Nacido en Florencia, donde trabajó toda su vida (a excepción de un corto período romano donde, a las órdenes de Sixto IV, ejecutó algunos de los frescos de la Capilla Sixtina), Sandro Botticelli es uno de los pintores más famosos del Quattrocento italiano. Las obras que nos ha dejado no solo contienen una belleza y un refinamiento sin igual (producto de la perfecta fusión de la delicadeza gótica y la contundencia renacentista), sino que entrañan un significado filosófico que solo se puede comprender en el contexto de una época: el humanismo.
Os proponemos a continuación un viaje por la vida y las obras de Botticelli, famoso pintor del Renacimiento italiano.
Breve biografía de Sandro Botticelli
Quizá muchos no saben que el verdadero nombre de Sandro Botticelli era Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi; “Botticelli” es solo su apodo. Ahora bien, de dónde viene este remoquete, sigue siendo un misterio. Algunos autores sostienen que el joven Sandro lo heredó de su hermano mayor (quien le llevaba nada menos que 25 años y que, de hecho, se convirtió en su tutor dada la avanzada edad de los padres).
Parece ser que Antonio, el hermano, era de gran tamaño, por lo que la gente le conocía como “botticello”, “tonelete” en italiano. Otra de las versiones cuenta que el hermano era de oficio batihoja, es decir, se dedicaba a realizar panes de oro y plata para dorar o platear objetos, y que de este apelativo le vendría el mote al joven Sandro. Esta segunda versión no parece descabellada, puesto que la de batihoja fue también una de las primeras dedicaciones de nuestro artista.
Sea como fuere, el conocido como Sandro Botticelli nació en Florencia en el año 1444 o 1445, si tenemos en cuenta un documento de 1458 en el cual su padre, Mariano di Vanni di Amedeo Filipepi, arguye que su hijo Sandro cuenta con 13 años. No se conoce demasiado sobre estos primeros años; probablemente, y como ya hemos comentado, Sandro ayudara a su hermano en el oficio. En 1460, cuando el joven cuenta con unos 15 años, lo encontramos ya en la “bottega” o taller del pintor Filippo Lippi, que será su maestro durante siete años y cuyo hijo, Filippino Lippi, será en un futuro discípulo del propio Botticelli. Lo que son las cosas…
La forja de un artista
En 1467 encontramos ya a un joven Sandro trabajando codo con codo con Andrea Verrocchio, uno de los grandes pintores florentinos del Quattrocento. Parece ser que su trabajo era más una colaboración como asociado que como aprendiz, hecho que cuadra si tenemos en cuenta que, en aquellas fechas, Botticelli cuenta ya con 22 años.
En el taller de Verrocchio encontramos también a un jovencísimo Leonardo da Vinci. De hecho, el famoso lienzo El bautismo de Cristo, salido del taller de Andrea Verrocchio, cuenta con un ángel de perfil cuya autoría los expertos no dudan en adjudicar a Da Vinci; lo que no se dice es que, probablemente, prácticamente el resto de la obra se debe al pincel de Botticelli.
Más tarde, Sandro entra en el taller de Antonio Pollaiuolo (conocido rival de Verrocchio), del que aprende la técnica del desnudo. Es con él que realiza una de sus obras primerizas más conocidas: en 1469, el Tribunale della Mercanzia, que juzgaba litigios comerciales, encarga a Pollaiuolo una serie de pinturas destinadas a los respaldos de las sillas de los jueces. Estas pinturas debían representar las 7 virtudes, a saber: fe, esperanza, caridad, fortaleza, justicia, prudencia y templanza.
Por motivos desconocidos, Pollaiuolo solo pudo hacerse cargo de 6, por lo que la ejecución de la virtud que quedaba cayó en manos de un joven Sandro. Botticelli representa a Fortitudo (la Fortaleza) como una imponente matrona de volúmenes limpios, enmarcada por unos motivos arquitectónicos del todo convincentes que atestiguan el conocimiento que poseía el joven pintor de las novedades sobre la perspectiva. Para muchos, incluso para sus contemporáneos, la Fortaleza de Botticelli posee una calidad evidentemente mayor que las otras virtudes ejecutadas por su colega.
El despegue definitivo del joven artista sucede en torno a 1470, cuando empieza a regentar su propio taller. La fama que ha conseguido con su Fortaleza le precede; pronto los Medici, la rica familia que domina la ciudad de Florencia, se fijan en él y empiezan a encargarle trabajos. Este será el inicio de la etapa dorada de Sandro Botticelli.
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Los Medici y el Neoplatonismo en la pintura
Poco a poco, Botticelli va adentrándose en el mundo cultural florentino. Sensible y de mente inquieta, el joven queda impresionado por los preceptos filosóficos del momento, abanderados por la Academia Neoplatónica Florentina, alentada por la misma familia Medici. Florencia es una ciudad próspera y refinada donde bulle un nuevo pensamiento: el humanismo. El tema no era nuevo; ya desde siglo XIV se observa un auge del pensamiento humanista, con autores tan destacados como Dante o Petrarca. Pero, desde luego, será el siglo XV, el Quattrocento italiano, el que será testigo del despegue definitivo de esta forma de ver el mundo y la existencia.
Los artistas e intelectuales florentinos de finales del XIV eran conscientes de estar viviendo un cambio. O, al menos, lo que ellos consideraban como tal. Se creían protagonistas de una gran renovatio clásica, es decir, de la recuperación definitiva de los clásicos de la Antigüedad (aunque, en verdad, la Edad Media nunca olvidó a griegos y romanos, pero esa es otra historia). Surge así en Florencia un enorme interés por la literatura clásica (Ovidio, Virgilio…), así como por la historiografía griega y romana (Tito Livio, Heródoto…) y, por supuesto, por la filosofía, de la mano de grandes nombres como Aristóteles y Platón.
¿Qué tiene que ver todo esto con Sandro Botticelli? Hemos dicho ya que sus principales mecenas en las décadas de 1470 y 1480 fueron los Medici. Y los Medici eran los grandes artífices de esta renovatio clásica. A su alrededor se movían los grandes intelectuales de la época, como Marsilio Ficino, Cristoforo Landino y Angelo Poliziano. En 1459 se había fundado la medicea Academia Florentina, verdadero epicentro de todo el saber humanista de la época. Y Sandro Botticelli iba a ser el encargado de trasladar todo su arsenal filosófico a la pintura.
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Las grandes obras de arte
De esta época floreciente son obras de la talla de La Primavera (1482), Venus y Marte (1483), Minerva y el centauro (1482) o la celebérrima El nacimiento de Venus (1485). Vamos a detenernos un momento en algunas de estas obras para comprender por qué la pintura de Sandro Botticelli representó el ideal humanístico de los Medici.
Marsilio Ficino, el gran filósofo florentino del Quattrocento, intentó unir los conceptos platónicos con el cristianismo. Así, las ideas serían de índole espiritual, lo que nos eleva hacia la divinidad, mientras que todo deseo corporal estaría vinculado a la parte más baja del ser humano. De algún modo, en todos los cuadros que hemos citado, Botticelli plasma estas ideas neoplatónicas de Ficino. En Minerva y el centauro, por ejemplo, representaría el triunfo del amor puro, representado por la diosa, frente a la lujuria del centauro. Minerva lo agarra por los cabellos, lo que enfatiza su indiscutible poder. Por otro lado, en Venus y Marte, el dios de la guerra aparece dormido y vulnerable bajo la atenta mirada de la diosa del Amor.
Más clara es todavía la ideología neoplatónica en los dos cuadros más famosos del pintor: La Primavera y El Nacimiento de Venus. El sinuoso cuerpo desnudo de la Venus que nace del mar (en la segunda obra), está inspirado directamente en las Venus clásicas (especialmente, en las Venus púdicas de Praxíteles, que se cubren el seno y los genitales), y constituye, por cierto, el primer desnudo a tamaño casi natural desde la época antigua. Está comúnmente aceptado que el rostro de Venus es el de Simonetta Vespucci, la joven belleza florentina que falleció de tuberculosis a los 23 años, y que Botticelli admiraba profundamente.
Parece ser que Botticelli se pudo inspirar en la famosa Teogonía de Hesíodo, donde se relata el nacimiento marino de la diosa. Este nacimiento es peculiar; Venus/Afrodita nace de la unión de los genitales cercenados del dios Urano y la espuma del mar. Pico della Mirandola, otro de los intelectuales de la época, afirma que la unión del semen divino con la materia sin forma da lugar a un ser bello y puro, la Venus celeste. Esto enlaza directamente con las ya citadas teorías neoplatónicas, puesto que existiría un símil entre el semen del dios (las ideas celestiales) y la materia (el agua del mar), cuya unión es necesaria para dar origen a lo Bueno (la Venus celeste).
Es importante resaltar en este punto que la desnudez tenía, para los humanistas, un significado absolutamente diferente al que más tarde se le dio con la Reforma protestante y la consecuente Contrarreforma católica. La desnudez, ya desde la Edad Media, era símbolo de pureza, puesto que desnudos nacemos y desnudos estaban Adán y Eva en el Paraíso. Por eso, la Venus que nace en el cuadro de Botticelli no es una Venus lasciva, sino pura, y por ello se cubre pudorosamente el seno y los genitales. Por el contrario, la Venus del cuadro La Primavera está completamente vestida (con el manto que, por cierto, le tiende la figura de la Hora en el cuadro anterior). En otras palabras, la Venus celeste se ha materializado; las ideas han tomado forma en la tierra.
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Tiempos oscuros
En 1491 se hace con el poder en Florencia un enigmático personaje: el fraile dominico Girolamo Savonarola. El ascenso de tan lúgubre personaje supone la caída del humanismo florentino y de la Academia, y se impone una severa teocracia que condena todas las obras y los objetos “pecaminosos” que “incitan” al pecado. El martes de Carnaval de 1497, se eleva en Florencia una enorme hoguera, que la historia ha denominado Hoguera de las Vanidades, donde los florentinos, espoleados por el fraile, queman cuadros, libros, aceites, perfumes y joyas; todo lo que, supuestamente, los pueda alejar del camino de la virtud cristiana.
La predicación de Savonarola deja una huella indeleble en el carácter nervioso y sensible de Botticelli, hasta el punto de que nunca más volverá a ser el mismo. O, al menos, no sus obras. La zozobra espiritual que vive el artista con las arengas del dominico le llevan a participar en las quemas.
Algunos autores han apuntado a la supuesta homosexualidad del pintor como punto desencadenante de su sentimiento de culpa (recordemos que, para la Iglesia de la época, la homosexualidad era un gran pecado, llamado sodomía). Sea como fuere, Botticelli vive unos años convulsos. Incluso tras la caída y posterior ejecución del fraile y la restauración del orden en Florencia, seguirá Sandro poseído de una extraña exaltación religiosa, que atestiguan obras como su extraña Natividad mística, ejecutada una vez desaparecido Savonarola.
A pesar de que su estrella siguió más o menos brillante (a principios del siglo XVI se le nombra uno de los jurados que tienen que decidir la ubicación del David de Miguel Ángel), Botticelli es consciente de que su tiempo ya ha pasado. El nuevo estilo, la nueva maniera (abanderada por artistas como Leonardo, Rafael o el propio Miguel Ángel) ha dejado obsoleto su lenguaje, a caballo entre el hermoso y estilizado gótico internacional y el más contundente Renacimiento. Con su muerte, acaecida en 1510, se olvida la obra de Sandro Botticelli, que no será recuperada hasta el siglo XIX, de la mano de prerrafaelitas y nazarenos.