Corría el año 1949 cuando una jovencísima Edith Eger conoció en Estados Unidos a Víctor Frankl (1905-1997), otro de los supervivientes del Holocausto nazi y autor del impresionante El hombre en busca de sentido, una auténtica búsqueda espiritual del sentido de la vida ante un dolor inmenso e inconmensurable. Eger también había vivido el horror nazi y había sobrevivido a diversos campos de concentración; entre ellos, Auschwitz, donde fue testigo de cómo se llevaban a su madre a la cámara de gas.
Frankl se convirtió en su mentor y, bajo sus directrices, Edith empezó a recuperar el sentido de su vida. Licenciada en Piscología por la Universidad de Texas, ha dedicado toda su existencia a ayudar a los demás y a evitar que caigan en ese pozo profundo en el que se sumergen las víctimas. Según Edith Eger, no se trata de “superar”, sino de “aceptar”. En el artículo de hoy repasamos la vida de la superviviente del Holocausto nazi especialista en estrés postraumático, Edith Eger.
Breve biografía de Edith Eger, la psicóloga que sobrevivió a Auschwitz
Cuando llegó a Auschwitz en 1944, Edith Eger solo tenía dieciséis años. Era una adolescente asustada e impresionable que ya había probado el horror nazi tras vivir en un gueto y en una fábrica de ladrillos, hacinada y sin apenas higiene, con 12.000 personas más, judías como ella. Al llegar al campo de concentración, Edith fue separada de su madre, a la que llevaron a las duchas para que “se aseara”. Nunca más la volvió a ver. Más tarde supo que aquellas “duchas” eran, en realidad, cámaras de gas.
La escalofriante vivencia de nuestra protagonista fue recogida por ella misma en su famoso bestseller La bailarina de Auschwitz (ver bibliografía), donde narra cómo sobrevivió al horror del campo de concentración, en parte, gracias a sus aptitudes para el baile. Durante mucho tiempo fue obligada a bailar para Josef Mengele (1911-1979), el nazi a quien llamaban “el Ángel de la Muerte”, lo que salvó la vida de ella y de su hermana Magda. Un impresionante testimonio de una no menos impresionante vida, que resumimos a continuación.
Un sueño: ser gimnasta olímpica
Edith había nacido como Edith Eva en Kosice, que en el año de su nacimiento, 1927, pertenecía a Checoslovaquia. Su lugar natal fue territorio de cambio, puesto que, anteriormente a 1920, había pertenecido a Hungría, país al que volvería en 1938 y hasta 1945.
Sus padres, Lajos e Ilona, eran judíos de origen húngaro, y Edith era la menor de sus tres hijas. Estudió en la Escuela Secundaria de Gimnasia, donde empezó a tomar contacto con esta disciplina, y recibió también clases de ballet. Muy dotada para el movimiento, formó parte del equipo olímpico de gimnasia; lamentablemente, su condición de judía y el auge del régimen nazi hicieron que fuera expulsada del equipo antes de culminar su sueño de ser gimnasta olímpica.
Era el año 1942, y sobre Europa se cernía el fantasma de una nueva guerra. Las persecuciones contra los judíos iban en aumento; su hermana Klara, que era violinista, pudo escapar gracias a que su profesor la escondió en sitio seguro. No fue así para Edith, su otra hermana Magda y sus padres. Obligados a vivir en un gueto primero y en una fábrica después, finalmente fueron trasladados a Auschwitz en 1944. Ese era el inicio de una pesadilla que parecería no tener fin.
La bailarina de Auschwitz
Ya hemos narrado cómo las hermanas fueron cruelmente separadas de sus padres, y cómo estos murieron apenas llegar. A partir de entonces, todo se tornó una horrible pesadilla. Edith cuenta cómo, cada vez que las llevaban a las duchas, les embargaba la angustia de si sería agua o gas lo que saldría de las tuberías. Por fortuna, siempre fue lo primero.
Sus extraordinarias dotes de bailarina jugaron en su favor. Josef Mengele, médico nazi que era conocido como Todesengel (el Ángel de la Muerte), se encaprichó de ella y de su baile, y le pidió que danzara solo para él. El entusiasmo del sanguinario doctor, que realizó escabrosos experimentos con los prisioneros y solía seleccionar a las víctimas para las cámaras de gas, permitió, en parte, que Edith y su hermana sobrevivieran. Pero ¿acaso iba a tener fin aquella pesadilla, aquel baile eterno para escapar de la muerte?
Sí, tuvo fin. Pero antes de ser liberadas por los aliados, Edith y Magda fueron trasladadas a varios campos. Fueron dos de las prisioneras que realizaron la macabra “marcha de la muerte” hacia Gunskirchen, uno de los campos adscritos al de Mauthausen. Las hermanas tuvieron que caminar, en condiciones muy duras, 55 kilómetros a pie. Una vez en su nueva prisión, a donde llegaron agotadas, tuvieron que comer hierba para sobrevivir. Cuando las fuerzas aliadas llegaron para socorrer a los prisioneros, se dieron cuenta de que Edith vivía porque vieron su mano moverse entre una pila de cadáveres.
Una vida dedicada a ayudar a las víctimas
Cuando los aliados rescataron a Edith, esta pesaba solo 32 kilos y sufría neumonía, fiebre tifoidea y pleuresía. En realidad, era poco probable que sobreviviera… pero sobrevivió. Una vez recuperada regresó a Checoslovaquia, donde conoció al que sería su marido, Albert Eger. Sin embargo, el régimen comunista en ascenso les impulsó a exiliarse a Estados Unidos, a donde llegaron en 1949.
Edith decide entonces licenciarse en Psicología y dedicar su vida a ayudar a las víctimas del estrés postraumático, ámbito en el que se especializa. Ha sido profesora en la Universidad de California y tiene su propia clínica en La Jolla, California, además de aparecer en repetidas ocasiones en los medios. En el momento de escribir este artículo, Edith cuenta con noventa y siete años y sigue igual de vital que antaño. Nunca ha dejado de poner su granito de arena para ayudar a las personas que han sufrido traumas, con el objetivo de mejorar su existencia.
En 2017 se publicó su libro The Choice - Embrace the Possible (traducido al castellano como La bailarina de Auschwitz), un sincero y emotivo testimonio de sus vivencias y de su aprendizaje para aceptar los designios de la vida y sobrevivir a ellos. La meta de Edith ha sido siempre ayudar a la gente victimizada para que no sean víctimas. Y es que toda su vida retuvo el último consejo de su madre, antes de ser enviada a la cámara de gas: “Recuerda. Nadie puede quitarte lo que has depositado en tu mente”. Sobrevivir (y vivir), a pesar de todo.