Hace casi cinco meses, se publicaba Cuéntame cuando sí anidé en una tripa y sí nací, un cuento ilustrado que aborda, desde la metáfora y las ilustraciones, la soledad experimentada cuando se ha sufrido abandono en una edad temprana, y que está editado por la editorial Desclée De Brouwer.
De esos cinco meses, tres han sido en esta situación tan especial que todos estamos viviendo, donde de alguna forma hemos sido arrastrados igual que la protagonista del libro a la desconexión y a vislumbrar el mundo desde la pecera de nuestros hogares.
Esta situación contraria a nuestra naturaleza, igual de contraria que la vivencia de no ser recogida en los brazos por quien nos ha llevado en su útero, nos ha arrastrado inevitablemente a la soledad y al abandono.
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Un cuento que explora el tema del aislamiento
Abordar la soledad siempre es difícil, quizás porque comenzamos siendo dos indiferenciados dentro de la placenta de nuestra madre y nos desarrollamos mirando al rostro de quien nos acoge en su regazo. En esa danza relacional nos descubrimos y descubrimos el mundo, en esos ojos que nos devuelven nuestra mirada aprendemos a sentir mediante el contacto piel con piel y la prosodia de las veces que nos mecen.
Y cuando eso falta algo se pierde, la oportunidad de percibir, de que esa percepción sea contactada y nombrada y ese bebé descubra su sentir, su existir. Sin ello el vacío de la no sensación parece cubrirlo todo, la expresión del cuerpo desconocido, carente del roce del tacto sin contacto que envuelve el transcurrir de los días.
Al releerle el cuento y mirar sus ilustraciones me llevan a nuestro presente inmediato, donde la seguridad nos ha robado el goce del tacto, donde hemos perdido la sonrisa abierta que ilumina los ojos en el encuentro y la voz y la escucha se distorsionan en la inexpresión de la mascarilla.
Hemos sido empujados por esta circunstancia sin igual a nuestra soledad, arrastrados a la sensación intermitente o continua de abandono.
En nuestros rostros se asoma, aunque se esconda entre mascarillas decoradas la tristeza, el dolor de la incertidumbre que no sabe si va a ser atendida y consolada.
Del mismo modo que el descubrimiento de lo perdido y que la mirada amorosa que se da cuenta de lo que falta ayudan a sanar la perdida de la conexión, tal como nos lo cuentan los relatos transmitidos por los niños que han compartido sus dibujos en el libro, del mismo modo, prestar atención, reconfortar, darnos cuenta de cómo hemos perdido en la seguridad rasgos de nuestra humanidad nos ayuda a reconfortarnos.
Ese encuentro del confort pasa por lo colectivo, por descubrirnos como grupo, como humanidad por atendernos como una gran familia.
Os dejo el video, resumen de este bello libro que en su prosodia canta a la conexión.
Autora: Cristina Cortes, Psicóloga, Directora del Centro de Psicología de la salud Vitaliza
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