Saber perdonar es una capacidad muy importante, especialmente si se relaciona con el mantenimiento de unas buenas relaciones sociales además de adquirir una gran importancia durante los procesos terapéuticos.
Sin embargo, no es tan fácil. A veces cuesta aceptar las disculpas de los demás y tratar de superar el daño recibido. Es por ello que mucha gente se pregunta por qué cuesta perdonar, y es algo que vamos a ver más a fondo a continuación.
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¿Por qué cuesta tanto perdonar a alguien?
Perdonar es humano, y, de hecho, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Yale por el grupo de Molly J. Crockett, todos nacemos con esta capacidad.
Sin embargo, a medida que vamos creciendo, nos cuesta cada vez más perdonar, ya sea porque tenemos miedo de que nos vuelvan a hacer daño o porque nuestra personalidad es la de personas con baja tolerancia a las traiciones. Sea como sea, el no perdonar se vuelve en un mecanismo de defensa, el cual, a veces, puede ser perjudicial para nuestra correcta socialización.
Hay que entender que el perdón no es simplemente un conjunto de comportamientos hacia una persona que nos ha hecho algo desagradable, sino más bien una actitud para con uno mismo. Se trata de no permitir que unas circunstancias que nos han resultado dolorosas se vuelvan algo que afecte a nuestra forma de ser y contaminen nuestra vida. Con el perdón se crece emocionalmente.
Uno de los motivos por los que cuesta tanto perdonar es que es visto como un sinónimo de debilidad. Se suele pensar que, al perdonar a quien nos ha hecho daño, estamos dándole vía libre para que vuelva a hacer lo que nos hizo, además de no hacerle ver qué hizo mal. Realmente, esto no es así. Perdonar no significa que aceptemos lo que nos hizo, sino que es una forma de permitirnos a nosotros mismos avanzar.
Perdonar no es un acto ni de caridad ni de sumisión, ni tampoco humillarse o permitir abusos, sino aceptar que esa persona se equivocó y, si es consciente del daño que hizo, le permitimos que evolucione como persona. Lo que nos hiciera debe ser tenido en cuenta en tanto a cuando se hizo, no generalizarlo a la forma de ser de la persona. Esto puede ser difícil, porque ya sea por estar enfadado o estando triste, a veces no es posible separar el hecho negativo de cómo es la persona quien lo llevó a cabo.
El perdón es como si fuera un regalo, no para quien lo recibe, sino para quien lo da. No es que se transforme en un acto de tolerar el daño recibido, sino más bien aceptar qué ha pasado y tratar de superar los sentimientos negativos. No se debe esperar nada del otro, especialmente si ha existido el precedente repetido de haber hecho daño. El objetivo del perdón es aprender que uno mismo es más importante y a gestionar el dolor.
Otro de los motivos que nos impiden perdonar a los demás es el dolor que todavía estamos sintiendo a causa del daño que nos han hecho. Esto es especialmente visible cuando el acto en cuestión es muy grave o quien nos lo ha hecho es alguien en quien confiábamos casi de forma ciega. Suele ser muy difícil perdonar traiciones de la familia, la pareja y los amigos, haciendo que la confianza que se tenía en ellos se vea muy debilitada. Al amar con intensidad a esas personas, el que nos hagan daño nos resulta algo verdaderamente muy doloroso.
Ante este tipo de situaciones, la decepción vivida es muy profunda, dado que nos habíamos formado unas expectativas en relación con los otros. Cuando se da el choque entre nuestras expectativas y la realidad es cuando aparece la decepción, emoción surgida al ver que las cosas no son como nos las esperábamos. Es aquí cuando surgen emociones como el enfado, la ira, la tristeza y, por supuesto, el rencor.
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La importancia del perdón
Cuando nos hacen daño, manifestamos toda una serie de sentimientos que, aunque adaptativos, son negativos y que, en caso de mantenerse a largo plazo, pueden afectar a nuestra salud, tanto física como mental. El rencor se convierte en una especie de aura que nos envuelve y que va cada vez a más, recordando todo lo que nos han hecho y que nos ha enfadado, retroalimentándose y consumiéndonos por dentro, además de afectar negativamente a nuestras relaciones sociales.
Perdonar no significa que las cosas se solucionen por arte de magia ni tampoco implica, necesariamente, que se dé una reconciliación, sin embargo supone un cierto alivio, tanto para la persona herida como para quien hirió. Con el acto de perdonar nos volvemos en personas más sabias y crecemos emocionalmente.
Hay que tomar la sabia decisión de entender que no debemos culpar a los demás de nuestras propias desgracias, salvo que nos hayan hecho cosas muy graves, como pueden ser malos tratos, robos o infidelidades. Siempre en la medida que se pueda, se debe aceptar lo que ha sucedido, tratar de perdonar y aprender del hecho, por muy desagradable que sea.
Si no se perdona, el dolor va cronificándose. Hay que entender que el dolor surgido de este tipo de situaciones es como un iceberg: la persona quien lo padece solo muestra una pequeña parte de todo el dolor que realmente sufre. El perdonar es como cruzar con un rompehielos ese trozo de hielo enorme, fragmentándolo y haciendo que sea mucho más fácil y rápido hacer que se derrita.
Perdonarse a uno mismo
Todo el mundo ha tomado alguna vez una mala decisión que le ha acabado perjudicando al cabo de un tiempo. Es posible que cuando se tomó la decisión, no se estuviera a la altura de las circunstancias. Independientemente de la gravedad de la cuestión, es muy importante que somos humanos y que, como todos, podemos errar alguna vez, pero también debemos permitirnos perdonarnos a nosotros mismos. Las decisiones que hacemos y los resultados, sean positivos o negativos, forman parte de nuestro aprendizaje.
Cuando lo malo que hemos hecho vuelva para pasearse por nuestra mente, hay que tratar de decirle ‘Stop’, dado que ya no le toca volver ni tampoco reclamar un protagonismo que ya tuvo en su momento.
No hay que fustigarse. Como dice el dicho, ‘caer está permitido, levantarse es una obligación’, es decir, se puede errar pero siempre hay que seguir hacia adelante y aprender de la experiencia. Uno no será capaz de perdonar a los demás si nunca se ha perdonado a sí mismo.
Referencias bibliográficas:
- Siegel, J.Z., Mathys, C., Rutledge, R.B. et al (2018). Beliefs about bad people are volatile. Nat Hum Behav 2, 750–756 doi:10.1038/s41562-018-0425-1.
- Sutton, G. W. (2017). Review of the book Forgiveness Therapy: An empirical guide for resolving anger and restoring hope by Robert D. Enright and Richard P. Fitzgibbons. Journal of Psychology and Christianity, 35, 368 - 370.
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