La temática de este artículo es muy concreta: la necesidad de todo psicoterapeuta de ser un buen formador.
Como es bien sabido, son varias las funciones que realiza un psicoterapeuta durante un proceso de terapia: creación de una relación sana y segura, mejora continua de los canales de comunicación con el cliente, descubrimiento de los patrones de comportamiento, provisión de la cantidad y calidad necesaria de retroalimentación...
Lo cierto es que la elaboración de todas estas funciones se realiza de forma conjunta con el cliente y no suele ser necesario el hacerlo de forma oculta: lo ideal es que todo se haga de forma consciente y, dentro de lo posible, agradable.
Construir una relación sana y productiva requiere tiempo y mucha atención, ya que siempre suele estar sujeta a ajustes y cambios, en función de los progresos y mejoras que se realicen en el proceso.
Podríamos decir que todo proceso terapéutico realizado de manera seria y profesional, es un "traje a medida" que se adapta al cliente a la perfección, permitiendo optimizar el aprovechamiento de todos los recursos disponibles.
Pero hay un elemento al que no se le suele prestar la debida atención: el papel del terapeuta como formador.
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La formación en la psicoterapia
Es esencial que todo profesional de la psicoterapia sea un formador capaz y efectivo.
Una de las frases que más se escucha, sobre todo durante los primeros días del proceso terapéutico es: “no sé lo que me pasa”. Cuando el paciente acude a consulta, suele tener una serie de pensamientos, sensaciones y sentimientos que no acaba de comprender. Evidentemente, ha intentado buscarles explicación, pero no lo ha conseguido de forma satisfactoria. Se da cuenta de que todo ese conjunto de vivencias le está perjudicando en su vida diaria.
Y aquí es donde comienza la labor de formador del psicoterapeuta. Además de todas las funciones que hemos citado y muchas más, este profesional ha de ser capaz de crear un relato solvente y realista, efectivo y práctico, sobre la situación de su cliente. Y ha de ser capaz de transmitírselo.
Por eso, un buen psicoterapeuta ha de tener experiencia, una gran capacidad de escucha real, una habilidad notable para descubrir patrones y una gran cantidad de conocimientos previos. Por no hablar de una enorme capacidad de responder a situaciones imprevistas, que siempre se irán presentando (no olvidemos que la psicoterapia está dirigida a la vida, que es un proceso siempre cambiante).
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Más allá de los conocimientos teóricos
No basta con poseer un amplio conocimiento de la psicopatología y de los problemas más frecuentes que afectan a la vida de las personas. Hay que ser capaz de utilizar herramientas como la escucha activa, la narración, la creación y la aplicación de metáforas, la utilización creativa del humor...
Además de eso, hay que disponer de un gran banco de información científica, para poder recomendar vídeos, artículos o libros a los clientes, en función de sus necesidades y sus capacidades.
También se necesita conocer historias, miles de ellas. Unas serán reales, otras no, para poder ofrecer modelos en los que el cliente se vea reflejado. Historias en las que también es fácil ver cómo han sido resueltas. Y esas historias han de abarcar muchos registros, ya que no es lo mismo hablar con una persona enamorada de los libros, un cinéfilo o alguien a quien sólo le interese la actualidad política, por ejemplo.
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Estableciendo un lenguaje común
Por otro lado, es muy importante la creación de un lenguaje común. Este es un elemento que suele ser ignorado, pero que es de suma importancia: no es lo mismo hablar con un ingeniero informático que con un sanitario, con un ferviente católico o con un ateo convencido. Toda la relación terapéutica se basa en ese lenguaje común, que se creará en función de las particularidades del cliente más que en las del terapeuta.
Uno de los recursos más interesantes para encontrar un lenguaje común es el utilizar las aficiones como terreno común. Por ejemplo, a una persona aficionada a la jardinería se le puede hablar de “podar pensamientos inútiles”, “fertilizar partes de la vida con una buena actitud”, “quemar los rastrojos del rencor”, etc.
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A modo de conclusión...
Si juntamos todos los elementos que acabo de citar (y muchos más que no comento por falta de espacio), vemos que es fundamental que un terapeuta sea un pedagogo de primer orden. Porque una parte importante de sus funciones es el crear una estructura operativa de trabajo y saber transmitirla, el ofrecer a su cliente una historia realista que le permita afrontar y superar su situación y el transmitir de la manera más efectiva posible los conocimientos y técnicas más relevantes para la vida de esa persona que ha confiado en el terapeuta.
Además, deberá explicar cómo aplicar conocimientos y técnicas en la vida diaria, ya que ante todo, buscamos comprensión y efectividad, es decir, cambios a mejor.
Como se puede ver, la formación del psicoterapeuta es un proceso sin fin, en el que siempre se puede aprender más y más. Es un aprendizaje sin fin que resulta gozoso para quienes estamos enamorados de este arte-ciencia tan difícil y tan hermoso como es la psicoterapia.