Nuestro cerebro es un órgano fundamental para la supervivencia, dado que es el órgano encargado de gestionar y dirigir el funcionamiento del resto de sistemas corporales, que nos permiten entre otras cosas respirar, comer, beber, percibir el entorno y interactuar con él.
Sin embargo su estructura es relativamente frágil, con lo que precisa de algún tipo de elemento que evite que se destruya o lesione con el movimiento o con las caídas y choques, o que sea atacado por patógenos y bacterias.
En este sentido nuestro encéfalo cuenta con diversos sistemas de protección, siendo el más destacado de todos la cobertura ósea que lo rodea: el cráneo humano. Y es sobre esta parte del organismo sobre la que vamos a hablar a lo largo de este artículo.
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¿Qué es el cráneo humano?
Entendemos por cráneo a la estructura en forma de recubrimiento óseo que rodea y recubre nuestro encéfalo, formando únicamente una parte de lo que venimos a considerar nuestra calavera.
Su principal función es la de proteger el conjunto de estructuras del encéfalo, a modo de barrera que impide que golpes, lesiones y agentes patógenos nocivos puedan atacar directamente el cerebro. También permite que este mantenga una estructura y que pueda existir cierta flotabilidad de este que impide que cualquier golpe haga que choque contra sus paredes, al actuar como contenedor.
Si bien técnicamente el cráneo es solo la parte del esqueleto que rodea el cerebro (lo que dejaría fuera otros huesos faciales como la mandíbula) tradicionalmente al hablar de esta estructura se ha incluido junto con el otros huesos de la zona facial. Con el fin de integrar ambas ambas posturas se ha generado una subdivisión: los huesos faciales que no forman parte de la definición técnica de cráneo reciben en su conjunto el nombre de viscerocráneo, mientras que al cráneo en sí (la parte que recubre el cerebro) se le denomina neurocráneo.
Sus principales partes
El cráneo es una estructura que no aparece de manera uniforme, sino que es en realidad la unión de diversos huesos por medio de suturas craneales que según vamos creciendo terminan por osificarse. Entre viscerocráneo y neurocráneo, los adultos tenemos un total de 22 huesos.
De entre ellos, ocho se corresponden y configuran el neurocráneo: frontal, dos parietales, dos temporales, esfenoides, etmoides y occipital. Todos ellos protegen los lóbulos cerebrales correspondientes con la excepción de etmoides y esfenoides: el primero de los cuales es la estructura de la cual parten los huesos oculares y fosas nasales, mientras que el segundo actúa como hueso que une gran parte de ellos huesos de la región y protege áreas como la hipófisis.
El resto de huesos de la cabeza forman parte del viscerocráneo, algo que incluye desde las fosas nasales y lagrimales hasta la mandíbula y los pómulos.
Además de los huesos antes citados, también resulta de gran relevancia en el cráneo las llamadas suturas craneales. Estas son un tipo de tejido cartilaginoso y elástico que unen los diferentes huesos del cráneo y que permiten el crecimiento y expansión de este según nos vamos desarrollando, hasta que finalmente terminan volviéndose hueso en la edad adulta. En este sentido existen un total de treinta y siete, entre las que se encuentra por ejemplo la lambdoidea, la sagital, la escamosa, la esfeno-etmoidal o la coronal. Asimismo son relevantes las sinartrosis o cartílagos cerebrales.
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Dimorfismo sexual
El cráneo es, como hemos dicho, fundamental para nuestro cerebro y organismo, ya que proporciona protección a nuestros órganos internos y contribuye a dar una estructura a la fisionomía facial.
Pero no todos los cráneos son iguales. Y no estamos hablando solo de posibles lesiones o malformaciones, sino que existen diferencias interindividuales e incluso es posible encontrar diferencias derivados del dimorfismo sexual. De hecho, es posible reconocer si un cráneo es de un hombre o una mujer en función de las diferencias existentes entre ambos sexos en lo que respecta a su forma y las particularidades de su estructura.
En general, la osamenta craneana masculina es más robusta y angulosa, mientras que la femenina tiende a ser más delicada y redondeada. El cráneo masculino tiende a tener una capacidad craneal o tamaño entre 150 y 200 cc mayor (si bien ello no implica ni mayor ni menor capacidad intelectual, ya que ello dependerá de cómo se configure el cerebro, de la herencia genética y de las experiencias que el sujeto vaya teniendo en su vida).
El varón cuenta con una placa frontal corta y ligeramente inclinada, mientras que en la fémina la parte frontal del cráneo es más lisa, abombada y alta. Asimismo la cresta temporal suele estar muy visible en el caso masculino.
Un elemento bastante fácil de ver son las arcadas supraorbitarias, que suelen ser prácticamente inexistentes en la mujer mientras que en el hombre habitualmente están marcadas. Las órbitas suelen cuadrangulares y bajas en el hombre mientras que la mujer las tiene redondeadas y más altas.
La mandíbula y los dientes están muy marcadas en el hombre, algo menos habitual en el caso de la mujer. El mentón de la mujer suele ser ovalado y poco marcado, mientras que el del hombre está muy marcado y suele ser cuadrado. También se observa que la protuberancia occipital sobresale y está muy desarrollada en el hombre, algo que no ocurre en la misma medida en la mujer.
Formación y desarrollo craneal
Al igual que el resto de nuestros órganos, nuestra cráneo se firma y se va desarrollando a lo largo de nuestra gestación, si bien dicho desarrollo no termina hasta muchos años después de nacer.
Inicialmente el cráneo se desarrolla a partir del mesénquima, una de las capas germinales que aparecen durante la embriogénesis y que surge en el período fetal (a partir de los tres meses de edad) a partir de la cresta neural. El mesénquima, que es un tipo de tejido conectivo, va ir diferenciándose en diferentes componentes, entre los cuales se llegarán a desarrollar los huesos (los órganos surgen de otras estructuras denominadas endodermo y ectodermo).
Según nuestro organismo se va desarrollando se van osificando dichos tejidos. Antes de nacer los huesos de nuestro cráneo no están totalmente formados y fijos, algo que nos resulta evolutivamente beneficioso dado que la cabeza va a poder deformarse parcialmente para pasar por el canal del parto.
Cuando nacemos disponemos de un total de seis huesos craneales, en vez de los ocho que tendremos ya de adultos. Estos huesos están separados por unos espacios de tejido membranoso llamados fontanelas, las cuales irán con el tiempo formando las suturas que a lo largo del desarrollo terminará por configurar el cráneo adulto.
Será después de nacer cuando poco a poco estás fontanelas se irán cerrando, empezando a tomar forma justo después del parto (en que vuelven a su posición original) para ir creciendo hasta alcanzar la capacidad craneal final alrededor de los seis años de edad, si bien el cráneo continuará su crecimiento hasta la edad adulta.
Se puede decir que este crecimiento y desarrollo del cráneo suele ir vinculada y producirse en relación al del propio encéfalo. Son principalmente el cartílago y la matriz de tejido blando procedente del hueso los que generan el crecimiento al expandirse para tratar de contrarrestar la presión que ejerce el desarrollo cerebral, el cual viene determinado por factores genéticos (pese a que también puede verse parcialmente influido por factores ambientales).
Enfermedades y malformaciones óseas
Hemos visto a lo largo del artículo que es el cráneo y cómo se forma habitualmente en la mayoría de las personas. Sin embargo, existen diferentes enfermedades y situaciones que pueden provocar que esta parte de nuestro esqueleto se desarrolle de manera anómala, no llegue a cerrarse o incluso que se cierre demasiado pronto (algo que impide el correcto crecimiento del cerebro).
Es lo que ocurre con enfermedades como la de Crouzon o con la craneosintosis, en las que debido a mutaciones y enfermedades genéticas las suturas que unen los huesos se cierran demasiado pronto.
Sin embargo no es necesario que exista un problema congénito para que el cráneo se deforme: en la enfermedad de Paget (la segunda enfermedad ósea más común después de ella osteoporosis) se produce una inflamación del tejido óseo que puede llegar a generar deformaciones y fracturas en los huesos.
Aunque no es una enfermedad específicamente del cráneo (puede aparecer en cualquier hueso) una de las posibles localizaciones en que puede darse y dónde es más frecuente es precisamente en él. Y ello puede implicar la aparición de complicacio es y lesiones neurológicas.
Otras condiciones como la hidrocefalia, la macrocefalia, la espina bífida o algunas encefalitis o meningitis (especialmente si se dan en la infancia) también pueden afectar al correcto desarrollo del cráneo humano.
Por último, cabe destacar también la posibilidad de que ello ocurra tras haber padecido algún traumatismos craneoencefálico, como por ejemplo en un accidente de tráfico o una agresión.
Una alteración a nivel de cráneo puede tener múltiples efectos, ya que puede afectar al desarrollo y funcionamiento del cerebro: puede comprimir y dificultar el crecimiento de todo el cerebro o de partes concretas de este, puede alterar el nivel de presión intracraneal, puede generar lesiones en el tejido neural o incluso puede facilitar la llegada de infecciones por bacterias y virus.
Es incluso posible que aún sin necesidad de que exista una alteración cerebral se produzcan dificultades para actos como hablar o problemas sensoriales. Aún así, si el problema se encuentra únicamente en el cráneo y no ha generado ya una afectación nerviosa suele ser posible la reparación con cirugía reconstructiva.
Referencias bibliográficas:
- Otaño Lugo, R.; Otaño Laffitte, G. y Fernández Ysla, R. (2012). Crecimiento y desarrollo craneofacial.
- Rouviere, H. y Delmas, A. (2005). Anatomía humana: descriptiva, topográfica y funcional; 11ª ed.; Masson.
- Sinelnikov, R. D. (1995). Atlas de Anatomía Humana. Editorial MIR. Moscú.