El primero en utilizar el término arte astur fue Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), el insigne ilustrado nacido en Gijón. Sin embargo, con posterioridad se ha conocido al arte que se dio en el reino de Asturias durante la primera Edad Media como prerrománico asturiano, a pesar de que, como veremos, es un término inexacto.
En 1938, el historiador del arte Jean Hubert (1902-1994) propuso una nomenclatura para referirse al arte ejecutado antes del románico: Art préroman, lo que se tradujo en lengua castellana como arte prerrománico. En este gran cajón de sastre se incluían artes tan diversos como el arte carolingio, el arte otoniano o el arte astur, del que nos ocuparemos en este artículo.
¿Qué es el arte astur? ¿Y por qué es inexacto denominarlo prerrománico asturiano? En este artículo, vamos a descubrirlo.
Arte astur: ¿arte prerrománico?
El llamado arte astur hace referencia, en general, a las manifestaciones artísticas (especialmente arquitectónicas) que se desarrollaron en el primitivo reino de Asturias entre los siglos VIII y X, en el lapso que va desde la elección de Pelayo como caudillo de los astures hasta, aproximadamente, el reinado de Alfonso III, el Magnus Imperator. Se trata de un estilo único que, a pesar de inspirarse en numerosas fuentes, tiene unas características concretas en la que basa su singularidad.
¿Por qué es inexacto denominar a este arte prerrománico? Primero, porque implica meterlo en un mismo saco que otras manifestaciones contemporáneas que nada tienen que ver y que también se consideran prerrománicas. Segundo, porque este término implica la existencia de un románico canónico, del que, supuestamente, el prerrománico sería antecedente directo. Y ni el románico posterior es homogéneo en toda Europa, ni el arte llamado prerrománico es su precursor. Como siempre, nos encontramos ante nomenclaturas artificiales, creadas por una historiografía demasiado centrada en el blanco/negro.
El origen del reino astur
Tras la caída del reino visigodo de Toledo en 711, con la llegada de las tropas árabes y bereberes a la península, se mantiene, en el norte de Hispania, un foco de resistencia que, con el tiempo, dará a luz al reino de Asturias. Esta resistencia está imperecederamente ligada a la mítica figura de don Pelayo, el legendario caudillo astur del que, sin embargo, apenas se sabe.
La historiografía tradicional ha relacionado a Pelayo con la aristocracia del desmembrado reino de Toledo, huida al norte para salvarse de las invasiones musulmanas. Puede ser cierta esta relación, pero lo poco que conocemos del rey indica lo contrario. Sabemos por la Crónica Albeldense (escrita algunos siglos después) que Pelayo fue elegido líder en concilium por los dignatarios de la población astur. Si bien es cierto que los monarcas visigodos eran, en principio, electos, no podemos olvidar que la sociedad cántabro-asturiana del siglo VIII seguía siendo eminentemente tribal, por lo que es plausible que su líder fuera escogido igualmente por concilio. De todos modos, es también creíble que la elección de Pelayo como caudillo guerrero fuera un consenso entre los locales y los visigodos emigrados.
Otro de los aspectos que la historia ha deformado (especialmente, en el poco halagüeño siglo XIX) es el objetivo de los astures. Porque, ante la imagen tan recurrente de los pequeños reductos cristianos que se unen para reconquistar el territorio perdido en manos musulmanas, tenemos la evidencia de que, en aquella época, la cristianización era muy débil en el norte de la península, donde todavía persistían no pocos ritos paganos.
Parece más lógico pensar, pues, que la intención de los astures a la hora de resistirse al control árabe obedeció, más bien, a su eterna resistencia a pagar impuestos a los invasores. Recordemos que unos siglos antes habían hecho lo propio con los romanos, y que tampoco mantuvieron relaciones demasiado cordiales con el reino de Toledo.
En resumen, los cántabro-astures no deseaban reconquistar Hispania al Islam, sino, simple y llanamente, defender su territorio, como habían hecho antes con los otros invasores. En un principio, Pelayo y sus guerreros no tuvieron intención alguna de refundar otra vez el reino visigodo, como sí fue la intención de sus descendientes algunos siglos más tarde.
La expresión artística de un reino
En realidad, el reino astur no empieza a adquirir consistencia hasta Alfonso I (693-757). Es en esta época que empieza a cobrar empuje la arquitectura, aunque nos quedan pocos restos de ella. Se le atribuye la fundación del monasterio de Santa María de Covadonga (740), así como el de San Pedro de Villanueva, en Cangas de Onís, la primera capital del reino astur.
Durante el reinado de Fruela I (722-768) el primitivo núcleo cántabro-astur se expande hasta Galicia y la región de los vascones. Ya en época de Mauregato (719-789) empieza a circular la leyenda de la evangelización de Santiago en tierras hispanas, leyenda que alcanza su cénit durante la época de Alfonso II, el primer gran monarca de la dinastía astur. Durante su mandato se consolida el reino y se traslada definitivamente la corte a Ovetao, la actual Oviedo, debido a su estratégica situación, sobre la confluencia de varias calzadas romanas.
Y es entonces cuando se empieza a gestar la intención de recuperar el orden gótico, o sea, visigodo. Alfonso II se inspira en el antiguo y desaparecido reino de Toledo para reestructurar sus posesiones y dotarlas de un fuerte carácter godo. Es en estos años cuando el impulso constructivo iniciado por Alfonso I va a vivir un empuje excepcional: de esta época nos quedan edificios magníficos como San Julián de los Prados, erigida en el siglo IX como iglesia palatina y ubicada extramuros, cuyo conjunto pictórico mural está considerado el más antiguo y mejor conservado de la alta Edad Media hispánica.
Pero quizá las obras prerrománicas asturianas más famosas son Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, dos edificios levantados en época de Ramiro I y que conforman un hito en la arquitectura astur. El primero formaba parte del complejo palatino del monarca, ubicado en las laderas del monte Naranco, y presenta muchas de las innovaciones constructivas que se dieron durante el reinado de este monarca; entre ellas, arquerías de medio punto y bóveda de cañón sobre arcos fajones.
En general, la arquitectura ramirense constituye un punto y parte en la evolución del arte astur, puesto que presenta un abovedamiento general que sustituye los techados de madera anteriores. San Miguel de Lillo es uno de los ejemplos más hermosos del arte ramirense. Del edificio original sólo conservamos el pórtico y dos cámaras, así como un primer tramo de naves. Todavía se puede observar la tribuna reservada al monarca, que probablemente estuviera conectada con el resto del palacio. Las formas pronunciadamente verticales de San Miguel de Lillo y su rotundidad arquitectónica son una imagen característica del arte astur.
Alfonso III y la continuidad del reino de Toledo
Así como, en un principio, Pelayo y sus sucesores inmediatos no tenían intención de recuperar el extinto reino visigodo, reyes posteriores como Alfonso III sí que pusieron en práctica la renovación del Ordo Gothicus. Especialmente este monarca, que fue conocido como Magnus Imperator por sus contemporáneos por el esplendor de su reino, desarrolló una actividad artística sin precedentes.
De la época de Alfonso III son las iglesias de San Salvador de Valdediós (consagrada en 893) y San Adriano de Tuñón. Pero posiblemente su mayor legado fue la urbanización de su capital, Oviedo, de lo que da testimonio la famosa Foncalada, la fuente cubierta erigida durante su reinado y que todavía se conserva. Famosos son también sus obras de construcción del palacio real y las numerosas reformas de la ciudad, como las murallas, destinadas a frenar las invasiones de los normandos.
Por otro lado, la orfebrería, otra de las grandes expresiones del arte astur, adquirió en época de Alfonso III cotas extraordinarias. Buen ejemplo de ello es la Cruz de la Victoria, auténtico símbolo asturiano, realizada en 908 con una base de madera recubierta de láminas de oro, piedras preciosas y esmaltes. La cruz, así como otras joyas exquisitas como la Caja de las Ágatas, un relicario donado por el hijo de Alfonso, Fruela, a la catedral de Oviedo, se conservan actualmente en la Cámara Santa de la catedral. Este tipo de orfebrería de cruces y relicarios es muy característico del arte astur; un recuerdo de la costumbre visigoda que tanto anhelaban evocar.


Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad









