Los hijos de la inmigración son un universo heterogéneo. El término hace referencia, por una parte, a los niños y jóvenes que han acompañado a sus padres en el proceso migratorio, bien sea realizando el viaje de manera conjunta, o reuniéndose con ellos después de algunos meses o años mediante la reagrupación familiar.
Se pueden considerar también como hijos e hijas de la inmigración, a aquellos jóvenes que han nacido cuando sus padres ya se encontraban residiendo en el país extranjero; los mal llamados inmigrantes de segunda generación, como si la condición de inmigrante pudiera ser trasmitida, arrastrada o heredada. Este artículo pretender recoger algunas reflexiones acerca de los hijos e hijas de inmigrantes que se encuentran o que han llegado a una etapa del ciclo vital comúnmente considerada crítica como lo es la adolescencia, y los "exilios" que se dan en ellos.
Tránsitos de los hijos adolescentes de la inmigración
El adolescente adolece, entre muchos aspectos, de madurez. Se le presupone una carencia que debe ser resuelta, prescribiéndosele por tanto un periodo de formación, de desarrollo, que permita solventar la falta constitutiva. Desde una perspectiva antropológica, la adolescencia puede ser abordada como un periodo de tránsito, de pasaje; es una etapa que en sociedades preindustriales ha sido cabalmente ritualizada. Se plantea aquí que los hijos adolescentes de la migración se ven abocados a atravesar todo tipo de vicisitudes; no solo las relativas a un proceso migratorio, paralelo y con particularidades con respeto al de sus padres, sino una cuádruple migración en torno a 4 elementos: cuerpo, territorio, certezas y derechos. Cuatro procesos migratorios metafóricos y literales que se entrecruzan, retroalimentan y potencian entre sí; viajes en los que los niños-jóvenes son conducidos de manera involuntaria, y en principio sin posibilidad de retorno, permitiendo estas últimas particularidades considerar dichos tránsitos, más que como una simple migración, como un exilio.
Con respecto a la migración y el exilio es común hablar de los duelos que acarrea. La palabra duelo funciona en los cuatro exilios en sus dos connotaciones, la de dolor, entorno a la ruptura y aceptación de las múltiples perdidas que los adolescentes se ven compelidos a asumir; y en la connotación de conflicto, desafío y de lucha, con respecto a los obstáculos y retos a superar.
Exilio I: Cuerpo
El primer exilio está referido a las trasformaciones que acarrea la adolescencia propiamente dicha. La adolescencia no es una opción buscada: las mutaciones simplemente acontecen. El adolescente es expulsado, de manera forzosa, y sin posibilidad alguna de retorno, de su mundo infantil, de su cuerpo prepuberal, de su pensamiento mágico. Aumentan por una parte sus cuotas de libertad, pero disminuyen (y es necesario renunciar a) aspectos a los que se estaba firmemente ligado, y que proporcionaban privilegios, prerrogativas y comodidades.
Es necesario adaptarse a un nuevo cuerpo, a las nuevas exigencias de sus padres, de sus compañeros, de la sociedad, que a través de los medios de comunicación los inunda de mensajes sobre lo que se espera de ellos. Entra en crisis el sentido de lo que se ha venido siendo y haciendo.
Emergen las preguntas sobre quien se es, como le gustaría ser, como debiera ser, como se es percibido. Las hormonas apremian. Las prioridades y las aspiraciones cambian, se complejizan. Los juegos tienen implicaciones cada vez más serias. El paraíso del mundo infantil ya no provee múltiples satisfacciones y se adquieren nuevas responsabilidades. Ante el vacío y la incertidumbre, se siente una gran necesidad de pertenecer, es decir, de igualarse y a la vez de ser único, de diferenciarse. Se desprecia la mirada y la opinión de los otros y a la vez cobra una vital importancia su aprobación y reconocimiento.
Es una época de exploración de los distintos ámbitos a los cuales se comienza a tener acceso es, por tanto, también un periodo de confusión, de caídas, de descubrimientos, de ilusiones y desencantos. De enfrentarse a un cumulo de inseguridades, contradicciones y ambigüedades.
Los padres no son ya para él o ella sabios ni omnipotentes, sino adultos molestos, retrógrados y coercitivos a los que se quiere o aborrece, denigra y admira según el momento. Los ídolos son ahora cantantes, actores, deportistas, el grupo de amigos. Uno de los retos de los adolescentes es reconocer a sus padres y a sí mismos en su humanidad, en su imperfección, en sus contradicciones. El mayor deseo del adolescente es que lo dejen en paz, pero al mismo tiempo anhela y añora los cuidados y protección parental. Estas contradicciones veces lo hacen sentir como el mejor del mundo y a veces como el más desgraciado.
La adolescencia representa la actualización del mito de la rebelión de los hijos contra los padres, aquel desafío imprescindible para la instauración de un nuevo orden social, o al menos de nuevas condiciones de dicho orden social. Es un acto en la aventura para el encuentro consigo mismo. La expulsión del paraíso infantil es el camino del conocimiento, de la elección, de la transformación. Es un doloroso y enriquecedor exilio necesario para el desarrollo de la autonomía y de una conciencia de sí mismo y del mundo más amplia, más compleja y profunda.
La herida del exilio de la adolescencia no se sana completamente. La adaptación relativa que se ha conseguido dejara de ser apropiada ante nuevas exigencias del contexto. Así, después de algún periodo de relativa estabilidad, en la que se construyen los cimientos de una identidad flexible, emergerán circunstancias que harán despertar convenientemente nuestro inconformismo, nuestra rebeldía y el deseo de realizar las cosas, de ser o vivir de una diferente manera.
Exilio II: Territorio
Los hijos adolescentes de los inmigrantes suman a la crisis de identidad, insatisfacción y conflicto que se suele presentar en la adolescencia, las condiciones generadoras de tensión e incertidumbre que rodean el proceso migratorio.
La migración suele ser en los adultos una decisión voluntaria soportada en deseos y motivaciones que funcionan como soporte para hacerse una idea constructiva de las situaciones que se pueden encontrar en el entorno de acogida, facilitándose así su proceso de adaptación. Los niños y adolescentes, por su parte, pueden ser considerados como migrantes involuntarios, ya que frecuentemente son sacados de su espacio vivido, de su cotidianidad, de sus vínculos, de su territorio, de aquellos aspectos que les brindan seguridad, sin poder participar activamente en la decisión y sobre todo sin conseguir dimensionar las rupturas y abandonos que implica. Son, de alguna manera, arrastrados en la decisión de los adultos, que en muchas ocasiones racionalizan su bienestar (el de los niños) como motor para la migración familiar. Para muchos niños y adolescentes la migración más que una oportunidad puede ser percibida como una amenaza de perder muchos elementos a los que se encuentran fuertemente ligados.
Probablemente los que los que tienen que vérselas con mayores situaciones de pérdidas son los niños o adolescentes que estuvieron a cargo de algún familiar cercano mientras sus padres conseguían ciertas condiciones que les permitieran traérselos consigo. Ellos tienen que afrontar un doble duelo, primero la separación de alguno o ambos padres, y posteriormente la de su cuidador, que luego de, en muchos casos años de espera, puede haber llegado a constituirse en una figura parental con fuertes vínculos emocionales a la que tienen que desprenderse de nuevo. Además la construcción del vínculo con los padres, luego de años de distanciamiento puede resultar también problemática.
Para ellos, para los que han venido con sus padres y para los hijos de los inmigrantes que nacieron en el país de acogida, resulta particularmente relevantes el verse expuesto a dos ambientes de socialización, la de su lugar de origen, representado por sus padres, y el lugar de acogida que se manifiestan en las interacciones que establecen en su colegio, con los medios de comunicación y en la “calle”. Estos dos ambientes de socialización pueden tener demandas, expectativas y principios disimiles. Incluso la misma concepción de adolescencia y lo que se espera de ellos y ellas en esta etapa, puede diferir en ambos contextos. Suelen haber diferencias en los modelos de consumo, en la manera de relacionarse con los adultos, en las relaciones que se establecen al interior de las familias.
El doble contexto de socialización se torna relevante durante la adolescencia, considerando que es un periodo crítico para la construcción de la identidad, tornándose de suma importancia la manera como se es percibido y valorado por los demás, siendo estos últimos aspectos la base en la que se construye la estima propia.
Con la llegada de la adolescencia se intensifica la capacidad cognitiva para reconocer las valoraciones con respecto al grupo al cual se pertenece y con los cuales se relaciona. De esta manera el adolescente se vuelve más consiente, e incluso en ocasiones hipersensible a situaciones de discriminación, prejuicios peyorativos y actitudes xenófobas a las que se puede ver expuesto en el colegio y en la calle. Esta capacidad de distinción con respecto a la valoración de los grupos sociales, se manifiesta también en los adolescentes del lugar de acogida, y es el momento donde suelen a expresar prejuicios y actitudes xenófobas que no se habían manifestado en la infancia. Muchos niños del grupo receptor que solían compartir tiempos y espacios con niños inmigrantes, dejan de hacerlo al llegar a la adolescencia. Las actitudes de discriminación hacía los adolescente inmigrantes pueden aumentar también al ser percibidos por las personas del grupo receptor como más amenazante al acercarse más al cuerpo adulto.
La devolución negativa que recibe el adolescente de su imagen por parte del grupo mayoritario, que ubican a su grupo de referencia como inferior en una jerarquía social, puede ser una gran fuente de frustración y malestar emocional. Ante lo anterior, el adolescente puede optar por procurar mimetizarse con el grupo mayoritario, adoptando de manera contundente formas de ser y de comportarse de sus pares adolescentes del grupo receptor. En ocasiones el intento de mimetizarse es recibido por los adolescentes del grupo receptor con indiferencia o manifiesto rechazo siendo bastante devastador para el adolescente inmigrante. Es evidente que no todos los adolescentes hijos de la inmigración se ven expuestos a los mismo prejuicios, y lo usual es que pueda ser desvelada una jerarquía social relacionada con el lugar de procedencia, la apariencia física pero sobre todo por la condición socioeconómica que se les atribuye.
El intento de mimetizarse e identificación con el grupo receptor como reacción a la percepción negativa del propio grupo, puede venir acompañada por parte del adolescente de un sentimiento de rechazo a hacia la propia cultura de origen. Se suma entonces a la brecha generacional entre padres y adolescentes, que suele incidir en los conflictos que se presentan entre ellos, el rechazo y vergüenza que puede sentir con respecto a sus padres, por ser ellos representantes de la cultura que es valorada negativamente en el contexto de acogida.
Ante el rechazo y la indiferencia de los adolescentes del grupo mayoritario, el adolescente puede entonces buscar refugio y acogida en adolescentes de su misma cultura o que estén pasando por circunstancias similares de discriminación. Se construyen entonces identidades de resistencia, en la que los adolescente se relacionan en su mayoría con otros adolescentes inmigrantes, procurando resaltar o construir maneras de ser con las que se puedan sentirse parte de una comunidad que los respalde, manifestado en cierto tipo de música, modos de hablar, de vestir, de caminar. El grupo de semejantes se constituye en un refugio ante la percepción de un ambiente hostil.
El doble contexto de socialización puede ser vivido también por los adolescentes como diversas demandas y exigencias de dos grupos a los cuales se les guarda un sentimiento de lealtad. Puede ser visto como una actualización del conflicto arquetípico entre la tradición representada por los padres y lo nuevo y renovador, representado por la cultura receptora.
Cuando el adolescente cuanta con un entorno familiar que le provee suficiente apoyo y reconocimiento, y un contexto social del grupo receptor lo suficientemente respetuoso de sus particularidades. El adolescente consigue mantener la tensión del conflicto de lealtades, permitiéndose explorar y “jugar” con las posibilidades y beneficios de cada contexto de socialización. El adolescente entonces se identifica y promueve en sí mismo aquellos aspectos que de uno y otro contexto le resultan más atractivos e interesantes según el momento vital por el que está atravesando. Consigue entonces una perspectiva amplia y más compleja de sí mismo y de los otros, percibiendo el hecho de convivir entre dos contextos culturales más como un enriquecimiento que como una limitación. Los dobles contextos de socialización permiten a los adolescentes el desarrollo de las llamadas competencias multiculturales, esto es la gestión positiva de la diversidad cultural que actualmente es común encontrar en ámbitos laborales, de ocio, etc… así como la capacidad de desenvolverse adecuadamente en contexto culturales diferentes al propio.
Muchos escritores y artistas atribuyen parte de su capacidad creativa, al extrañamiento y tensión de vivirse entre dos culturas. Los hijos de los adolescentes de la inmigración cuentan con la ventaja de ser más conscientes de que cada persona y cultura es un caleidoscopio de influencias de dinámicas ambivalentes, de mixturas.
Exilio III: Certezas
Este tercer exilio es compartido por los adolescentes con el resto de habitantes del mundo contemporáneo, pero son ellos más vulnerables a su impacto por la sumatoria de los exilios anteriores. Se refiere a la expulsión involuntaria y sin posibilidad de retorno de las certezas y racionalidades de la modernidad.
El mundo al que han aterrizado los adolescentes contemporáneos es un mundo impredecible, donde predominan la ambigüedad de roles, las utopías desvanecidas y la fluidez en los vínculos. Se le describe como un mundo líquido, volátil, difícil de asir. Una sociedad en la que es necesario convivir constantemente con el riesgo y la incertidumbre; donde el tiempo y el espacio se han constreñido. Se plantea que la religión, la ciencia, la política han dejado de ser instituciones mediadoras de sentido, o por lo menos de la manera que lo fueron para las generaciones anteriores.
En el mundo contemporáneo han aumentado para los y las adolescentes las cuotas de elección en cuento a modos de ser y de hacer. Tal magnitud de opciones otorga sentimientos de libertad pero también genera vértigo y desconcierto. Sus identificaciones por lo tanto son efímeras, volátiles, emocionales, contagiosas, paradójicas. Pueden convivir en una persona maneras tradicionales y actitudes progresistas. Un deseo por la novedad y un interés por sus raíces.
La dinámica predominante del mundo contemporáneo posee muchos aspectos que lo asemejan al carácter adolescente. Tal como ellos, el mundo posmoderno, no tiene muy claro que es ni hacia donde se dirige.
Para algunos científicos sociales como Michel Maffesoli, el mundo contemporáneo se encuentra en búsqueda de nuevos principios, lógicas y modos de relación. Considera que la modernidad y su concepción de mundo se encuentran saturados, cuestionándose incluso una sus premisas fundamentales como es la noción de progreso. Nos encontramos entonces en la búsqueda algo errática de nuevos paradigmas que permitan que sean viable o al menos posterguen durante un tiempo más el experimento de la humanidad como parte del ecosistema de este planeta.
La migración, que ha aumentado de manera vertiginosa en las décadas recientes, es definitoria del mundo contemporáneo, siendo a la vez consecuencia y motor de las trasformaciones que se vienen generando. Los hijos adolescentes de la migración son por tanto una expresión excelsa del mundo naciente, en el que ellos y sus descendientes serán los protagonistas.
Exilio IV: Derechos
La condición de inmigrante o cierto tipo de inmigrante, continúa siendo un fuerte factor de vulnerabilidad para la discriminación y la inhibición en el disfrute de derechos fundamentales en los que se sustenta la dignidad humana. A los exilios anteriores, los hijos adolescentes de la migración tiene que afrontar el verse muchas verse marginados de la posibilidad de llevar una vida digna, en la que puedan desarrollar sus potencialidades en igualdad de condiciones que el resto de adolescentes.
Muchos de los adolescentes tienen que convivir con el miedo de que alguno de sus padres sea expulsado porque no ha conseguido regularizar su residencia luego de muchos años y una vida construida en él lugar de acogida. Algunos se ven forzados a regresar a su país de origen, siendo en ocasiones un lugar al que apenas conocen.
Pueden también ser objeto de sospecha por parte de entidades policiales, al relacióneseles con bandas o grupos que han cometido hechos violentos, restringiéndose su derecho a transitar sin tener que dar explicaciones por su apariencia o su modo de vestir.
Se ven expuestos también a la precariedad laboral de sus padres, a su frustración, a que tengan en ocasiones que trabajar muchas horas más que otros padres, para conseguir el dinero suficiente para poder sostenerse. A que no puedan participar en la elección de los gobernantes, a que no puedan incidir en las políticas que los atañen.
A los derechos y a la dignidad humana no es posible renunciar sin sentirse mutilado. El exilio de los derechos no es conveniente hacerle duelo, sino canalizarlo para que sea el motor de activismo y reivindicación en contra de cualquier tipo de exclusión. El duelo convenientemente no resuelto por los derechos, es la chispa para la resistencia a condiciones de vida indignas.
¿Y los padres de los exiliados?
Ante las dificultades, algunos padres se llegan a plantear si acaso no fue un error el haber emigrado y exponer a sus hijas e hijos a situaciones que ahora sienten que se les salen de las manos. Puede haber incertidumbre con respecto a si las dificultades por las atraviesan, hacen parte de la adolescencia, o consecuencia de estar entre dos culturas, o a su personalidad, o la manera como se ha deteriorado su relación con ellos. Dudas, por ejemplo, acerca de si cuando su hijo manifiesta que es discriminado en el colegio, esto corresponde a hechos objetivos, a una hipersensibilidad, o una excusa para justificarse en su dejadez.
Miedo e impotencia ante la ambigüedad de roles de género, de la vivencia de la sexualidad, del alto consumo de alcohol y drogas a los que se exponen su hijos. Dudas también sobre hasta dónde se debe llegar en su función de padres, sobre los límites entre ser autoritario y comprensivo, controlador o demasiado permisivo, sobre cuál es la mejor estrategia para obtener lo que desearíamos de ellos, y sobre qué es lo que más les conviene. El uso del tiempo de ocio, es quizás uno de los mayores temas de conflicto.
Se puede llegar a sentir culpa por los errores que se pudieron cometer en su educación, y ansiedad por los que seguramente se seguirán cometiendo.
Para los padres, la adolescencia de sus hijos puede ser vivido también como un exilio. Pueden llegar a sentir los grados de autonomía que van adquiriendo y la identificación de sus hijos con el contexto de acogida como un abandono. Se ve avocados que hacer el duelo a la infancia de su hijo, a renunciar a ser su ídolo, a en ocasiones soportar ser el sujeto en el que canalizan su frustración. A que poco a poco vayan perdiendo su grado de dependencia, lo que por una parte puede haber sido vivido como un alivio, pero también con frustración por dejar de ser tan inmensamente importante para alguien.
Se hace necesario aprender a renegociar un nuevo tipo de relación con una persona que ya no es un niño pero tampoco es completamente un adulto, que pide responsabilidades, que necesita límites, pero también confianza para asumir riesgos.
Les implica también asumir, que por más que lo deseen, es imposible controlar todas las variables que impidan que sus hijos se vean expuestos a situaciones que los harán sufrir. Asumir también, que ellos no vinieron el mundo a cumplir con las expectativas y sueños de los padres. Estar abierto a ser sorprendidos por su singularidad, y procurar no cargarlos con los miedos, prejuicios y etiquetas propios.
Un adolescente usualmente implica una resituación de toda la dinámica familiar, roles que se transforman, actitudes y comportamientos que dejan de tener sentido. Los adolescentes por ejemplo requieren menos atención, menos energía que cuando era niños. Energía sobrante que los padres necesitaran re-situar en la propia vida, en proyectos propios. Los mejor que le puede pasar a un adolescente es tener un padre o una madre que se sienta relativamente a gusto consigo mismo. Un padre y una madre que ocupen parte de sus motivaciones e intereses en su propio bienestar y que asuman y gestionen sus propios exilios.
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