En septiembre de 2015, la comunidad científica se asombró ante un hallazgo excepcional. En la denominada cueva Rising Star, en Sudáfrica, a unos 50 km de Johannesburgo, un equipo de expertos había encontrado los huesos de lo que parecía ser una nueva especie de homínido, uno más de la extensa (y compleja) cadena evolutiva humana. Los antropólogos bautizaron a esta nueva especie como Homo naledi, "hombre estrella", en honor al nombre de la cueva en que fue desenterrado.
Desde que el Homo naledi volvió a ver la luz después de milenios bajo tierra, los científicos no han parado de hacerse preguntas. ¿Se trata de un eslabón, el auténtico eslabón perdido, entre los homínidos y los humanos? ¿Cuáles eran sus capacidades cognitivas? ¿Inhumaban a sus muertos? ¿Eran capaces de crear arte...?
Hoy en día, todas estas preguntas siguen en el aire. Existen especialistas que consideran al Homo naledi capaz de realizar actividades de enterramiento, puesto que algunos huesos se hallaron en recovecos de la cueva que apuntan a una colocación intencionada. Otros expertos lo niegan, y arguyen que el volumen craneal de estos homínidos, de 500 cm3, es sustancialmente menor al del ser humano moderno, cosa que los incapacita para cualquier tipo de abstracción.
La polémica está servida. Hoy nos adentramos en el misterio del Homo naledi, el "eslabón perdido" de cuyo hallazgo se cumplen este mes de septiembre 10 años y cuyos interrogantes todavía persisten.
¿Quién fue el Homo naledi?
Los restos que se encontraron en las cuevas de Rising Star, en Sudáfrica, aquel mes de septiembre de 2015, correspondían a unos 15 individuos, de edades comprendidas entre la más tierna infancia y la vejez. El equipo responsable del descubrimiento, liderado por el antropólogo Lee Berger, se quedó estupefacto al comprobar las características físicas de aquellos homínidos. No tuvieron ninguna duda de que estaban ante una nueva especie de Homo, antes desconocida.
Ahora bien, ¿cuáles eran estas características? El Homo naledi (bautizado así en honor a la cueva donde fue hallado, pues naledi significa "estrella" en sesotho, la lengua local) poseía una altura media (de unos 150 cm.), una capacidad craneal relativamente pequeña (de unos 500 cm3) y unos pies sorprendentemente "modernos", lo que atestigua su bipedismo.
Por otro lado, sus manos reunían características de homínidos y humanos: poseían falanges largas, ideales para vivir en los árboles, a la manera de los Australopithecus, pero, sin embargo, el pulgar y la muñeca atestiguan que eran capaces de manipular objetos de forma bastante precisa.
En resumen: el Homo naledi parece ser un eslabón que conecta los Australopithecus, todavía homínidos (a los que pertenecía la famosa Lucy), con los Homo erectus, la primera especie de Homo de la que se tiene constancia.
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Más modernos de lo que parecía
Pero la sorpresa más impactante llegó con la datación de los fósiles. De acuerdo con las características físicas de los huesos, aquellos seres debían haber vivido hace unos 2,5 millones de años, al mismo tiempo que los otros homínidos. El Homo naledi sería, pues, uno de los orígenes de la especie Homo.
Sin embargo, la datación de los huesos, efectuada en 2017 por un equipo internacional, arrojó unas fechas sorprendentemente cercanas: el Homo Naledi había vivido en Sudáfrica unos 300.000 años atrás, lo que lo convertía en contemporáneo de las especies de Homo (es decir, de los primeros humanos). En otras palabras: los primeros hombres y las primeras mujeres compartieron espacio y tiempo con especies de características primitivas.
Para poder entender esto, debemos remarcar la diferencia entre homínido y homo (humano). Mientras que los Hominidae (homínidos) son los primates carentes de cola y con un cierto bipedismo (en el que se incluyen, por supuesto, los humanos), los Homo son exclusivamente las especies con características humanas: el Homo sapiens (el ser humano moderno), pero también el Homo neanderthalensis o el Homo erectus, entre otros.
Enterrar a sus muertos...
Quizá unos de los mayores misterios acerca del Homo naledi sea su capacidad cognitiva. El hecho de que los huesos se encontraran en un recoveco de la cueva de difícil acceso hizo suponer a los investigadores que los restos habían sido depositados allí de forma intencionada, lo que les llevó a pensar en una inhumación.
Lee Berger y su equipo afirmaron haber encontrado evidencias de restos funerarios en tres ubicaciones de la cueva sudafricana: dos en Dinaledi Chamber y un último en Hill Antechamber, todos de difícil acceso desde el exterior. Para Berger y sus colaboradores, estaríamos ante la primera evidencia de inhumación intencionada en un grupo de homínidos. Es más, sostenían también la teoría de que, además, habrían usado antorchas para abrirse paso por los oscuros pasadizos, lo que implicaría que conocían el fuego y su uso.
Esta hipótesis levantó verdaderas ampollas entre los científicos. Muchos se negaron a aceptarla, puesto que la capacidad de abstracción que requiere un proceso de enterramiento solo es compatible con humanos con cerebros grandes, como es el caso del Sapiens y el Neandertal. Los 500 cm3 de capacidad craneal de los Homo Naledi impedían que llegaran a realizar una actividad semejante.
Para que nos hagamos una idea, el ser humano moderno tiene un volumen craneal medio de 1300 cm3. El Neandertal, su pariente más cercano (ya extinto, por supuesto), poseía incluso más: hasta 1500 cm3. Visto así, y considerando que el Homo naledi presenta una capacidad tres veces menor, resulta casi imposible plantearse en serio su capacidad para realizar inhumaciones.
Por otro lado, está ampliamente comprobado que la inteligencia no siempre es correlativa con el volumen craneal. De hecho, existen otros muchos factores en juego, como, por ejemplo, la organización interna del órgano cerebral o las conexiones sinápticas, entre otros.
En todo este tema la tafonomía es una disciplina clave, cuyo campo de estudio es todo el proceso de la muerte, desde que el organismo fallece hasta que se produce la fosilización. Y es a través de esta disciplina que los contrarios a las afirmaciones del equipo de Berger fomentan su "ataque": antes de afirmar la existencia de un entierro intencionado, es necesario descartar cualquier otra causa, como, por ejemplo, el arrastre de los cuerpos por el agua o por los animales, su cubrimiento por sedimentos caídos espontáneamente y gracias a efectos naturales, entre otras cosas.
... y realizar arte
En 2023 el equipo de Lee Berger escribió tres artículos que presentaban una serie de pruebas sobre las que se basaba la hipótesis de que, en efecto, el Homo Naledi no solo enterraba a sus muertos, sino que también realizó arte rupestre.
Para corroborar esta última afirmación, Berger y sus colaboradores afirmaron haber encontrado un utensilio de piedra en una de las cámaras funerarias, con el que, supuestamente, se habrían grabado formas geométricas, un arte rupestre muy primitivo. Para reforzar su teoría, impulsaron la idea de que estas herramientas se encontraban muy cerca de los enterramientos, y que, además, las marcas de las paredes de la cueva (que presentan cruces y líneas) no pueden ser de ninguna manera naturales.
El Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) publicó un artículo en la Journal of Human Evolution donde criticaba las afirmaciones del equipo de Berger por carecer de pruebas fehacientes. La directora del CENIEH, María Martinón-Torres, sostuvo que son necesarias más investigaciones y más documentación para probar que los grabados, así como las deposiciones de cuerpos, no son producto de agentes naturales. Por ejemplo, y según otro experto del CENIEH, Diego Gárate, las marcas supuestamente "artísticas" pueden ser fruto de la meteorización natural de la roca, o bien del contacto con garras animales.
Recordemos que las pruebas de creación artística más antiguas corresponden a los Neandertales, que precisamente poseían un volumen craneal superior al nuestro. Según algunos científicos, los Homo naledi, con un volumen tres veces menor, difícilmente podrían haber realizado las pinturas que se les atribuyen.
En busca del fuego
En cuanto al uso del fuego para iluminar los corredores de la cueva, Andy I.R. Herries, de la Universidad La Trobe de Melbourne y parte del equipo del CENIEH, se muestra categóricamente en contra de esta teoría. Sostiene que no existe prueba alguna de que el Homo naledi conociera el control del fuego, por lo que es muy aventurado suponer que se valió de él para internarse en los corredores.
El control del fuego por parte de los seres humanos es todavía un tema controvertido. Tradicionalmente, se considera que el Homo erectus, la primera especie humana que salió de África y que vivió hace unos 1,8 millones de años, fue el primero en "domesticarlo". Sin embargo, recientes estudios ponen en duda esta afirmación, en base a que la datación más antigua de un horno es de hace unos 54.000 años, por lo que es mucho más probable que fuera el Homo sapiens el que aprendiera a controlar el fuego.
Es plausible considerar una convivencia más o menos larga entre Sapiens y Homo naledi en África. Sin embargo, y a pesar de que estos últimos pudieran ser testigos de cómo nuestra especie controlaba el fuego, parece bastante improbable que fueran capaces de imitarles, debido, de nuevo, a su escaso volumen craneal. Aunque, demostrado que la inteligencia no está siempre relacionada con los centímetros cúbicos, ¿podemos contemplar esta opción?
Una vuelta de tuerca
Si la tesis del equipo de Berger es correcta, estaríamos ante un descubrimiento colosal que nos obligaría a redefinir lo que ya conocemos acerca de la capacidad cognitiva de nuestros antepasados. Porque si el Homo Naledi, con un volumen craneal de 500 cm3, fue capaz de crear arte, enterrar a sus muertos y controlar el fuego, todo lo anotado hasta ahora en las páginas de la evolución humana debe revisarse.
Las claves del asunto son, a grandes rasgos, las siguientes:
- La relación entre volumen craneal y capacidad cognitiva;
- La creencia en la linealidad de la evolución humana, tradicionalmente considerada desde las especies de homínidos a los Homo y que, con la llegada del Homo naledi, se convertiría en algo mucho más complejo;
- La capacidad de abstracción de nuestros antepasados, imprescindible para realizar obras artísticas y rituales.
De cualquier forma, si no se acepta que, efectivamente, existen pruebas fehacientes de que el Homo naledi fue capaz de realizar arte, inhumar a sus muertos y/o controlar el fuego, no podremos afirmar su capacidad cognitiva desarrollada. Por lo tanto, la comunidad científica sigue a la espera, y el misterio del Homo naledi sigue abierto.


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