En el año 2009, la directora de documentales Franny Armstrong presentó al mundo una de las obras de no ficción sobre la crisis medioambiental más controvertidas del inicio del siglo XXI: La Era de la Estupidez.
A diferencia de otros documentales de temáticas similares estrenados anteriormente, La Era de la Estupidez era de los pocos que ponía el dedo en la llaga señalando que el ser humano no solo es responsable de uno de los mayores problemas globales que afronta toda la biodiversidad del planeta, sino que eso mismo también habla sobre su racionalidad e inteligencia. Que la humanidad es el agente causal de la catástrofe, pero también una especie de niño gigantesco que no tiene ni idea de a qué está jugando.
Pero los motivos presentados por esta obra no son los únicos con el poder de llevarnos a pensar que vivimos en la era de la estupidez. A lo largo y ancho de la Tierra nos hemos mostrado incapaces de gestionar todo tipo de problemas que nos afectan a todos y que ni siquiera nos preocupan lo suficiente como para coordinar esfuerzos para gestionarlos.
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Señales de que vivimos en la era de la estupidez
Esta es una recopilación de crisis y problemáticas colectivas que o bien no nos preocupan o simplemente tratamos de combatir de manera poco responsable, con una mezcla de vanidad, pereza y mentalidad individualista.
Todos ellos tienen en común ser fruto de la falta de voluntad para cooperar, salir de la zona de confort y usar la racionalidad para algo más que no sea engrasar constantemente la máquina del consumismo: producir y comprar. Desde que existe Internet y las nuevas tecnologías de almacenamiento de información hemos tenido tiempo de sobras para detectar estos problemas y tomar cartas en el asunto, pero hoy por hoy, por algún motivo, no parecemos estar por la labor.
1. Estamos destruyendo el planeta
Es el motivo con el que hemos empezado el artículo, así como uno de los más graves, así que no podía faltar en este listado. El medio ambiente es básicamente lo más importante que tenemos, ya que variaciones en él pueden terminar con poblaciones enteras en cuestión de minutos. Sin embargo, seguimos actuando como si reciclar separando los residuos fuese el culmen de la responsabilidad y el civismo, algo reservado para los ciudadanos más bondadosos y disciplinados.
La realidad es que aunque las acciones individuales cuenten, de nada sirven esos esfuerzos basados en la “fuerza de voluntad” de cada individuo.
Todo indica que para frenar la devastación del planeta son necesarios compromisos colectivos, cambios drásticos en la economía y en el modelo de producción, e incluso una gestión inteligente del modo en el que nos agrupamos para vivir en ciudades. Nada de esto se plantea siquiera, justificándolo con las libertades individuales y las expectativas de seguir teniendo una vida llena de comodidades tecnológicas.
2. La mortalidad infantil
Mucho se habla acerca de cómo la vida nos da la oportunidad de elegir nuestro camino, cómo todo aquello que obtenemos depende principalmente de nuestras decisiones y actitudes.
Sin embargo, no parecemos muy preocupados por hacer que el mundo en el que vivimos se ajuste a esa visión de la realidad, porque pasamos por alto de manera sistemático que, para que eso fuese cierto (aunque solo fuese en apariencia), deberíamos evitar en la medida de lo posible como mínimo que haya regiones en las que 100 de cada 1.000 bebés no llegan a cumplir su primer año de vida, tal y como ocurre hoy en día. Contamos con el dinero para hacerlo pero, lamentablemente, lo usamos para comprar productos fabricados con la mano de obra explotada de esas zonas.
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3. Las teorías conspirativas
El 14 de diciembre de 2012, un joven de 20 años se presentó en una escuela de educación primaria de la localidad estadounidense de Sandy Cook y mató a tiros a 27 personas antes de terminar suicidándose. Se trata de una de las masacres más sanguinarias de la historia de los Estados Unidos de América, pero para muchas personas, simplemente, tales hechos no existieron.
Y es que existe una teoría relativamente popular según la cual lo ocurrido en la escuela ese día fue en realidad un montaje creado por la administración Obama para justificar políticas que limiten la tenencia de armas. A día de hoy, de hecho, varios padres y madres de pequeños que murieron en la masacre son acosados y amenazados por negacionistas furiosos por las “lágrimas de cocodrilo” que según ellos vierten estas víctimas.
Este ejemplo expresa en pocas palabras todo lo que está mal en la existencia de teorías de la conspiración y el motivo por el que son un síntoma de la era de la estupidez.
Con tal de defender una visión del mundo que encaje con los propios ideales, se es capaz incluso de crear las explicaciones más enrevesadas, aquellas que no puedan ser puestas en duda por las pruebas disponibles atribuyéndolo todo a una supuesta conspiración, para hacer que la realidad se adapta a lo que uno piensa. Incluso aunque esto suponga perjudicar directamente a muchas otras personas.
4. La explotación de la mujer
Incluso actualmente, siglos después de que empezásemos a defender la teoría de Libertad, Igualdad, Fraternidad, seguimos permitiendo que la mitad de la población sea confinada al ámbito doméstico, siendo penalizada por actuar con las mismas libertades que los hombres.
Incluso en aquellos países en los que formalmente ambos sexos tienen los mismos derechos, sigue normalizado piropear a mujeres desconocidas por la calle, acosarlas en contextos de ocio nocturno, pretender que trabajen en la oficina y que a la vez se encarguen de todo el trabajo de casa, y se les presta menos atención en el trabajo (aunque ostenten un cargo de liderazgo).
Nunca ha sido tan claro que hay un problema que va más allá de las leyes, pero incluso sabiéndolo es muy frecuente que ese debate sea esquivado con la excusa de centrarnos primero en “aquellos lugares en los que la mujer está peor”, es decir, las que viven en otros países. Algo que no se hace con ningún otro problema tratable desde la política.
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5. El fanatismo religioso
Hoy en día ya no hay excusas para intentar imponer a otros ciertas doctrinas religiosas. Sin embargo, las herramientas que en un mundo globalizado como el nuestro deberían conectarnos y hacer que colaborásemos más y mejor, son usadas masivamente para tratar de expandir la fe religiosa por encima de las libertades de los demás.
Desde mensajes de odio y llamadas a la violencia hasta presiones políticas para evitar que se eduque desde el conocimiento científico que contradice los dogmas, pasando por amenazas que son publicadas en Internet para que todos las vean y vídeos virales de contenido claramente homofóbico, el fanatismo ha demostrado ser otro de los motivos por los que vivimos en la era de la estupidez. Ni los avances científicos ni los tecnológicos bastan por sí mismos para erradicarlo.
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6. El nacionalismo
Hoy sabemos que las identidades históricas, aquellas que tratan de hacer que confundamos nuestra propia identidad individual con lo que hicieron nuestros supuestos antepasados hace siglos o milenios, simplemente no tiene sentido. Evidentemente, no existe un motivo racional por el cual lo que hicieron generaciones anteriores a nosotros deba marcar unas pautas de actuación muy concretas que debamos seguir para no traicionar a nuestras raíces.
Por otro lado, también sabemos que la política identitaria siempre lleva a situaciones en las que la violencia y el autoritarismo se imponen, ya que justifica ciertas medidas políticas con el pretexto de hacer “lo que es natural” para un pueblo o raza, casi siempre creando fronteras artificiales en comunidades que antes convivían.
Sin embargo, el nacionalismo, tiene el poder de seducirnos una y otra vez, cuando llega un punto en el que olvidamos sus nefastos efectos. Hoy, buena parte de los habitantes de muchas regiones del mundo se niegan a compartir espacios económicos y políticos con otras personas por motivos identitarios, mientras que otros tratan de eliminar a consciencia cualquier rastro de diferencias culturales de minorías étnicas para que se impongan sus propias culturas de manera hegemónica.
La era de la estupidez se muestra también en nuestra incapacidad de aprender de los errores. El repliegue nacional, asociado a partidos conservadores y de extrema derecha, es visto como algo normal, que ni siquiera tiene por qué ser cuestionado cuando un pueblo se ve amenazado por el exterior… sin pararse a pensar que esa definición de “pueblo” es totalmente arbitraria y presupone la existencia de la nación como aquello que debe ser defendido por encima de las personas.
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