindú, por lo que matar a este animal se convierte en un sacrilegio.
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Conexiones indoeuropeas
Sin embargo, la religión hindú no es la única que cuenta en su haber la figura de la vaca cósmica primigenia. De hecho, este elemento está presente prácticamente en todas las culturas que provienen de los antiguos indoeuropeos. Es el caso de la cultura india, pero también de la griega antigua y la escandinava.
No hace falta recordar la abundancia de mitos griegos en los que aparece la vaca. Podemos citar, por ejemplo, el rapto de Ío por parte del siempre lujurioso Zeus, a la que el dios convierte en vaca para que su esposa Hera no sospeche. Pero, sobre todo, donde encontramos una similitud del todo indiscutible con el relato hindú de la vaca primigenia es en la antigua mitología escandinava: en el principio, la fusión del hielo (Níflheim) con el fuego (Múspellheim) dio como fruto a Authumla o “Gran Nodriza”, la vaca original de cuyas ubres fluyen 4 ríos de leche que, por cierto, alimentaron a Ýmir, el gigante a partir de cuyo cuerpo se creó el mundo.
Incluso en pueblos que nada tienen que ver con la cultura indoeuropea encontramos una fuerte devoción por la vaca como animal sagrado. En el antiguo Egipto, Nut, la diosa de la bóveda celeste, era representada a menudo como una vaca celestial, en clarísima relación con la vaca cósmica hindú y escandinava. Por otro lado, la diosa Hathor, protectora de los partos, de la maternidad y de la fertilidad, era personificada como una mujer con cabeza de vaca o con un tocado de cuernos bovinos, entre los que a menudo se encontraba una luna, símbolo femenino desde muy antiguo. En fin, es evidente que la vaca ha sido un animal muy importante en las religiones antiguas, y no solo en las de origen indoeuropeo. Quizá la explicación se pueda encontrar en la gran importancia que tenía el ganado para las primeras comunidades agrícolas, pues eran el garante de su supervivencia más inmediata.
¿Un fenómeno cultural con motivos prácticos?
No es de extrañar que la vaca sea un elemento esencial en la mitología de muchos pueblos. Hemos de tener presente que, durante la Edad de Bronce, cuando se consolidó y expandió la agricultura, el consumo de leche estaba muy extendido. La leche animal era un garante de supervivencia, puesto que las malas cosechas podían provocar intensas hambrunas que sólo podían paliarse con el producto que se obtenía del ganado. La leche aporta proteínas y vitaminas en abundancia, y su consumo podía significar la muerte o la supervivencia.
Es por ello por lo que, pronto, la vaca empezó a verse como la nodriza universal, la dadora de vida por excelencia. Se estableció un paralelismo entre la vaca que, a través de sus ubres cargadas de leche, nutre a la humanidad hambrienta, como la madre que amamanta a su hijo. Así, la vaca pasó a ser también un símbolo de maternidad, protectora de los partos y de la fertilidad humana. Ya hemos comentado cómo, en el antiguo Egipto, Hathor, la diosa-vaca, era la señora que ayudaba con el proceso de dar a luz, por lo que todas las mujeres egipcias la tenían presente en sus oraciones, no solo con vistas a tener un buen alumbramiento, sino también para producir suficiente leche para criar a sus pequeños.
Es muy posible que la sacralidad de la vaca en la India tenga su base en motivos bastante prácticos. Muchos autores sostienen que fue precisamente la importancia de este animal para la supervivencia lo que motivó que, con el paso de los años, se impusiera la prohibición de su sacrificio. De la vaca se extrae leche, con la que se produce mantequilla y otros productos lácteos, y matar al animal implica acabar con la fuente del alimento.
No solo eso; en la India, los productos derivados de la vaca se utilizan en muchos aspectos de la vida cotidiana. Con los excrementos vacunos se produce el fertilizante necesario para el crecimiento adecuado de las cosechas y, además, son un factor importante para producir combustible. En muchas regiones de la India, especialmente en áreas rurales, el excremento de vaca se utiliza para la combustión de las estufas de cocina de las casas.
En este contexto, donde todo lo que produce la vaca adquiere tanta importancia para la supervivencia cotidiana, es lógico que el sacrificio de esta res se convierta en algo inconcebible, y también es lógico que su figura reciba respeto y adoración.
La vaca, un animal que no siempre fue sagrado
O, mejor dicho, podríamos decir “que no siempre fue respetado”. Porque en los textos sagrados hindúes, los vedas, encontramos ciertas contradicciones al respecto. Si bien muchos de ellos hablan del consumo de carne de vacuno como un tabú, en otros se especifica la importancia de las matanzas rituales y, relacionado con ello, el consumo de la carne.
Esta aparente contradicción se explica con la evolución que sufrió la cultura de la India a lo largo de los milenios. Ya hemos comentado que la cultura del Indo proviene de los pueblos indoeuropeos, una serie de comunidades humanas de origen común pero incierto que se expandieron por el subcontinente indio, parte de Asia y, sobre todo, por Europa.
Los historiadores de las religiones, entre ellos el prestigioso Mircea Eliade (1907-1986), han establecido que lo más probable es que estos pueblos tuvieran un panteón de tipo atmosférico; en otras palabras, adoraban a dioses y diosas relacionados con fenómenos naturales (lluvia, viento, fuego…). Los dioses del panteón hindú provendrían de estos dioses ancestrales, y también los de las antiguas mitologías griega, romana y escandinava.
Los hindúes de la primera época védica tendrían culturalmente vestigios de estos indoeuropeos y, por tanto, sus rituales estarían todavía conectados con los de la cultura indoeuropea. Estos rituales pasaban por el sacrificio de animales a los dioses (cuyos ritos están descritos en los Vedas), que se ubicaban en espacios abiertos (a la vista de estos dioses “atmosféricos”) y acompañados por el fuego ritual.
El sacrificio ritual podía ser privado o público. En el primer caso, se llevaba a cabo a instancias de un “sacrificante” (el yajamana), y se hacía en el altar doméstico. El segundo caso era mucho más costoso, pues los sacrificios públicos podían durar días o incluso meses y, por tanto, solo podían ser patrocinados por figuras como el rey o las familias adineradas.
El paralelismo con los rituales de sacrificio griegos y romanos es más que evidente. No olvidemos que estos pueblos tienen un origen remoto común, la cultura de los indoeuropeos. Así, los antiguos habitantes del valle del Indo ofrecían al fuego mantequilla, carne y leche; lo más preciado que poseían iba a parar al seno de los dioses a cambio de protección.
¿Cuándo empezó a verse el sacrificio de animales como algo impuro? Se calcula que, hacia el año 1000 de nuestra era, la veneración de la vaca sagrada estaba ya completamente extendida en la India, y el consumo de su carne ya se había convertido en algo prohibido. Puede que en todo ello tuviera algo que ver la fuerte y paulatina “interiorización” a la que se vio sometida la antigua religión. No olvidemos que, desde fechas tempranas, la práctica de la meditación estaba ya muy extendida y, con ella, la creencia en la reencarnación de las almas. Y, si un alma puede reencarnarse en cualquier ser, ¿cómo puede ser correcto matar y consumir carne?
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La cultura India y la no-violencia
Muy ligado con todo ello está la cultura de la no-violencia o ahimsa, que se encuentra en todo el país y es lo contrario a la himsa, la violencia. Este concepto va más allá de la paz entre humanos y se extiende a todas las criaturas de la creación.
En la formación de esta idea tan ligada a la cultura de la India se encuentran el budismo y el jainismo, dos de las religiones más importantes además del hinduismo. De hecho, una de las principales directrices del jainismo es la ahimsa; en el Acaranga Sutra, uno de sus textos más importantes, se dice que toda cosa que respira (y, por tanto, que vive), no debería ser matada o maltratada.
En el hinduismo, encontramos mención al ahimsa en los Upanishads (800 a.C.), precisamente en la época en que se va forjando esta filosofía de no-violencia y se deja definitivamente atrás el sacrificio ritual védico-indoeuropeo. En un contexto donde todo ser vivo debe ser respetado, no cabe, por supuesto, el consumo de carne animal.
Uno de los mayores impulsores de la ahimsa fue Mahatma Gandhi (1869-1948), que introdujo esta filosofía en Occidente. El movimiento hippie de los 60 la recogió con auténtico vigor y, más tarde, la ahimsa influyó en la formación de las corrientes defensoras de la naturaleza y los animales.
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