Una nueva mirada integradora frente a los cambios que se producen en las parejas tras los primeros meses de la llegada del bebé a casa. Una visión de la sociedad que les toca vivir a los padres y a los abuelos. La interrelación entre ellos y las exigencias que la vida actual requiere y que funcionan como exigencias a las que se hace difícil responder. Una forma de pensar lo que nos pasa internamente, más allá de lo ya dicho. Son algunas de las ideas que brevemente se desarrollan en este artículo.
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El impacto psicológico de la llegada del bebé
Ya no somos los que éramos y eso es difícil de asumir, nuestras angustias, las presiones laborales, el intentar hacer las cosas bien, según otros dicen, son algunas de las cuestiones a las que los padres de hoy deben enfrentarse sin prejuicios, culpas o modelos estereotipados. La invitación es a encontrar el propio modelo, el que conviene a esa familia y a su singularidad.
Mucho se ha hablado de la felicidad que produce la llegada de un bebé, también de las modificaciones psicológicas y físicas del puerperio, del cambio en el cuerpo materno y la nueva reconexión de ambos padres con el mismo. Un cuerpo atravesado por la maternidad psicológica y por la biología.
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Diferencias generacionales
Pero qué pasa con la transformación en la pareja, especialmente en la generación más prolífera de estos tiempos, aquellos que hoy tienen entre los treinta y un poco más. La generación que decidió encarar el proyecto de familia estando más cercanos a los cuarenta años. Una generación que viajó, se divirtió, estudió y trabajó sin preocuparse más que por ellos mismos. Una generación que con derecho, decidió disfrutar de la vida, algo que también fue fomentado por sus propios padres, quienes sabían de lo bueno de vivir esas experiencias pero a quienes les tocó esperar a que sus hijos crecieran para poder realizar ese anhelo, así lo marcaba la época.
Hoy surge la contradicción entre estas dos generaciones que coexisten en el mismo tiempo. Por supuesto que disfrutar de la vida sin obligaciones está bien, pero como todo, tiene sus consecuencias, y hoy se enfrentan a una realidad que no habían aventurado. Una realidad para la que no tienen modelo, justamente por la rapidez en la que se generan los cambios de paradigma.
¿Qué pasa con estos padres que llevan ya tiempos juntos, que conocen sus gustos y tienen armada una dinámica que funciona, al menos hasta hoy?
Mucho ha cambiado desde los tiempos de los que hoy son o serán abuelos, donde si bien los cambios descritos en el puerperio se hacían visibles, la sociedad daba por sentado que el cambio interno de transición en la pareja era una obviedad. Hoy la generación mayor no comprende cómo sus nietos son bebés viajeros o pueden acompañar a sus padres al trabajo.
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Un cambio global
Todo cambia y hay que adaptarse a los tiempos, y así evoluciona el mundo. Pero la llegada del bebé no son solo los cambios puerperales, sino un cambio de vida. Sea la idea que sea que cada uno tenga sobre la crianza y el ejercicio de la mapaternidad, el mayor cambio que se observa y queda menospreciado es el cambio de la vida, que no se refiere solo a los cuidados del infante o las dificultades a la hora de dormir o la vuelta al trabajo.
Se trata del cambio de identidad de la pareja, un cambio más profundo, en donde estos jóvenes dejan de ser tales, en el sentido de idénticos a quienes eran, viajeros o aquellos que aceptaban todas las invitaciones de los amigos. Hoy se encuentran sorprendidos, comenzando a cuestionarse quiénes irán a la reunión. ¿Los tres, uno sólo? O cómo van a encarar esas salidas que hace no mucho les eran habituales y para las que no necesitaban ningún tipo de preparación.
Hoy lo que cambia es esa pareja para convertirse en una familia, donde ambos tomarán las decisiones o tendrán que disputarse con el bebé su lugar (y habrá más de un niño o niña en la casa). La pregunta es si podrán reacomodarse como padres y un bebé, o alguno será el padre o la madre de dos.
Muchas veces se escucha a la madre tomando este lugar y luego quejándose de hacerlo. Esto se suscita debido a no haber tenido la correspondiente charla sobre cómo manejarán los límites, las salidas, los paseos con la familia, o dónde dormirá el bebé. Esto trae como consecuencia dolores psíquicos que pueden ser solucionados con la clarificación de aquellos temas anónimos y pendientes.
Todo comienza a enredarse, se ven problemas donde no los hay o problemas diferentes a los que hay. Se escucha la dificultad de poder retomar las relaciones sexuales o la falta de deseo por alguno o ambos progenitores frente a la llegada del bebe, pero en realidad se trata de todos estos problemas que se diluyen bajo la superficie, como si se tratara de un cliché en donde si hay puerperio los problemas son los conocidos.
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Poniendo el foco en lo particular
Reducir los sentimientos humanos, sobre todo en épocas de crisis y mucho más en los que está involucrada la identidad, es un reduccionismo en el que no es bueno caer. Somos mucho más que simples estadísticas y cada pareja lo vivirá como quiera o como pueda. Pero mirar un poco más abajo de la superficie, con una mirada integradora y menos estereotipada, nos puede dar una salida más rápida y satisfactoria a estos inconvenientes, para que queden en un aprendizaje y una herramienta útil de la reacomodación de la pareja, como habrá tantas otras. Eso es crecimiento y bienestar en cuanto a salud mental se refiere.
Creo que es conveniente dejar de lado lo masivo para ocuparnos de cada quien, de cada individuo en su singularidad, y que la palabra dé un sentido de exclusivo, porque eso es lo que somos, seres únicos con diferentes realidades, aunque la etapa de la vida por la que transitamos parezca la misma.
Silvana Weckesser
Silvana Weckesser
Magister En Psicología. Especialista en Clínica.Escritora
De ninguna manera digo será fácil, ya que al estar involucrado el cambio en cuanto a cómo nos veíamos, a la transformación que implica cómo queremos vernos como padres o cómo nos animaremos a vernos en esta nueva etapa, lleva por cierto un trabajo. De acomodamiento de roles, de clarificación de normas, de reconsideración de puntos de vista y prioridades acordadas en conjunto entre ambos padres, ejercitando lo esencial de la mapaternidad, que es llevar juntos la crianza y la construcción psíquica física y espiritual de ese humano que espera el mejor acto de amor de su parte, que bien podría ser uno de ellos, el enseñarle a gestionar los cambios, un bien irremplazable, dado por la mano de sus padres, bien que sin duda cotizará a futuro.