Imaginemos la siguiente situación: la llave encastra dentro de la cerradura, la puerta se abre y los niños estampan sus mochilas contra el suelo luego de una larga jornada escolar. Sin embargo, el más pequeño está más callado de lo habitual, se muestra un poco cabizbajo y se encierra en su habitación tan pronto como llega a la casa. Durante la cena, arrastra la comida de un lado al otro del plato y permanece en silencio. Aunque nuestras habilidades individuales pueden diferir respecto a esto, las personas somos expertas en reconocer estados emocionales en los demás, por lo que a sus padres les resulta evidente que al niño algo le ocurre. Sin embargo, en lugar de iniciar un espacio de diálogo, uno de los padres podría reprenderlo por su comportamiento; el otro, decir que le deje tranquilo, que ya se le pasará.
Como podemos observar, aunque los padres muy probablemente estén actuando de la manera que consideran más oportuna para criar a sus hijos (ya que no está de más recordar que nadie nace sabiendo cómo ser padre), esta escena ilustra con claridad un problema de comunicación en la mediación familiar, no sólo de los padres respecto al niño, sino también entre sí. Por tal razón, en este artículo ahondaremos en el papel crucial de la comunicación en la mediación familiar.
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La comunicación en la familia
Al interior de la familia —tal como ocurre en los vínculos humanos en general— necesitamos de la interacción con los demás. Esta afirmación aparenta ser una obviedad. No obstante, ¿alguna vez hemos reflexionado acerca de las dificultades ante las que deberíamos enfrentarnos si no pudiésemos llevar a cabo acciones tan nimias como hacer sugerencias o pedir ayuda? De hecho, se trata de algo que hacemos tan a menudo que ni siquiera somos conscientes de ello. La comunicación vía el lenguaje en sus diversas formas —tanto corporal, como oral o escrito— es una gran ventaja con la que contamos los seres humanos para adaptarnos a los desafíos del medio.
Por su parte, la comunicación en el ámbito familiar en concreto adopta ciertas cualidades distintas respecto a la comunicación en otras áreas vitales. Primeramente, los integrantes de una familia comparten un espacio físico y temporal una vez finalizadas las actividades particulares que cada uno realiza por su cuenta, sean éstas acudir a la escuela, trabajar o practicar algún pasatiempo. Y, por más que los tiempos destinados a estar juntos sean breves, es crucial en esos momentos de encuentro que los integrantes de la familia puedan compartir sus experiencias, desafíos, alegrías y preocupaciones de la cotidianeidad para acompañarse los unos a los otros.
Asimismo, la vida en un mismo espacio puede acarrear en sí una serie de conflictos o contradicciones entre los distintos integrantes que son necesarios poner sobre la mesa (y nunca mejor dicho). Un claro ejemplo son los conflictos vinculados al cumplimiento de las tareas del hogar o relacionados al respeto por determinados espacios de privacidad aún cuando están reunidos bajo un mismo techo. Esto no solo aplica a los padres respecto a sus hijos sino entre sí, ya que recordemos que es importante la mediación entre ambos en tanto no solo cumplen el rol de cuidadores de sus hijos, sino que también comparten un proyecto de vida susceptible a cambios y discusiones.
Teniendo en cuenta la relevancia de la comunicación al interior de la familia, queda en evidencia que, si uno o varios integrantes tienen dificultades para expresar sus propios intereses y necesidades de manera asertiva, con precisión y claridad, es probable que emerjan diversas problemáticas en los individuos a raíz de ello, tanto si el diálogo es pobre o conflictivo en las relaciones paterno-filiales como entre hermanos.
La familia es determinante en el desarrollo de los niños, ya que se trata del núcleo donde se introduce a la persona en la sociedad y la realidad en la que vive —y, por lo tanto, las reglas o normas a las que deberá acatar para adaptarse a ella—, pero también es el marco en el cual adquiere paulatinamente habilidades para ganar autonomía y diferenciarse respecto a sus padres durante la adolescencia. Los agentes que propician la adquisición de estas habilidades suelen ser los padres, aunque también puede tratarse de otra persona muy presente en la vida del niño. Por lo tanto, una buena comunicación entre ambas partes es de suma importancia para que esto sea posible.
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La comunicación familiar como factor de riesgo y protección
Es amplio el abanico de investigaciones respecto al papel de la comunicación en la mediación familiar. Estas tienden a arribar a la conclusión de que una mala comunicación entre padres e hijos podría suponer un factor de riesgo para el niño o adolescente, aumentando las probabilidades de que éste actúe de una manera que comprometa sus vínculos, su bienestar y salud en general. Se ha comprobado que existe relación entre la mediación ineficiente y una mayor probabilidad de deserción escolar y abuso de drogas, consumo de alcohol y tabaco. Además, la mala comunicación en la familia se relaciona con mayores dificultades a la hora de vincularse con los amigos, como también con un mayor malestar físico y psicológico respecto a quienes mantienen una comunicación asertiva con sus padres.
En oposición a esto, se ha encontrado que una buena comunicación en los vínculos paterno-filiales implica un factor protector para los adolescentes. En las familias en las que prevalece este tipo de comunicación, los adolescentes perciben el apoyo incondicional de sus padres, como así también se fortalece el sentido de unidad familiar ante situaciones difíciles. Esto sería beneficioso más allá del ámbito familiar, ya que los adolescentes que pertenecen a hogares en los que prima una mejor comunicación y mayor satisfacción en los vínculos intrafamiliares son aquellos que perciben más apoyo por parte de otras personas significativas.
En otras palabras, una comunicación asertiva dentro de la familia influiría en el desarrollo de capacidades posteriores para percibir una mayor disponibilidad afectiva en los demás y, en consecuencia, aumentar sus habilidades para pedir ayuda, tratándose de una habilidad a cultivar para cuidar de la propia salud mental.
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