El arte es tan antiguo como el ser humano. Y, aunque a menudo se considera la pintura como uno de los primeros vehículos de expresión artística, en realidad los testimonios escultóricos no distan tanto en el tiempo, por lo que podemos considerar que el ser humano empezó a esculpir al mismo tiempo que pintaba.
De hecho, hasta no hace muchos siglos el fenómeno de la escultura no podía desvincularse de la pintura, puesto que las obras se encontraban totalmente policromadas. Esto es así incluso en la antigua Grecia; aunque nos resulte raro, las esculturas clásicas no se mostraban con el blanco del mármol, sino que se cubrían con capas de pigmentos. Una escultura no se consideraba terminada hasta que no se hallaba debidamente pintada.
Más allá de esto, cada cultura y cada época han tenido su forma de expresión, como es lógico. El arte es uno de los principales vehículos por los que se manifiestan las ideas y las costumbres sociales, por lo que la escultura también está conectada con las distintas épocas y culturas que se han sucedido en la historia. En el artículo de hoy vamos a hacer un recorrido por 10 de las obras escultóricas más conocidas de la historia del arte.
Las grandes esculturas de la historia
La historia del arte es, por supuesto, muy extensa y compleja. Para componer el listado que presentamos hemos intentado escoger obras de distintas épocas, con el objetivo de diseñar un recorrido breve pero intenso por la historia de la escultura. Esperemos que os guste.
1. Escriba sentado (Museo de El Cairo, Egipto)
Realizada en piedra caliza en el imperio antiguo (aproximadamente hacia el 2500 a.C.) el Escriba sentado del Museo de El Cairo (Egipto) es un perfecto ejemplo del tipo de escultura destinada a las tumbas reales o de personajes importantes.
Los egipcios creían que, una vez en el mundo de la ultratumba, seguirían llevando una vida lo más parecida a la que habían disfrutado en la tierra. Por tanto, los difuntos eran enterrados con todos los enseres necesarios, elementos que incluían también personas a su servicio, como bailarinas, escanciadores de vino o, como el caso que nos ocupa, escribanos.
El sorprendente realismo de esta pequeña escultura (de 51x41 cm) radica en la posición del escriba que, con las piernas flexionadas, imprime movimiento a la figura. Por otro lado, el cristal de roca que llena las cuencas de los ojos da, con su brillo, una profundidad destacable a la mirada.
2. Afrodita de Cnido, de Praxíteles (Museos Vaticanos, Roma)
Como suele suceder con el arte griego, la gran mayoría de obras de Praxíteles (400 - 320 a.C) se conservan gracias a las copias que realizaron los romanos de las mismas. Es el caso de su famosa Afrodita, realizada para el templo de Cnido (Anatolia), que muestra a la diosa saliendo del baño (o entrando), completamente desnuda. A pesar de que Afrodita se cubre púdicamente los genitales, si creemos en lo que nos cuenta Plinio el Viejo, los primeros receptores de la escultura, los habitantes de Cos, la rechazaron por “impúdica”. Parece ser que a los ciudadanos de Cnido no les dio tanto apuro adquirirla.
Las famosas Afroditas de Praxíteles constituyen las primeras representaciones del cuerpo femenino desnudo. En contra de lo que a menudo se cree, durante los primeros milenios de la historia era mucho más abundante el desnudo masculino, especialmente en Grecia, donde la mujer vivía recluida en el gineceo y absolutamente apartada de la vida pública, con la única excepción de las hetairas o prostitutas. Por cierto, se cree que la modelo para esta Afrodita fue Friné, la famosa cortesana que enloqueció de amor al jurado que quería llevarla a la muerte.
3. Augusto de Prima Porta (Museos Vaticanos, Roma)
Esta bellísima escultura, hallada en las ruinas de la Villa de Livia (la esposa de Augusto) en Prima Porta (Roma), recoge los cánones del escultor griego Policleto, que ya plasmó en su famoso Doríforo (s. V a.C.). Aquí, el artista romano (desconocido, por cierto) utiliza el conocido canon de las siete cabezas, así como el ligero contrapposto que también podemos observar en el Doríforo griego.
Augusto asciende finalmente al poder tras una larga guerra civil y tras la caída definitiva de la República romana. La escultura de Prima Porta debe enmarcarse en el complejo mensaje propagandístico del emperador, muy interesado en aparecer como el gran vencedor de la contienda y, sobre todo, como el pacificador del recién nacido imperio. Así, no sólo sitúa a sus pies un delfín y un cupido (símbolos de Venus, de la cual supuestamente desciende su familia) sino que también introduce en la coraza diversos elementos significativos: el carro de Helios, el dios-sol (símbolo de su poder) o la figura de Tellus (la tierra) con el cuerno de la abundancia (en referencia a que la paz conlleva riqueza).
4. La Majestat Batlló (Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona)
Imagen por excelencia del Crucificado románico, la Majestat Batlló (siglo XII) nos muestra a un Cristo triunfante sobre la muerte, del que no emana ninguna gota de sangre. Característico de los primeros siglos medievales es representar a Jesús clavado en la cruz con cuatro clavos (y no tres, como será usual más tarde), completamente vestido y con un rostro sereno que en nada nos hace presagiar la cercanía de la muerte. La idea que se plasma es la de un Cristo que trasciende la condición humana y se eleva por encima de cualquier tipo de pasión.
Tal y como sucedía en la antigüedad, durante la Edad Media no se consideraba terminada una escultura si no estaba pintada. En el caso de esta Majestat, la hermosa policromía, basada en fuertes tonalidades primarias, todavía se percibe en la madera; destaca la túnica roja del Crucificado, larga hasta los pies y decorada con figuras geométricas de un intenso azul.
5. La Virgen Blanca, catedral de Toledo (España)
En los siglos del gótico algo empieza a cambiar. Las antaño hieráticas vírgenes de madera, cuya función se limitaba a ser el trono de su hijo (sentado en su falda), pasan a convertirse en verdaderas madres. De este modo, las representaciones de la Virgen en los siglos XIII, XIV y XV se humanizan, se vuelven hacia el Niño y juegan con él.
Como sucede en todas las épocas, el arte refleja los cambios de la sociedad. Y es que la del gótico no es la misma sociedad que la que había dado a luz al estilo románico: el incipiente humanismo (abanderado por ciudades como Chartres) y el auge del comercio contribuyen al despegue de los burgos y, por tanto, a un cambio significativo en la concepción que las personas tienen de Dios.
En este período proliferan las representaciones de María sosteniendo al Niño y, en la gran mayoría, la joven madre mira sonriente a su pequeño. La de la catedral Toledo es especialmente significativa por la dulzura que desprende la mirada de la Virgen, así como su amplia sonrisa y el gesto cariñoso del Niño, que toca su barbilla. Asimismo, los ropajes, tremendamente realistas, auguran un nuevo naturalismo, muy alejado ya del concepto medieval de representación.
6. El David de Miguel Ángel (Galería de la Academia, Florencia)
Se trata de la escultura más famosa de Miguel Ángel y, posiblemente, del mundo. El David representa la apoteosis del Renacimiento florentino del XVI; encargada en 1501 por la República de Florencia, estaba destinada a formar parte de un grupo escultórico que, en principio, iba a situarse en la parte más alta del Duomo de la ciudad.
Para la ejecución de la obra, se cedió a Miguel Ángel un bloque de mármol que ya había sido utilizado con anterioridad por otros artistas, lo que no gustó nada al escultor, puesto que estaba acostumbrado a escoger él mismo, en la propia cantera, las piezas de mármol. Puede que sea precisamente esto lo que explique las diversas desproporciones anatómicas del David, si consideramos que Miguel Ángel tuvo que adaptarse al bloque ya usado.
A pesar de ello, la escultura plasma el cuerpo masculino desnudo con maestría, y recoge el momento en que David, el héroe bíblico, está a punto de enfrentarse al gigante Goliat, una metáfora perfecta para representar a la recién nacida República florentina. El ceño fruncido del joven, que Miguel Ángel concibió mucho más atlético y musculoso que sus predecesores (véase por ejemplo el David de Donatello) indica el instante en que David pone toda su atención en lo que va a suceder.
7. El rapto de Proserpina, de Bernini (Museo Borghese, Roma)
El incomparable Gian Lorenzo Bernini, auténtico referente del Barroco escultórico, hace gala en esta obra de toda su maestría. La línea serpentinata que retuerce a las figuras nos recuerda a un lejano manierismo, pero la expresión y el dinamismo son típicamente barrocos.
Bernini capta el momento en que Plutón, el Hades griego, rapta a Proserpina, la hija de la diosa Ceres, para llevársela a su mundo infernal. En el gesto de la chica podemos ver el terror que está sintiendo: con una mano pretende apartar al raptor, mientras que, al mismo tiempo, contorsiona todo su cuerpo en un intento de huida.
El rostro de Proserpina, que eleva los ojos y entreabre la boca en lo que parece un grito, posee la teatralidad propia del estilo barroco. Por otro lado, la maestría de Bernini se aprecia especialmente en la mano de Plutón, que se hunde en la carne de la joven y, por unos momentos, nos hace olvidar que lo que estamos contemplando es sólo un frío bloque de mármol.
8. Eros y Psique, de Antonio Canova (Museo del Louvre, París)
Si Jacques-Louis David fue uno de los grandes abanderados del Neoclasicismo pictórico, Antonio Canova (1757-1822) lo fue sin duda de la escultura. Su Eros y Psique plasma con una delicadeza extrema el momento en que la mortal Psique es rescatada de su sueño eterno por el beso del dios Eros, según el texto de Apuleyo.
La composición está solucionada en forma de una gran X que forman las alas extendidas de Eros (Cupido para los romanos), sus piernas y el cuerpo extendido de Psique. La posición de la joven, que levanta los brazos para abrazar a su amado mientras que ladea la cabeza, no resulta nada forzada en manos de Canova, que consigue con esta escultura una de las apoteosis del arte Neoclásico.
9. El gran vals, de Camille Claudel (Museo Rodin, París)
En 1893, Camille Claudel (1864-1943) presenta en el Salón Nacional de Bellas Artes de Francia su obra El gran vals, que representa a una pareja de bailarines captados en plena danza. La insigne alumna de Auguste Rodin, que llegó a superar al maestro, consigue plasmar en bronce el sutil y grácil movimiento de los cuerpos y de la ropa, que vuela y se hincha con los giros.
La figura masculina está completamente desnuda, mientras que la mujer se cubre con un vestido que Camille consigue hacer vaporoso. El resultado es una obra de una alta carga erótica y una belleza sin igual, de una delicadeza y exquisitez sorprendentes.
10. Gran bailarina, de Pablo Gargallo (varias localizaciones)
Hasta tres versiones existen de esta obra de Pablo Gargallo (1881-1934), posiblemente una de las más bellas de todo su corpus artístico. La escultura representa a una bailarina en el momento de ejecutar uno de sus pasos; Gargallo realiza la composición mediante placas de hierro ensambladas, lo que otorga a la pieza una singular y extraña belleza.
La Gran bailarina pertenece al periodo en que Gargallo empezó a experimentar para encontrar un lenguaje que le fuera propio. En esta escultura observamos retazos de representación naturalista, pero también del cubismo imperante en la época, sin olvidar que el artista está incorporando ya el vacío como componente escultórico, algo que llevarán mucho más allá escultores como Jorge Oteiza con sus “cajas metafísicas”.