El miedo en los animales es un mecanismo diseñado para protegernos de los depredadores, preparándolos para luchar o huir. Pero sobrerreaccionar por miedo, es decir, paralizarse o perder el control, es un mecanismo que beneficia al depredador.
En los humanos las cosas no son especialmente distintas. Cuando nos sentimos amenazados por algún peligro, se ponen en marcha una serie de reacciones químicas, orgánicas y conductuales, que en conjunto llamamos miedo.
Se trata de una respuesta diseñada para resolver una situación puntual y ponernos a salvo. De hecho, es una reacción sana que en nuestra sociedad tiene un carácter paradójico. Por un lado, sufrimos unos niveles altísimos de miedo, pero por otro, no encontramos el peligro del que debemos huir o con el que debemos luchar, lo que se vive como una experiencia continua y contradictoria de ansiedad.
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El problema de sobrerreaccionar y ceder al temor y la ansiedad
La cronificación de la ansiedad y el miedo al miedo, como resultado de tratar de evitarlo a toda costa, nos hace cada vez más propensos a sobrereaccionar. A sufrir la experiencia dramática del pánico, la cual consiste en una serie de pensamientos y reacciones químicas que afectan a los órganos que implican una desorganizacion de la conducta, incompatible con la autoprotección, que deja al sujeto a merced de su enemigo, realizando una serie de acciones inútiles para defenderse.
El pánico desde un punto de vista psicológico supone la claudicación del organismo y la experiencia de impotencia para realizar alguna acción de protección o ataque.
Las razones para que una persona sobrereaccione con pánico a una situación son múltiples. Desde la verdadera naturaleza del peligro que efectivamente es inmenso e inabordable, hasta la autopercepción errónea de fragilidad o de su capacidad para defenderse.
El pánico y la ansiedad crónica suelen ir asociados a comportamientos rituales carentes de toda utilidad, como la compulsión o el pensamiento mágico, los delirios y las alucinaciones, desorganizando la conducta y a la persona como ser social.
Pero el pánico es, a la vez, un buen caballo de troya para cualquier virus y por tanto, algo que nos vuelve más vulnerables ante el COVID-19 y ante otros muchos virus que portamos normalmente, como el herpes, por ejemplo. Y también otros muchos que los demás pueden transmitirnos, a pesar de que ahora apenas reparamos en todos ellos.
Domesticar al miedo y evitar el pánico es una tarea hercúlea. No se puede resolver con un consejo ni con un truco de prestidigitación, reside en esa zona del cerebro llamada amígdala, que se encarga de la vida emocional de la persona y es inseparable de ella. Como mucho, lo que cada uno podría tratar de incorporar a su vida diaria para mejorar su capacidad de autocuidado sería:
- Aumentar el autocontrol sobre cada situación.
- Mejorar la sensación de autoeficacia.
- Aumentar la libertad para tomar decisiones.
- Mejorar la capacidad de soportar pequeños riesgos y obtener éxitos.
- Aumentar la capacidad para resistir.
- Aumentar el conocimiento sobre el problema y tomar un papel activo para buscar soluciones.
- Contar con grupos de apoyo y actuación.
- Colocar en su lugar la noción de miedo, asumiendo que está diseñado para poner en marcha las respuestas de huida y de lucha.
Debemos recordar que en el mundo animal inducir pánico es, en muchos casos, la principal estrategia de un cazador que busca minimizar su esfuerzo y sus riesgos.
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