Identidad grupal: la necesidad de sentirse parte de algo

Los humanos tendemos a vivir juntos, pero a la vez diferenciamos entre el "nosotros" y el "ellos".

Fans de un equipo de fútbol.
Las identidades colectivas cohesionan, pero también excluyen.Wikipedia Commons

Probablemente, la ventaja más importante de la humanidad como especie es su disposición a trabajar en sociedad, en grupo. Sin embargo, el arma aparenta ser de doble filo, ya que, en ocasiones, parece que dicho comportamiento social puede ser el que lleve a la propia especie a su inevitable final.

Y es que, hay un inesperado efecto secundario con el que la selección natural no contó a la hora de decidir como beneficioso el comportamiento social: la aparición de los grupos. Sin embargo, esta forma de vida no se regula sola. A la práctica, a la hora de relacionarnos socialmente, muchas veces lo hacemos desde un sentimiento de identidad grupal que nos lleva a considerar a la otra persona nuestro igual o, por el contrario, alguien con quien no nos identificamos.

El gregarismo en el ser humano: un recurso de supervivencia

Sí, la especie humana ha conseguido alzarse como la especie dominante de su planeta (y si este es un mérito del que sentirse orgullo o no, nos daría para otro artículo), si bien los conflictos sociales, la discriminación, la desigualdad y el odio son un precio que se antoja muy alto.

Pero, ¿por qué se produce todo esto? Hay infinidad de razones que nos llevan a formar parte de grupos. Algunas veces son intereses comunes, por los que acabamos siendo parte del grupo de ciclistas, de frikis o de vegetarianos. Otras veces, son cuestiones ideológicas, por lo que podemos pertenecer al grupo de anarquistas, feministas o ateos, y otras veces son “meras” diferencias físicas o biológicas, por lo que, objetivamente, podemos ser hombres, mujeres, negros, blancos…

Esto no parece tan descabellado, al fin y al cabo, cada cual es como es y las diferencias, en todo caso, deberían ser motivo de celebración y no de odio… pero, ¿Por qué no es así?

Bien, todo parte de un fenómeno que Tajfel acuñó como identidad social, que está relacionado con el autoconcepto, es decir, el modo en el que nos vemos a nosotros mismos.

Tajfel y sus investigaciones sobre la identidad colectiva

La identidad social es el conjunto de aspectos de la identidad individual que están relacionadas con categorías sociales a las que creemos pertenecer. De esta forma, al considerarnos, digamos, españoles, todas las conductas y normas que, según entendemos, son propias de los españoles, pasan a ser nuestras. En este proceso media ya un error de lógica, que es el considerar que todos los miembros que pertenecen a un grupo compartan las mismas características conductuales o psicológicas.

Son los famosos estereotipos, que no son sino heurísticos, o atajos mentales, que cumplen la función de simplificar nuestro entorno y ahorrar recursos psicológicos que pudieran orientarse a otras tareas, pero que, como decimos, son infundados. Con ellos, vienen de la mano los prejuicios, es decir, el desplegar actitudes hacia determinada persona en función del grupo social al que pueda pertenecer.

De todos modos, hasta donde hemos contado, tampoco parece que haya mayor problema. Si nos quedásemos ahí, simplemente viviríamos en un mundo tremendamente ignorante que desperdicia un potencial inmenso respecto a los beneficios que puede conllevar la interculturalidad. Así que sí, ¿por qué, además de desarrollar una identidad social, competimos con otras identidades sociales?

Tajfel demostró, con unos experimentos que llamó el “paradigma del grupo mínimo”, cómo la diferencia más trivial y superficial puede desembocar la competición. Clasificando a los participantes en dos grupos respecto a si les gustaba más uno u otro cuadro, se invitó a cada uno de ellos a distribuir recursos (dinero) entre su grupo y el otro.

Los resultados mostraban que los participantes preferían ganar menos dinero siempre y cuando la diferencia entre dinero recibido con el otro grupo fuera máxima… Dicho de otra forma, si yo he elegido el cuadro de Klee, y puedo elegir que tanto mi grupo como el de Kandinsky ganemos 20 euros, preferiré ganar 18 si ellos ganan 10… siempre que la decisión sea anónima.

Las emociones y la identidad grupal

Si algo tan frívolo como elegir un cuadro o como el color de una camiseta ya me lleva a perjudicar a otros grupos, ¿qué no haré cuando estén involucrados elementos más profundos como ideologías o familias?

Los mecanismos que se relacionan con todo esto están muy relacionados con la autoestima. Si yo considero que las cualidades de mi grupo son aplicables a mí, si mi grupo es valioso, será que yo soy valioso…y como siempre, el valor es algo relativo, y solo es posible de adjudicar mediante comparación.

Por lo tanto, conflictos sociales actuales están basados en la búsqueda de sentirme valioso (autoestima) a través de mi grupo (identidad social) a raíz de hacer menos valioso a otras personas que (prejuicios) pertenecen a otro grupo diferente.

Siguiendo el discurso que hemos llevado aquí, la conclusión lógica es que esta es una guerra que no se puede ganar, porque está basada en las percepciones de cada uno de los bandos, y quizás la solución esté en conseguir autoestima a través de nuestras conductas y no de nuestro color, órganos sexuales o el muy arbitrario accidente geográfico de nuestro nacimiento.

Es cierto que no resulta realista pretender controlar totalmente las dinámicas psicológicas que hay tras el sentido de identidad y el autoconcepto en general. Del mismo modo, no es posible desarrollar una identidad propia separada de la sociedad; para bien y para mal, nos vemos reflejados en los demás, ya sea para intentar imitar comportamientos o para distanciarnos de estos.

Sin embargo, hasta cierto punto, sí es posible cuestionarnos las lógicas y las formas de razonamiento que nos llevan hacia un tipo de identidad grupal u otra. Siempre es bueno que, puestos a centrar nuestra atención en determinados grupos y colectivos, lo hagamos con aquellos con un potencial inspirador positivo; y del mismo modo, también es necesario asegurarnos que el hecho de no sentirnos identificados con otros no se transforme en un odio gratuito y generador de malestar en nosotros o en los demás.

Referencias bibliográficas:

  • Anderson, B. (1983). Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Londres: Verso.
  • Leary, M.R.; Tangney, J.P. (2003). Handbook of self and identity. Nueva York: Guilford Press.
  • Platow, M.J.; Grace, D.M.; Smithson, M.J. (2011). Examining the Preconditions for Psychological Group Membership: Perceived Social Interdependence as the Outcome of Self-Categorization. Social Psychological and Personality Science. 3 (1): https://doi.org/10.1177/1948550611407081
  • Turner, J.C. (1987) Rediscovering the Social Group: A Self-Categorization Theory. Oxford: Blackwell.

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