Afortunadamente, la reciente historiografía ha tenido cada vez más presente a la mujer. Poco a poco, se van realizando estudios específicos que investigan cuál era la situación de las mujeres en una época o un lugar determinados, y esta pesquisa ha ayudado no sólo a conocer como vivían nuestras antepasadas, sino también a romper algunos tópicos al respecto.
Cuando empezó el interés por la civilización egipcia, los eruditos leyeron muchos de los vestigios con los ojos del siglo XIX, por lo que, a menudo, los roles de las mujeres del antiguo Egipto fueron malinterpretados. Además, teniendo muy presente la cultura grecorromana, que siempre había impregnado Europa, era bastante difícil desmarcarse de los prejuicios machistas que estos eruditos decimonónicos llevaban adheridos a su cultura. Y, sin embargo, la mujer egipcia gozaba de muchas más libertades que las mujeres contemporáneas de estos eruditos.
En el artículo de hoy hablamos de la mujer en el antiguo Egipto: cuál era su estatus, qué derechos y qué obligaciones tenía y cuál era, en general, su papel en la época de los faraones.
La mujer en el antiguo Egipto: más libre que las griegas y las romanas
Lo primero que llamaba la atención de los múltiples viajeros griegos que pulularon por el Egipto faraónico (además de las extraordinarias pirámides, catalogadas como una de las siete maravillas del mundo antiguo) fue la increíble libertad de sus mujeres. Y es que la mujer egipcia poseía muchos más derechos que las griegas y las romanas.
Para empezar, la mujer egipcia poseía los mismos derechos y las mismas obligaciones que sus compañeros masculinos, lo que quería decir que podían declarar en un tribunal, podían tener posesiones y abrir negocios e incluso divorciarse si así lo deseaban. Un panorama de libertad que, sin duda, las mujeres griegas y romanas solo podían anhelar. Veamos a continuación con más atención la situación de la mujer en la civilización de los faraones.
La Maat o el equilibrio cósmico
La base para semejante diferencia hay que buscarla en las raíces mismas de la civilización. Como afirma José Ramon Pérez-Accino, profesor de egiptología en la Universidad Complutense de Madrid, para los egipcios el elemento femenino no era un mero complemento, ni mucho menos estaba supeditado a lo masculino. Más bien se trataba de algo esencial para el equilibrio cósmico (la Maat), obtenido a través de la comunión de los opuestos.
Sin estos opuestos (masculino y femenino), la vida no existe. El mismo Osiris, el dios más importante del panteón egipcio, necesita a Isis, su hermana/esposa, para triunfar. Es Isis la que recupera todas las partes de su cuerpo, desmembrado por su malvado hermano Seth, y las vuelve a juntar. Fruto de su unión nace Horus, el dios halcón, que se personifica en el faraón.
Todo ello no quiere decir que la sociedad egipcia no tuviera elementos patriarcales. Por ejemplo, el faraón siempre es un elemento masculino, e incluso Hatshepsut, la famosa reina egipcia, se vistió de hombre y se colocó una barba postiza para legitimar su poder.
Por otro lado, el faraón poseía un harén real poblado de esposas secundarias y concubinas, lo que no parece decir mucho acerca de una supuesta igualdad entre géneros. Aun así, el equilibrio entre los masculino y lo femenino era notable, y, por supuesto, radicalmente diferente a lo que se vivía en algunas de las culturas vecinas.
Mismos derechos, mismas obligaciones
Veamos, ley en mano, a qué tenían derecho las mujeres egipcias. Una mujer en el antiguo Egipto podía declarar ante un tribunal, y su declaración tenía el mismo valor que la de un hombre. Del mismo modo, la esposa podía denunciar a su marido por maltrato o cualquier otro crimen que hubiera cometido, e incluso divorciarse de él si así lo deseaba.
Por supuesto, estos derechos, iguales a los de los hombres, implicaban también unas mismas obligaciones, por lo que la mujer era procesada por igual en caso de infringir la ley. De todo ello se desprende que la mujer egipcia era considerada una persona adulta y capaz, una consideración de la que no disponían sus compañeras griegas y romanas. El derecho romano era muy claro en este sentido: se establecía el poder legítimo en el pater familias, es decir, la cabeza masculina del hogar, y la esposa y los hijos quedaban supeditados a él. En consecuencia, la mujer romana y la griega vivían bajo la tutela de un hombre (en el caso de las mujeres griegas, del denominado kyrios), como si se trataran de menores de edad eternas.
Aunque parezca mentira, este concepto del pater familias y la subordinación de la mujer a la figura masculina de la familia se extendió más allá de Roma. En el siglo XIII, el derecho romano desbancó al derecho consuetudinario característico de la Edad Media, y la mujer fue paulatinamente perdiendo derechos. Tras el Concilio de Trento, en el siglo XVI, su dependencia legal del hombre era absoluta, y lo siguió siendo, en muchos lugares, hasta bien entrado el siglo XX.
Amor y matrimonio
Los matrimonios egipcios se parecen de forma asombrosa a los matrimonios medievales anteriores a la reforma gregoriana. Puede parecer una exageración, pero examinemos la cuestión: antes del siglo XII, el matrimonio no fue un sacramento (y no lo fue, de facto, hasta el ya citado Concilio de Trento), por lo que un hombre y una mujer podían casarse sin mediación sacerdotal, solo jurándose fidelidad mutua.
Algo parecido sucedía en el caso de los egipcios. Una mujer egipcia podía desposarse con quien quisiera (con la excepción de la élite real, cuya libertad era muy limitada en este sentido), y podía solicitar el divorcio cuando se le antojase. Para que un matrimonio fuera efectivo, solo bastaba la promesa los contrayentes, y no mediaba ninguna ceremonia que legitimase su unión. Si un hombre y una mujer compartían techo y cama y se consideraban esposos, así lo eran ante los ojos de todos.
Puede sorprendernos la extraordinaria modernidad de este concepto, pero es que, en realidad, el “atraso” se produjo en época moderna. Las normas morales y sociales eran mucho más asfixiantes en el siglo XIX que en la época medieval o en el antiguo Egipto. Por ello, los científicos que estudiaron Egipto hace doscientos años malinterpretaron mucha información: la leyeron con la moralina que impregnaba su época. Lo mismo ocurrió, por cierto, con el estudio de la Edad Media.
De tejedoras, escribas, sacerdotisas y reinas
La mujer egipcia podía trabajar en muchísimos oficios. Desde trabajos más humildes como cerveceras o tejedoras a desempeños que requerían de cierto grado de estudios, como el de escriba o sacerdotisa. Nos han llegado muchos testimonios en este sentido, por lo que cada vez existe menos duda al respecto.
Los negocios no eran ajenos a las mujeres en Egipto. Podían tener el suyo propio y administrar sus bienes, así como desheredar a sus hijos y adoptar en su propio nombre. Y es que, al no tener (como sí lo tenían griegas y romanas) un tutor que lo hiciera todo por ellas, estas mujeres eran dueñas de su propio destino.
Detengámonos, sin embargo, en la élite real. Las mujeres que pertenecían a la familia del faraón no lo tenían, ciertamente, tan fácil. Porque, si bien su estatus les permitía ejercer tareas diplomáticas, ya hemos visto como la encarnación del dios en la tierra era el faraón, no su esposa. Así, algunas reinas como la ya citada Hatshepsut se vistieron con distintivos masculinos para reivindicar su poder.
En los grandes harenes reales se acumulaban las mujeres que los países vecinos habían enviado como “regalo diplomático” al faraón; mujeres que podían quedarse como concubinas o ascender a esposas reales. Por otro lado, en el harén real no solo vivían las concubinas y las esposas del faraón, sino que también se encontraba la madre, las hijas y otras mujeres emparentadas con él.
Si bien el concepto de “harén” como lugar de convivencia de las mujeres puede recordarnos al gineceo griego, estas mujeres egipcias, especialmente las esposas reales, poseían un poder inimaginable para sus homólogas griegas.
Conclusiones
Todas las fuentes que nos han llegado corroboran la idea de que la mujer egipcia gozaba de unos derechos y una libertad que no tenían las mujeres de las culturas vecinas, especialmente las de Grecia o Roma. Sus derechos estaban equiparados con los de sus compañeros, así como sus obligaciones.
La base de esta concepción de la feminidad debemos buscarla en la idea del equilibrio cósmico (la Maat), que para los egipcios significaba la combinación de masculino/femenino. Ahora bien, a pesar de que hombres y mujeres se equiparaban ante la ley, no debemos pensar en la sociedad del antiguo Egipto como en un mundo de igualdad de género. Existían diferencias significativas entre ambos géneros, pero, aún así, podemos asegurar que la mujer egipcia gozaba de unas libertades que la mujer moderna no consiguió hasta bien entrado el siglo XX.